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El colegio progresista de Zipaquirá que hizo grandes a Gustavo Petro y a Gabriel García Márquez

Por: Iván Gallo



Foto tomada de: La Salle


Gustavo Petro y García Márquez tienen pocas cosas en común. Una de ellas fue dejar la calidez de sus pueblos para irse a estudiar a un pueblo helado como Zipaquirá. El joven Petro creció viendo las fotos de Gabo clavadas en la pared de su colegio durante los primeros años setenta, como uno de los alumnos más destacados. En esa época era el escritor más popular del mundo.

Su libro, Cien años de soledad, se vendía con avidez. Era una buena manera de inspirarse.

En los pasillos del colegio se contaba la leyenda de cómo Gabo había llegado a esa ciudad de lluvia perpetua, de hombres vestidos de negro y en donde sus calles no se asomaba jamás una mujer. Todo comenzó cuando el escritor en ciernes vivía con su familia en Sucre. Una mañana su papá lo despertó diciéndole: “Alista tus vainas que te vas para Bogotá”. El viaje se hacía en barco por el anchuroso Magdalena. Los percances formaban parte de un viaje que a veces duraba tres días. Los pasajeros se bajaban en Puerto Salgar y de ahí tomaban un tren hasta Bogotá. En la estación nadie lo esperaba y todo era gris y oscuro. ¿A dónde había llegado? Lloró todo el camino hasta la pensión. Era enero de 1943, tenía 17 años y aspiraba que le dieran una beca para hacer el bachillerato. Su sueño era entrar al distinguido colegio de San Bartolomé, fundado en el siglo XVI por jesuitas. Pero sólo le alcanzó para entrar al Liceo Nacional de Varones de Zipaquirá.


La sensación de opresión era acaso peor que en Bogotá. El liceo acababa de fundarse pero estaba construido en un edificio colonial. Según el escritor inglés Gerald Martin en la que es considerada la mejor biografía del autor de El otoño del patriarca las instalaciones del colegio comprendían “el despacho y las dependencias privadas del rector, la secretaría, una magnífica biblioteca, seis aulas y un laboratorio, además de un almacén, una cocina y refectorio, aseos y duchas; en la primera planta estaba el gran dormitorio para los aproximadamente ochenta internos que pernoctaban en la Escuela”. El Colegio era para un alma rebelde como Gabo, un castigo, en donde tenía que ver materias que a él no le interesaban porque lo único que su alma insaciable le pedía era devorar literatura.


Sin embargo ese colegio era lo mejor que le podría pasar al joven Gabo. En 1934, cuando Alfonso López Pumarejo acabó con la Hegemonía Conservadora, declaró una “revolución en marcha” y buscó quitarle el monopolio de la educación a los curas. El primero de los que se llamarían “Colegios nacionales” fue este de Zipaquirá. Colombia en 1943 sólo tenía cuarenta mil estudiantes de secundaria de los cuales sólo seiscientos se graduaba. El colegio de Zipaquirá era la solución para que muchachos de todo el país que no tenían recursos para estudiar en colegios privados pudieran cumplir su sueño de ser bachilleres.


El joven García Márquez encontró profesores que realmente lo inspiraron. Allí conoció a autores que le ayudarían a encontrar su estilo demoledor, uno de ellos fue Mark Twain. Mientras sus compañeros jugaban al fútbol en las tardes de asueto, Gabo entraba a la biblioteca y leía con desesperación. La literatura era complementada con libros de historia y biografías del que iría a ser posteriormente uno de los protagonistas de uno de sus libros más monumentales y más subestimados: Simón Bolívar.



Gerald Martin, quien habló con algunos de sus compañeros, dejan un retrato claro de cómo era ese adolescente llegado de un mundo completamente diferente al de Zipaquirá “era delgado, con ojos desorbitados, temblando siempre y quejándose del frío. Su cabello, antes peinado y con raya, poco a poco se tornó en lana de acero, que nunca más volvería a domar del todo”.


La llegada en 1944 del rector Carlos Martin, un joven de 30 años con aspiraciones de poeta y muy cercano al movimiento poético Piedra y Cielo, terminaría de favorecer a Gabo quien ya por esa época escribe sus primeros poemas -claramente inspirado en Pablo Neruda- bajo el seudónimo de Javier Garcés. Fue por Martin quien Gabo lee el libro que le abre todas las puertas, La metamorfosis de Kafka quien, para él, constituye una epifanía “coño, así hablaba mi abuelo” dijo cuando el autor checo describió la tribulación de Gregor Sampsa al despertarse convertido en una inmensa cucaracha.


Fue en ese colegio de Zipaquirá donde consiguió su primer éxito literario, la publicación del poema Canción -presuntamente dedicado ya a Mercedes Barcha- en el diario El Tiempo. Incluso el joven estudiante con la anuencia del rector Martin, empezó a publicar una Gaceta Literaria en donde escribió sus primeras crónicas y cuentos. La llegada al poder en 1946 de Mariano Ospina Pérez fue el regreso de los conservadores a la Casa de Nariño. Las medidas contra los jóvenes se extremaron e incluso Carlos Martin y sus ideas progresistas terminaron con su destitución. La Gaceta literaria fue quemada en público, en un acto de barbarie, típico de políticos que realmente mandaban en esa época como Laureano Gómez, conocido por su sobrenombre de “El monstruo”.


Gabo se graduó en diciembre de 1946. Vivía una depresión enorme. Quería ser libre para poder escribir y no regresar al yugo paternal que lo esperaba en Sucre. Bogotá con todos sus problemas era la posibilidad de estar lejos de su posesivo e imperial padre. Así que le tocó aceptar estudiar Derecho en la Universidad Nacional, que fue sólo una excusa para poder seguir haciendo lo único que quería hacer: escribir. Ser tan grande como Cervantes.


El colegio de Zipaquirá demostró su progresismo al sacar a dos colombianos eminentes como Gabo y Petro. Según lo cuenta Mauricio Cárdenas en un reportaje publicado en Las 2 orillas, las notas de ambos, distanciadas en el tiempo por treinta años, están guardadas como verdaderos tesoros en un escaparate metálico en la rectoría. Gabo y Petro siguen inspirando a cientos de muchachos que siguen formando parte de este legendario colegio.

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