Por: Guillermo Segovia
Politólogo, abogado y periodista
No es el título de una fábula. Me refiero a la primera intervención como presidente de la República de Gustavo Petro Urrego ante la Septuagésima Séptima Asamblea de la Organización de las Naciones Unidas en Nueva York, el 20 de septiembre, y al libro La izquierda al poder en Colombia, del analista León Valencia. Gustavo y León se encuentran en el arte de la palabra y la búsqueda de la democracia de veras, tras haber renunciado a las armas y haber luchado, cada uno a su manera, desde las letras y la tribuna, por el avance y el triunfo de la izquierda en las elecciones presidenciales, una de las grandes utopías del país por generaciones. A los dos los conozco de lejos, la situación óptima que aconsejaba Simón Bolívar para juzgar los hechos y los seres humanos.
Según relata El País de España, el discurso de Petro partió de un borrador encargado por el presidente a Laura Sarabia, una reciente conocida que se ha hecho muy cercana y ganado su reconocimiento, y Antoni Gutiérrez Rubi, su publicista de cabecera, a partir de líneas generales. Luego tachó, quitó, agregó, enfatizó y mantuvo en secreto el texto que orientó su comparecencia: sentida, profunda, humanista, predictiva, proactiva y emocionante. Se tenía que decir y, de nuevo, Petro lo hizo: ¡paren esa guerra criminal contra las drogas, la selva y los campesinos, afrocolombianos e indígenas! ¡Protejamos el Amazonas, pulmón de la humanidad! ¡Hagamos del amor el antídoto contra las adicciones! ¡Reduzcamos el consumismo y profundicemos el humanismo! ¡No envenenemos más la atmósfera! ¡Salvemos el planeta!
Internacionalistas serios y respetables como Juan Tokatlián y Arlén Tickner, a los que entrevistó al respecto y con los que coincidió María Jimena Duzán; María Emma Mejía, Mauricio Jaramillo Jassir, entre otros, destacaron la importancia de que un presidente latinoamericano se haya atrevido a elevar la voz para hacer exigencias que no por irrealizables en lo inmediato no sean necesarias y un deber moral de los países poderosos, y se potencie como líder de una Latinoamérica apocada en tiempos de crisis. Incluso, Sandra Borda, distanciada en lo político y crítica por la falta de pragmatismo, convino en la pertinencia del estreno de Petro en la ONU. El presidente asistió a un foro, a fijar posiciones que deberán transitar por el movimiento social mundial, las agencias multilaterales y los acuerdos bilaterales de estados. Por supuesto, la oposición innoble y mezquina no pudo ver más allá de sus odios, pachorradas, pastranadas y burradas.
Resaltó en el tono del discurso de Petro en la ONU el eco de aquellos épicos de Fidel Castro en 1960 frente a la agresión y el histórico de 1979, en el que advirtió, en un momento en que aun siendo graves los problemas eran lejanas las angustias de hoy, que si no se tomaba conciencia y se hacían los correctivos necesarios a la explotación inclemente del hombre y la naturaleza “… si no resolvemos pacífica y sabiamente las injusticias y desigualdades actuales, el futuro será apocalíptico.” Se advierten también trazas de la angustia expresada en el hermoso, lírico, dramático y dolido discurso de Gabriel García Márquez al recibir el Premio Nobel de Literatura, hace 40 años, al hablar de “la soledad de América Latina”. Y también, de la intervención de Juan Manuel Santos para agradecer el Nobel de Paz en 2016, ese espaldarazo del mundo cuando el “no”, provocado por el engaño frente al plebiscito, hizo tambalear el acuerdo con las FARC.
El presidente de Colombia, inspirado, con la agudeza que lo caracteriza para observar los problemas y pensar en soluciones progresistas, humanistas, retomó el hilo frente a la catástrofe que se padece e incrementará por la absurda guerra antidrogas, la ciega explotación de hidrocarburos, el hipócrita armamentismo, la fascinación capitalista por el consumo y el belicismo salvajes, y las implicaciones que todo eso tiene en el tercer país más bello del mundo y su “belleza ensangrentada”. Retórico, dicen sus opositores, risible sus malquerientes. Envidia, el patrimonio nacional del que hablaba Gabo.
Algunos de los cometarios auspiciosos, para no conceder del todo, señalan ausencias o falta de énfasis, la paz tal vez la mayor. La razón podría estar en que Petro sabe que Naciones Unidas apoyó con entusiasmo los acuerdos con las FARC, que sobrellevó la hipócrita gestión internacional de Duque frente al tema y que en ese aspecto, en ella ya hay un aliado. De otra parte, su concepción de Paz Total apenas empieza a ambientarse en el país y enfrenta la obvia distorsión de los beneficiarios de una guerra eterna y la no disimulada soberbia del equipo negociador de Santos, liderado por Sergio Jaramillo, recelosos de que la nueva propuesta opaque los méritos de sus ejecutorias. Para alcanzar la paz no existen fórmulas exclusivas. Por todo eso, los énfasis de Petro tocaron otros aspectos de su ideario.
¿Cómo llegó al poder ese nervioso y vibrante orador que en su “primiparada” en Naciones Unidas llevó la voz de lo prometido a sus electores, despertó orgullo de muchos colombianos ilustrados y no pocos elogios en mentes cultivadas de varias partes del mundo? ¿Qué hizo posible que, a pesar de tanta sangre provocada por la cicatería de unas élites acostumbradas al privilegio y atizada con la insurgencia del dinero corruptor y criminal del narcotráfico -que dañó a todos por igual para dolor de un país en eterno duelo-, la terca y estoica izquierda colombiana llegara al gobierno?
Son las preguntas que León Valencia intenta responder con el ensayo subtitulado “Petro y los secretos de la izquierda camino a la presidencia”, en parte memoria personal, en parte historia política contemporánea en la que gracias a su sagacidad y agudeza ha sido testigo y protagonista. En mucho autoconfirmación de la hipótesis de un ensayo anterior en la certeza de que Duque, y los otros desastres de los últimos años, llevarían a una coalición progresista a la Casa de Nariño y que esta debía actuar muy torpemente para perder la oportunidad, que casi pierde. No por tonta, sino porque el establecimiento prefirió jugársela por alguien que a todas luces no estaba en capacidad de dirigir el país, con tal de evitar el cambio.
En síntesis: un prólogo inusual, el esperanzador y bello mensaje de apoyo de Pepe Mujica a Gustavo Petro en las elecciones de 2018, que perdió. Capítulo uno: Petro asustado ante el resultado en primera vuelta en 2022 le pide a León que interceda ante Sergio Fajardo para que lo apoye. Fajardo se niega. La petición es la consecuencia de una cercanía que comenzó cuando Petro del desmovilizado M19 llegó a la concentración de paz de la Corriente de Renovación Socialista, disidencia del ELN, donde estaba León, y sigue hoy, aunque, en las últimas presidenciales, ha optado primero por Fajardo para apoyar a Petro en segunda vuelta. Es honesto, lo dice sin rodeos. Como también lo que espera de Gustavo: que normalice la democracia, las transiciones, la alternación. Ojalá, si es el caso, con una derecha civilizada.
Enseguida en el libro, una conexión extraña pero sugestiva, propia de León, el proceso de paz de Santos con las FARC y la victoria electoral de Petro son un momento comparable en sus efectos al Pacto de Sitges entre Alberto Lleras y Laureano Gómez que paró el desangre de La Violencia liberal-conservadora de los 50. Aclaración de por medio, que el excluyente Frente Nacional dio motivos para la siguiente guerra, el doble de sangrienta, en la que insurgieron guerrillas de siglas variopintas con identidades foráneas en el credo marxista caribeñizado en Cuba hasta la irrupción del M19 que con su lenguaje, símbolos y desmesuras, rompió la marginalidad del discurso rebelde. Luego, una vindicación de Belisario Betancur, su voluntad de paz aceptando el reto del “eme” y las FARC y la conclusión, en su favor, de que en la toma del Palacio de Justicia fue desplazado transitoriamente del poder.
Continúa con el melancólico encuentro con el comandante del M19 Álvaro Fayad, en los días delirantes de la Coordinadora Nacional Guerrillera Simón Bolívar, el elogio a su interés por la literatura, pasión común, y la prudencia ante sus desvaríos guerreristas. Capítulos adelante, las miserias del ejército en la lucha antisubversiva, la acumulación de fuerzas de las guerrillas a través de la movilización de masas en marchas y paros; la buena voluntad por arreglos con la insurgencia en los marcos institucionales de un presidente liberal, Virgilio Barco, enfermo y acorralado; y la ascendiente lucha social del año 89 convertida por las guerrillas alucinadas en la batalla final. Momento en que, por fortuna, algunas de ellas analizaron el contexto y tomaron la lúcida determinación de buscar una solución política que desembocó en la Constitución de 1991 y abrió el largo camino para el gobierno de las fuerzas alternativas.
Luego, el reconocimiento del autor a César Gaviria como un neoliberal que siempre le ha abierto campo a la izquierda, al reformista Samper entrampado por la mafia y la presidencia infortunadamente negada por las circunstancias a un liberal auténtico como Horacio Serpa; el crecimiento y dominio infernal del paramilitarismo y su entronque con la política, cuya denuncia y aportes a la judicialización el autor reclama con justicia para sí y para quienes hicieron parte de sus equipos de investigación, para la batalla desigual y valiente de Gustavo Petro desde el Congreso y para la siempre serena y contundente actuación de Iván Cepeda Castro en favor de causas humanitarias.
Trae a cuento, a finales del siglo XX y comienzos del XXI, con una buena cuota de sangre y sacrificios, los primeros triunfos independientes en gobiernos locales y cuerpos colegiados, el legado imperecedero de Mockus y la rebeldía política de los bogotanos, en un contexto latinoamericano de ascenso de fuerzas alternativas; la paz oportunista de Pastrana; la guerra de Uribe -con quien reconoce una relación ambigua entre cortesías y encontrones- exitosa en bajas y fatal en derechos humanos. Resalta la inflexión de Santos y el proceso de paz con las FARC, que contó con el decidido apoyo de la izquierda y abrió las compuertas al torrente progresista, cosecha del mayor nivel educativo de la población y un acumulado de luchas por la justicia social y la reconciliación, no exento de heroísmos y epopeyas.
Para el colofón, León apela a sus charlas con el apreciado Pepe Mujica, quien con su sabiduría sentenció: a ustedes les falta un discurso heroico y con una guerra tan cruel en la que han sido parte, solo puede ser el de la reconciliación. Según León, fue el argumento que triunfó en la segunda vuelta electoral, el pasado 19 de junio, y que hoy lidera Petro en su esfuerzo pacifista. Victoria que, señala, se dio también gracias al errático gobierno de Duque, las complicadas circunstancias que lo rodearon y el decaimiento moral e intelectual de la derecha.
Un libro bien escrito, desde el corazón y las vivencias, de un apasionado por el cambio que abrazó la lucha armada cuando lo suyo son las letras y rectificó a tiempo para ayudar a crear y celebrar el acontecimiento de la izquierda triunfante. En los últimos treinta años, sus análisis y reflexiones han sido provechosos para empujar el cambio hacia una democracia en mayúsculas. La pasión por escribir lo acompaña desde la adolescencia en los periódicos estudiantiles, los comunicados militantes, los ensayos políticos de la madurez y una vena literaria fluida puesta a prueba en novelas como Con el pucho de la vida y La sombra del presidente.
Al final, no puedo contenerme en una conjetura: si el Partido Verde y Paz & Reconciliación, la fundación que dirige León, se hubieran jugado por Petro, en lugar de sostener su inviabilidad por “tóxico”, para favorecer el centrismo de Fajardo en las elecciones de 2018, ¿no nos habríamos ahorrado los cuatro años fatales de Duque? Claro, pesa también que entonces fueron esquivas, por decisión directiva, las mayorías liberales que hoy lo acompañan porque supo ganárselas. Suposiciones aparte, lo importante ahora es que todos estemos a la altura del momento histórico por el que soñamos, luchamos y nos tocó vivir, que, en buena medida, como lo sustenta el libro, es el resultado de la inteligencia, perseverancia y consistencia de Gustavo Petro.
*Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad de la persona que ha sido autora y no necesariamente representan la posición de la Fundación Paz & Reconciliación al respecto.
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