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El abandono del Estado a los Guardianes del rio Atrato

Por: Redacción Pares





El Atrato ha visto tanto horror. Su nombre le dio la vuelta al mundo no por su exuberancia, sus imponentes 750 kilómetros de longitud, sus bosques, su belleza. No, fue el horror el que hizo que su nombre apareciera en los principales diarios del orbe. El 2 de mayo del 2002 guerrilleros de las FARC y miembros de las autodefensas se entrelazaron en uno de sus encarnizados combates en la población de Bojayá, a orillas del Atrato. La población civil, desesperada, se refugió en la iglesia. El Padre Antún Ramos, ante el horror de lo que estaba sucediendo, abrió las puertas del templo. Creían que la casa de Dios estaba protegida, por un mandato divino, de la maldad de los hombres. El Atrato fue testigo mudo.


Sobre el Atrato viven 500 mil personas. El río les ha dado de comer, de beber. Allí pescan y obtienen su riqueza. A sus alrededores siempre ha existido el oro, y siempre ha existido la gente que se quiere enriquecer con el oro. Los blancos que llegaron de afuera, los que curtieron de mercurio las aguas que alguna vez estuvieron tan limpias que se podía calmar la sed con ella. En el Chocó sólo hay dos hospitales públicos. La mayoría de personas que son atendidos allí lo hacen por enfermedades derivadas a la intoxicación de mercurio. Aunque también entran por gastritis, los problemas de vivir en una tierra azotada por la guerra se reflejan en la boca del estómago, entran enfermos de pena moral porque en esta tierra los padres entierran a sus hijos.


Este precisamente es uno de los contaminantes del rio: los cadáveres. Según el portal Rutas del Conflicto la potencia de este rio se debe a sus aguas subterráneas. Debido al volumen de sus lluvias. Porque acá llueve todo el tiempo. Esto hace que los cadáveres que son enterrados en sus riveras sean arrastrados al río. Por eso ya el color que tiene este gigante no se parece en nada a los que vieron la gente que vivió en sus orillas en el siglo XIX.


Conscientes de esto el estado, en la sentencia T-622 decidió, de manera histórica, reconociendo al río Atrato como un sujeto de derechos. Por eso se crearon los Guardianes del rio Atrato, catorce personas que de manera voluntaria trabajan para limpiar al gigante, para evitar las talas indiscriminadas de árbol, enseñar a reutilizar el río, frenar su sedimentación, regresar a los años en los que se podían ver los peces a través de sus aguas cristalinas. Pero hoy, a pesar de todos los decretos, el agua se enturbia cada vez más.


El destino del río empezó a cambiar desde 1990 cuando, en una de sus orillas, instalaron una mina de cobre y platino. Ramón Cartagena, uno de los 14 guardianes, de pequeño venía a pescar con su familia, a hacer sancochos de olla. Ya esto no es más que una fábula, un recuerdo perdido en el tiempo que se va destiñendo. La sentencia T-622 está llena de buenas intenciones, reconocen los guardianes, pero hay problemas de naturaleza jurídica: en Colombia el agua, los bosques, se pueden concesionar a privados. Desde que esto suceda se puede feriar al mejor postor nuestros recursos.


Los Guardianes del río están apoyados por la ONG Siembra. En el 2022 le entregaron a la Corte Constitucional un balance de lo que había sucedido seis años después de la sentencia. Vivana González, abogada de Siembra, afirmó en su momento: Hay cosas que funcionan y otras que son muy críticas. Por ejemplo, el principal problema es que no hay claridad sobre el presupuesto. Tampoco hay medidas sancionatorias para que los responsables de las afectaciones al Atrato y a las comunidades cumplan”.


La minería ilegal, lejos de apagarse, está en auge. En el 2021 habían 33 mil hectáreas afectadas. Había crecido en 5.000 más desde que se promulgó la sentencia que salvaría al Atrato. Hay problemas además de límites y jurisdicciones. Se pasa por 26 municipios y dos gobernaciones con intereses disímiles, contrarias.


Se hicieron recomendaciones, como implementar los cambios pertinentes en un plan de desarrollo, pero, por ahora, la esperanza es tan turbia como el color del Atrato. 


A todos estos problemas se suma la guerra. Los fantasmas que alguna vez destruyeron Bojayá siguen vivos, desplazando, matando, contaminando, explotando. Se suponía que la Paz Total y la llegada de un gobierno que enarbolaba las banderas ambientales significaría que, por fin, el Atrato sería respetado, pero con los días la desesperanza crece. La única ilusión que queda, lo único hermoso, es la historia de estos 14 valientes que, literalmente, dan la vida para intentar salvar a un gigante que siempre les permitió vivir.

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