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El escribir y la Inteligencia Artificial

Por: Germán Valencia

Instituto de Estudios Políticos de la Universidad de Antioquia


Vivimos en un mundo digitalizado, que usa las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) en todo momento: desde un sencillo teléfono móvil hasta un sofisticado ordenador, pasando por la asistencia computarizada en la conducción de un carro. Incluso, para acceder a esta columna de opinión y leerla, usamos una máquina, la cual está conectada a la internet, que nos lleva a una página web y desde allí podemos abrir el texto y proceder a leer este primer párrafo.

Para poder desenvolvernos adecuadamente en este contexto hemos tenido que acudir a dos recursos: primero, al trabajo acumulado de la humanidad, que por siglos ha servido para crear y desarrollar estas tecnologías. Y segundo, a las habilidades y capacidades que tenemos como seres humanos para interactuar con estos artefactos, acceder a la información que depositamos en los múltiples lugares que disponemos para ello —libros, repositorios, páginas web— y leerla.

En esta dinámica de avance de las tecnologías recientemente nos sorprendió la noticia de que la compañía norteamericana OpenAI lanzó al mercado el ChatGPT. Un sistema de chat con el que podemos interactuar y pedirle que realice un amplio número de actividades, como hacerle consultas y dialogar sobre un tema, ayudar con la elaboración de gráficas y crear nuevas, traducir un texto a varios idiomas —son más de 50 idiomas que conoce—, redactar un texto o producir un código o algoritmo para otra máquina.

Esta sorprendente tecnología —considerada la mayor revolución tecnológica en el último tiempo—, que se inscribe en la llamada inteligencia artificial (AI) GPT-3, se nos presenta como una herramienta muy valiosa para hacer tareas de estudio, investigar, publicitar un producto o ayudarnos a resolver múltiples problemas. En breve, se nos muestra como un valioso desarrollo tecnológico, fruto del conocimiento humano, que nos puede ayudar a hacer la vida más fácil y, por tanto, mejorar nuestra condición.

Este ha sido, precisamente, el objetivo y la dinámica de la ciencia en la historia de la humanidad. En los últimos cuatro siglos hemos tenido varias revoluciones tecnológicas que nos han mejorado la existencia, aunque también causado efectos no deseados: una primera fue a mediados del siglo XVIII, en Inglaterra, donde se desarrollaron en masa las máquinas de hilar, que aumentaron la producción de telas a gran escala. Otra revolución importante ocurrió en el siglo XX, con la tecnificación y la programación de máquinas, que generó nuevamente cambios en la automatización de la producción.

Y como siempre ocurre con todo desarrollo tecnológico, en torno a estos avances se presentan cuestionamientos, advertencias y críticas. Los debates sobre las consecuencias que traen estos avances científicos —en el empleo laboral o la ética en la toma de decisiones— y los riesgos que generan —con manipulación de las decisiones de las personas— han sido una constante. Sin embargo es una dinámica de progreso que se puede discutir e introducir acciones para controlar.

En las primeras décadas del siglo veinte, el economista austriaco Joseph Schumpeter, elaboró una teoría con la que trató de explicar este fenómeno recurrente de transformación que provocan las innovaciones tecnológicas. Dijo que la humanidad debe de acostumbrarse al continuo avance en las invenciones, fenómeno al que llamó “destrucción creativa”. Refiriéndose con la primera palabra al cambio continuo de hábitos de las personas y con la segunda a la adaptación permanente que hacemos a otras invenciones para mejorar.

Nos dijo Schumpeter que en nuestras vidas es permanente la búsqueda de cambios, de innovaciones y de nuevas creaciones para hacer las cosas. Esto ocurre en la cotidianidad —como mejorar nuestras técnicas para cocinar— en los procesos productivos —donde se busca desarrollos tecnológicos que aumenten la productividad y la competitividad— y en todos los escenarios de la vida social. Hace tres décadas, por ejemplo, tener un celular era un lujo y hoy casi todo mundo posee uno por necesidad —en Colombia hay, en promedio, dos registrados por cada habitante—.

Tomemos como caso mi situación como columnista semanal en este portal. Cada ocho días busco elaborar un texto corto —alrededor de mil palabras— sobre un tema de interés general; y supongamos que a partir de ahora voy a utilizar la ayuda del ChatGPT, debido a su presencia y potencial utilidad. Luego de bajar el aplicativo e instalarlo en mi procesador le indico que proceda a elaborar un texto sobre un problema —que podría ser las dinámicas de la inflación en Colombia en los dos últimos años y los dos principales factores que explican el comportamiento—.

Lo que hace la Inteligencia Artificial es reunir con rapidez la información que tiene y elabora un texto en el que coherentemente cuenta lo que encontró sobre el fenómeno que le indagué en la literatura. Sobre el texto que nos entrega podemos decir que está bien elaborado desde el punto de vista gramatical —pues conoce las reglas de elaboración de escritos— y que presenta una información enciclopédica valiosa —con cifras y datos que incluso yo no conozco—.

Pero al mismo tiempo que leo me doy cuenta que: primero, es un texto que no es mío, pues tiene otro estilo, otro tono y otra estructura a la que estoy acostumbrado. Segundo, que asume una postura valorativa con la que puedo no estar de acuerdo —mi postura como economista puede ser que en que las dos variables explicativas no son correctas—. Y tercero, que el contenido que me presenta no estén aquellas pequeñas cosas que me gustan, como la referencia continua a autores o ideas del pasado —como la del economista austriaco que uso en este ensayo—.

Esta situación, que lo más seguro sea también la suya, nos debe llevar a reconocer que, a pesar de los avances con la IA, existen muchas limitaciones, sobre todo en esta fase inicial de experimentación. La elaboración de un escrito, tipo columna de opinión, requiere de la presencia constante de un humano, que la guía, escudriñe y la suscriba.

La máquina requiere de unas indicaciones apropiadas sobre qué buscar —pues la elección de un tema exige de la intuición y el saber social—; necesita de una inteligencia que le haga las preguntas apropiadas —las cuales, bien elaboradas, ya contienen una respuesta, como decirle que busque si la inflación en Colombia está asociada a factores agro-alimentarios y no debido a la reactivación económica en la pospandemia o el conflicto entre Rusia y Ucrania—; y requiere elegir los argumentos que apoyen la tesis —como los datos que presentó el Banco de la República en noviembre 4 de 2022 sobre La inflación de alimentos en Colombia: una comparación con otros países.

En síntesis, se requiere de una persona que guíe a la máquina, que dude de la información y cuestione el contenido que le presenta, que verifique lo que se dice allí y que, finalmente, le dé un orden creativo. La elaboración de una columna de opinión requiere de mucho cuidado desde el principio —comenzando por el título, para que establezca con precisión la tesis quiero desarrollar—, para que genere sensaciones en el lector —mediante el uso de ejemplos, anécdotas o analogías— y para que motive controversias o consensos —tanto por los argumentos como el tono irónico, burlesco o conciliador—.

En especial, la escritura de un texto requiere de la presencia del ser humano para que se responsabilice de valorar lo escrito, de plantear la tesis y de ponerle el tono por lo que se dice allí, pues será el columnista quien reciba la crítica y la enemistad o las valoraciones positivas. Para que haga las preguntas pertinentes, imagine escenarios y cree sensaciones. Finalmente, el autor será responsable de tomar decisiones, como ponerse en lugar del otro y decidir si el texto tiene los elementos adecuados y suficientes para detenerse y poner un punto final, no aburriendo más al lector ni haciéndole perder el tiempo.

 

*Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad de la persona que ha sido autora y no necesariamente representan la posición de la Fundación Paz & Reconciliación al respecto.

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