Por: Guillermo Linero Montes
Escritor, pintor, escultor y abogado de la Universidad Sergio Arboleda
La berenjena está considerada como una de las joyas de la cocina mediterránea. También es una de las hortalizas más agradables a la vista, por su armónica forma y por la luz de su oscuro violeta. Empero, la planta que la produce es todo lo contrario: de corteza leñosa, su tallo y sus ramas son pubescentes y tienen espinas que en eso de cumplir su cometido parecieran pensantes. Además, desde que nacen, sus ramas siempre están bifurcándose con ansiedad agreste. Por crispadas, estas características son precisamente el origen de la frase popular “meterse en un berenjenal”, que significa verse en situaciones de enredo y dificultades, o más exactamente, caer en un embrollo del cual es muy difícil salir.
Aludiendo a esa frase de alerta, el presidente Gustavo Petro, ya enmarañado en su cargo, ha dicho que aspirar a ser presidente es querer meterse en un berenjenal. Y no está equivocado, si comprendemos que ser presidente consiste en hallarse en medio de situaciones de enredo político social, atrapado en el nudo de un embrollo de donde es muy difícil salir. Un contexto tan complejo que hace de la actividad de gobernar algo muy serio. Por ello, lo ideal es que los gobernantes tengan un perfil semejante al sugerido por pensadores y filósofos: que tengan responsabilidad y capacidad de servicio, que demuestren respeto por los otros y, por supuesto, que posean más decencia que prudencia, pues esta última, pese a ser denominada la virtud de los políticos, la más de las veces suele ser maquiavélica.
Cuando un inepto gobierna, por ejemplo, y no es revocado antes de culminar su mandato –como lo permiten los artículos 40, 103 y 259 de nuestra carta política– es porque lo ampara una fuerza tan grande o tan macabra que anula la voluntad del pueblo. Cuando un mandatario es inepto –pensemos en los expresidentes Pastrana y Duque– se encarga del cuidado del berenjenal: el desorden (es decir, la corrupción administrativa), la confusión (es decir, la incoherencia de la justicia), lo problemático (es decir, la violencia como herramienta política) y lo difícil de resolver (es decir, la inequidad social).
Si miramos los gobiernos anteriores al de Gustavo Petro nos daremos cuenta de que a todos les ha correspondido administrar berenjenales, pero con una diferencia bien grande: mientras que aquellos presidentes no pretendieron cambiar las cosas –pues les sacaban provecho a lo convulso, a la barbarie y al embrollo político–, Petro le ha apostado a desmontar esos vicios con actos armonizadores. Una estrategia benévola que sin duda le estará costando mucho trabajo y mucha paciencia, básicamente por causa de haber recibido del anterior gobierno un berenjenal muy agreste y sin berenjenas.
De tal suerte que, si la bandera del presidente Petro es el cambio (basado en la reivindicación de derechos básicos, como el acceso a una buena salud, la dignificación del trabajo y la cobertura pensional), resulta apenas natural que haya quienes lo asedien con enmarañadas estrategias políticas, como las exigencias burocráticas de las bancadas de partido y las malversaciones de los medios de comunicación poderosos; y hay hasta quienes lo asedian con espinosas estrategias criminales, como lo develan rumores o indicios acerca de un golpe blando.
La resistencia a los cambios políticos estructurales suele ser bastante agresiva: porque es muy difícil, para un sano gobernante, zanjar diferencias con quienes estaban acostumbrados a un estado de confort y al beneficio de políticas injustas. De modo que las familias de los expresidentes, las de los altos mandos militares y la de los jerarcas de la iglesia, así como los clanes políticos y los empresarios inescrupulosos, tardarán en asimilar un nuevo modelo de gobierno, máxime si este es totalmente contrario a sus ideales de derecha y contrario a su destino económico de inmerecidos privilegios.
Muchos políticos, gobernantes y legisladores hicieron su fortuna en Colombia por cuenta de actividades ligadas a la delincuencia común, al narcotráfico, a las guerrillas, a los paramilitares y, desde luego, por cuenta de actividades ligadas a la corrupción política. Para ello construyeron una moral y una ética propias, para que les justificara tales conductas, la cultura de los traquetos y de la “gente de bien”. Una moral y una ética negativas, por las cuales se resisten al cambio con fundamentalismos fascistas. Históricamente, esa resistencia había hecho que los gobernantes, cuando no habían nacido en cuna de oro y querían sostenerse en el poder –recordemos a Belisario Betancur–, se vieran obligados a favorecer a los poderosos –el oculto y discernible régimen– y a reprimir a los demás ciudadanos.
Por ello, trabajar para encontrar un equilibrio entre todos los bandos existentes, como lo ha planteado el presidente Gustavo Petro, va más allá de la difícil tarea de buscar recursos dentro del territorio (darle tierra a los campesinos y subsidios para la producción de alimentos), va más allá de la integración de la ciudadanía en los procesos democráticos (la sonada invitación a salir a las calles), y va más allá de las actuaciones insanas de los adversarios extremistas y de su “oposición inteligente”. Incluso, la denominada Paz Total sólo tiene sentido si va más allá de transigir con los delincuentes de guante sucio (los jefes de las bandas criminales) e igualmente transige con los delincuentes de guante blanco (los políticos y los gobernantes corruptos).
Finalmente, valga decir que lo más espinoso del berenjenal al que se enfrenta el presidente Petro –quién lo creyera– son las estrategias políticas de los medios de comunicación poderosos, que se resisten al cambio malversando noticias con el propósito de desprestigiar su gobierno. Y lo hacen con las malas maneras de una cultura excluyente (racista e intolerante) para la cual los anteriores gobiernos y sus legisladores, crearon una “moral” y una “ética” a la medida de los bandidos.
Sin embargo, la Fundación para la Libertad de Prensa (FLIP), que parece haberse formado bajo la égida de esa “moral” y esa “ética” falsas –porque supongo que cuenta con una mesa de trabajo para el examen de las noticias denunciadas–, les respalda con fe ciega, tal vez porque inocentemente se ha creído la principal de las malversaciones de dichos medios de comunicación locales: que el presidente ataca permanentemente a la prensa y limita su derecho a la libre expresión, cuando lo cierto es que el presidente sólo está defendiéndose de ese berenjenal de malas intenciones, y desmintiendo los engaños dirigidos a una población esperanzada en una nueva vida. Una población a la cual Gustavo Petro representa, como no lo había hecho antes ningún presidente: enfrentándose a esa fuerza tan grande o tan macabra, experta en anular la voluntad del pueblo.
*Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad de la persona que ha sido autora y no necesariamente representan la posición de la Fundación Paz & Reconciliación al respecto.
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