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Foto del escritorLaura Bonilla

El eterno retorno de los Emberá

Por: Laura Bonilla



Desde el año 2012, se habla del retorno Emberá en Bogotá, más que por una deuda de restauración de sus derechos, porque Bogotá no los quiere. Es una verdad que, por cruda y dolorosa, no deja de serlo. Hoy a los retornos les llamamos soluciones duraderas. Las organizaciones de derechos humanos que han acompañado este proceso se cansan de repetir, gobierno tras gobierno, que para que un retorno dure, el lugar al que se retorna debe ser digno y la decisión de regresar debe ser voluntaria. Doce años llevan los Emberá siendo una pelota que se arrojan entre los gobiernos nacionales y distritales. Cada cuatro años cambian los liderazgos (a veces cada dos, a veces con más frecuencia) y todo vuelve a empezar.


La ciudad da lo que tiene. En el caso de los Emberá, como en el de muchos desplazados, Bogotá les ofreció una ventana a la mendicidad como medio de ingreso. Y pese a las miradas frías de los transeúntes, se gana más en un día bailando en un semáforo para entretener a los citadinos que en un mes con uno de los famosos proyectos productivos que siempre se presentan como alternativa de ingreso para las familias y cuya probabilidad de éxito no supera el 10%. De 100 proyectos productivos comunitarios, 90 mueren en menos de cinco años. Bogotá también tomó la vulnerabilidad de las niñas y mujeres Emberá y la usó como justificación para el abuso, la explotación sexual y el trabajo forzado, normalizados muchas veces en los sistemas patriarcales que también son propios de nuestros pueblos indígenas. Cuando se tomaron el Parque Nacional, la misma ciudad los repudió. Quizás porque, juntos, viviendo y acampando allí, encontraron su mejor arma de protesta: incomodar a los citadinos.


Nueve veces ha intentado Bogotá subir a las familias Emberá en buses y "devolverlas a su territorio". Muchos bienintencionados creen que volver a los resguardos en Mistrató y Pueblo Rico no solo es lo mejor, sino que allí podrían rehacer su proyecto de vida adaptado a sus costumbres y tradiciones. Pero la verdad es otra. Cuando se hizo el censo de las familias Emberá en Bogotá, las 1.300 personas que manifestaron querer retornar voluntariamente no querían quedarse para siempre. Se convirtió en un modo de vida el ciclo de llegar a la ciudad, incomodar hasta más no poder a los ya hipersensibles bogotanos, subirse a un bus, recibir algo de ingreso por unos meses y volver a empezar. Una especie de nomadismo urbano interinstitucional. Los números me llaman la atención: hace doce años eran 648 personas. Hace siete meses fueron 1.300. Hoy son aproximadamente 2.000 personas —hombres, mujeres y niños— que regresan en 40 buses a Bogotá.


Cuando uno logra conversar, fuera de cámaras y grabadoras, con alguno de sus liderazgos, las razones para no volver a Mistrató y Pueblo Rico son más que lógicas. Allá no hay ingreso. Mientras duran las rentas, se puede vivir; sin ellas, no hay cómo sobrevivir. En doce años se pierden las habilidades para cultivar la tierra, y, seamos sinceros, como han sido las cosas en Colombia, con ese patriarcado a veces soterrado y a veces explícito, después de que las mujeres tuvieron, así fuera, una porción de ingreso, volver atrás se siente como una gran derrota. Les va mejor a los que se quedaron y, de alguna manera, se integraron a la ruda Bogotá. Por eso se vuelve, por eso ahora son dos mil personas que intentan una vez más este modo de supervivencia.


Siete meses han pasado desde las fotos que se tomó el gobierno distrital con el nacional anunciando la acción más innovadora que, por fin, iba a llevar seguridad alimentaria y desarrollo a "los territorios", con un acompañamiento decidido del gobierno distrital para sacarlos de aquí y del gobierno nacional para retenerlos allá. Lo que ocurrió en estos meses es tan innovador que ha ocurrido nueve veces. No me sorprende. Aquí, a la misma política pública, se le cambia el nombre, el enfoque y dos palabras más, y se hace exactamente lo mismo. Pero me queda una pregunta para mis lectores: después de doce años yendo y viniendo, más tiempo viviendo que yendo, ¿no sería suficiente para que cualquier persona sea considerada tan ciudadana como otra?

 

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