Por: Iván Gallo - Editor de Contenido
En 1994 el coronel Danilo González estaba en lo más alto de su carrera. Había sido, junto a Hugo Aguilar, los cerebros de la Policía Nacional que lograron acabar con Pablo Escobar en el tejado de una casa en Medellín. El Senado y la Cámara de Representantes lo trataron como lo que la gente creía que era: un héroe. Tal y como lo recuerda la Silla Vacía, le dieron la más alta distinción por su “abnegada dedicación en la localización del criminal más buscado del mundo”. Una década después, cuando un sicario lo mató en Bogotá mientras se encontraba haciendo trámites notariales para escriturarle sus cuantiosos bienes a su esposa y sus dos hijos, el Espectador tituló un perfil suyo de esta manera: “El Pepe mayor”.
Su nombre ha vuelto a la palestra pública después de que se diera a conocer la lucha de las víctimas de la discoteca Oporto en Medellín, en julio de 1990 y en donde habrían participado miembros del Bloque de Búsqueda según declaración dada ante la JEP por el coronel Hugo Aguilar. Nacido en Buga, desde muy joven Danilo González demostró una inteligencia inusual. Su papá era un cafetalero con una extraña predilección por los libros de Lenin y Marx. En los años sesenta González viajó a Bogotá y nunca más regresaría. En una muestra de rebeldía decidió ser todo lo que odiaba su papá: un policía. Así que se matriculó en la Escuela de Policía General Santander.
En la escuela, según recuerda El Espectador, siempre sacó las mejores notas y, además, no hacía alarde de ella. Una de sus películas favoritas era El Padrino y de ella aprendió una máxima de Don Vito Corleone: “tener cerca a sus amigos pero aún más cerca a sus enemigos” Era prudente, estratégico.
Sus superiores vieron una joya en bruto, en los ochenta, cuando emergía el monstruo del narcotráfico, lo trajeron de Barranquilla, en donde estaba desperdiciado, para recibir entrenamiento de agentes norteamericanos y combatir a los carteles de la droga.
En esa época Pablo Escobar, quien también era hombre de frases, acaso una ordinaria versión de Don Corleone, sacó estas tres palabras que aún se repiten en las calles de Neruda como en Valparaíso se recitan los versos de otro Pablo, Neruda “Plata o Plomo”. El presidente Virgilio Barco, a finales de su mandato y mermado por la enfermedad del olvido, le confió a González crear una fuera élite, un comando que fuera impermeable a uno de los problemas que se tenía en la policía para combatir a Escobar: las infiltraciones. Oficial que no se alineara a sus planes simplemente lo comproban o lo mataban. Así que González, para crear lo que se llamaría en 1992 como el Bloque de Búsqueda, trajo a el mayor Oscar Martínez, a Hugo Aguilar, a Mauricio Santoyo, quien fuera tiempo después la mano derecha de Uribe en cuestiones de seguridad y terminaría siendo juzgado por la justicia norteamericana debido a sus nexos con el narcotráfico, una constelación de supuestas estrellas incorruptibles dentro de la institución.
Se trasladaron a Medellín, vivían en la escuela Carlos Holguín. En 1989, el año en el que sacaron a la calle esta fuerza élite, el país vivía el peor de los infiernos. Aviones que explotaban en el cielo, habitantes de calle se suicidaban con kilos de dinamita, candidatos presidenciales asesinados. Pablo Escobar había sido muy escrupuloso a la hora de cumplir una de sus terribles promesas: darle duro, durísimo al Estado. La orden de Estados Unidos era una sola: acabar con Escobar costara lo que costara. Se aliara con quien se aliara. Así que Danilo González sabe que un antiguo socio de Escobar, Fidel Castaño, obsesivo y acaudalado comerciante de arte, narcotraficante y asesino, está rompiendo con el capo. Se contacta con él en un apartamento en El Poblado y allí firman la alianza que, con el tiempo, se convertiría en la planta de donde saldrían los racimos del paramilitarismo.
El enemigo de tu enemigo será tu amigo. Esto le aconsejaron los hermanos Castaños a Danilo González. Unirse con el Cartel de Cali. Los hermanos Rodríguez Orejuela le pagaban al jefe del Bloque de Búsqueda con tulas verdes llenas de plata que traían desde la Sultana en helicópteros. Con esa plata no sólo pagaban informantes sino muchos de esos dólares iban a parar directamente al bolsillo de González. Cuando fue asesinado era un hombre millonario. Era imposible que con su sólo sueldo de oficial de la policía podría tener las siguientes propiedades: hoteles en Brasil, locales en centros comerciales en Bogotá y Cargagena. Apartamentos en Medellín, fincas en Rionegro y hasta pases de jugadores.
Cuentan que gracias a él Don Berna llevaba a sus sospechosos habituales a largas sesiones de tortura en la Carlos Holguín. Todo estaba permitido. Cuando cazaron al monsturo lo usaron a él para que hiciera otra de las cosas en la que era experto: la traición. Infiltraron al Cartel de Cali y, con su ayuda, después de sacarles millones de dólares, entregó a los capos principales e incluso, por sus contactos con la mafia, ayudó a la liberación del hermano de César Gaviria. Cuando ya no sirvió más la policía, que sabía de sus pasos, lo sacó de la institución y él, sin que le temblara un párpado, se hizo jefe de escoltas de los principales capos del Cartel de Cali tal y como lo cuenta Andrés López, ex mafioso y autor del libro el Cartel de los Sapos.
Cuando lo mataron tenía 50 años y un batallón de escoltas. Sabía que el Cartel del Norte del Valle estaba detrás de él. Se había convertido, una vez más, en enemigo de su propio bando. Siempre nadó con la corriente que le favorecía. Se encontraba en trámites con la justicia norteamericana para entregarse y convertirse en testigo protegido, con ciertos privilegios. Pero todo terminó el 25 de marzo del 2004. Danilo González es otro de los héroes de la patria que terminó vendiéndole el alma al mismísimo diablo.
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