Por: Iván Gallo- Editor de Contenidos
Fotos tomadas de: W Radio y Semana
Cuenta León Valencia que en el año 2002 estaba muy contento porque para las elecciones al congreso lo llamaron de un noticiero por primera vez a hacer análisis de resultados. Juicioso, en la época antes de la Tablet y los celulares inteligentes, llevó todo anotado en sus agendas. Los posibles ganadores por región, las sorpresas, todo estaba controlado. Nadie lo podía corchar. Y sin embargo, cuando empiezan a verse los resultados, sobre las cinco de la tarde de ese domingo aciago, León se da cuenta de su error: no sabe quien es la congresista con mayor votación. Jamás en su vida había escuchado hablar de Eleonora Pineda. No sabía que se hizo con una clientela caudalosa en Córdoba gracias al centro estético que montó. Que había nacido en Tierralta y que tenía amigos influyentes en Córdoba.
En ese momento Valencia, columnista de El Tiempo y de la revista Semana, era la cabeza de Nuevo Arco Iris, el centro de investigaciones más riguroso del país. Algo raro estaba pasando. Porque los 88 mil votos de Pinera no eran la excepción en esas elecciones. Era la regla. En Caucasia, pleno Bajo Cauca antioqueño, Rocío Arias, periodista de cierto renombre en la zona, adscrita a algunas causas sociales, pero sin ninguna trayectoria política, había llegado a la Cámara de Representantes con poco menos de 30 mil votos. Esto sólo para citar dos nombres de las decenas que conformaban el nuevo congreso y que habían llegado a él con partidos que nadie conocía.
Estructuraron el proyecto, acompañado de jóvenes investigadores que en esa época empezaban a despuntar como Laura Bonilla, experta en el tema político en el Magdalena Medio y Santander, piden apoyo al gobierno sueco y arrancan a investigar. Dos años después, en el 2004, lanzaron el libro que partiría en dos los estudios políticos en el país: Parapolítica: la ruta de la expansión paramilitar y los acuerdos políticos. Lo que tenían en común las senadoras Eleonora Pineda y Rocío Arias es que habían sacado los votos necesarios para llegar al Congreso en las zonas de alta influencia paramilitar. Insuflados en su nube de opio, las AUC estaban obsesionadas con llegar a tener un status político, negociar con un gobierno afín a algunos de sus preceptos y salvarse de la cárcel e incluso de tener que entregar las fortunas que ganaron a sangre y fuego. Y además quedar con el rótulo de ser los héroes de salvar a Colombia de las garras de las FARC.
El libro al principio fue distribuido entre los nichos de grupos de estudio y de algunos medios de comunicación. Paralelo a esto, congresistas como el siempre acucioso Gustavo Petro, se llenaron de datos y argumentos en sus debates contra los congresistas que pactaron con las AUC. Sus acusaciones terminarían poniendo en la cárcel a gente tan cercana a Uribe como a su propio primo, Mario, a quien los paracos apoyaron financiando campañas y lo que es peor, obligando a salir a votar a la gente en sus zonas de influencia con un fusil en la cabeza.
El sentido de la lealtad que tienen políticos como Álvaro Uribe o su primo Mario se parece al que ostentan personajes de la ficción mafiosa como Michael Corleone o Tony Soprano. La respuesta de ellos ante la investigación fue sentirse ofendidos. Estaban convencidos que a un ex militante de guerrillas como León Valencia no le correspondía entrar a investigar a los colombianos de bien que le habían dado una oportunidad. Según lo cuenta en su libro, Años de guerra, León Valencia se encontró en marzo del 2008 con el senador Mario Uribe en una oficina de la Fiscalía en Bogotá. Tenía que responder por una demanda interpuesta a raíz de sus escritos sobre Parapolítica. Aunque se trataba de la diligencia de conciliación Uribe, apenas vio al analista, se le abalanzó a golpearlo. Lo trató de asesino, lo hizo sentir un abusivo porque se estaba aprovechando de la libertad que le habían dado los periódicos -como si los periódicos fueran de él- para enlodar a un tipo correcto como era él. Si no se interpone su abogado León seguramente hubiera salido golpeado. Violenta también fue la reacción del entonces presidente, quien pregonaba una actitud personal que rayaba en lo zen gracias a las goticas de valeriana -iba a escribir marihuana- que confesaba tomar. A León lo llamó a recordarle los breves momentos que habían compartido, los favores que se habían hecho y reprochándole lo mal que, según él, pagaba esa confianza. Lo que flotaba en el ambiente era el ruido que hace un animal grande al moverse.
El libro empezó a ser tan conocido que el término parapolítico se hizo popular. Petro incluso se lo atribuye. En sus encendidos debates en el Congreso jamás llamó a Álvaro Uribe parapolítico. Le decía mafioso o directamente paramilitar. Jamás parapolítico. El término nace en este libro.
La visita de los comandantes paramilitares Ernesto Báez, Ramón Isaza y Salvatore Mancuso en el 2004 a un congreso en donde hubo senadores como el infausto Moreno de Caro, al que poco le faltó para arrodillarse ante sus héroes, ocupa un lugar privilegiado en la Historia Universal de la Infamia. Iban a explicarle al país cómo iban los acuerdos de paz. Los Paramilitares tenían éxito en eso de venderle la idea a Colombia de que su lucha era contra la insurgencia. Que los rumores circulantes de los despojos, las desapariciones, las masacres, el narcotráfico y el ansia de poder que tenían era sólo parte de la narrativa de ficción de la izquierda. La verdad prevaleció.
El escándalo que desataba el libro se hizo global. Uribe, que estaba dispuesto a pactar con los Comandantes de las AUC, empezó a quedarles mal. A traicionarlos. Lo peor para el uribismo sucedió cuando, en el 2008, Intermedio Editores lo publica y su portada aparece en las vidrieras de las principales librerías del país. Se empieza a vender como si fuera el mismísimo Harry Potter. En Santander los políticos implicados, como el Tuerto Gil, se molestan por el trabajo de Laura Bonilla y su acuciosa investigación contra la política en el Magdalena Medio.
Recibe amenazas, se tiene que ir del país. José Obdulio Gaviria, quien fuera amigo de Carlos Pizarro y que como abogado en los años setenta ayudó a sacar de la cárcel a varios miembros del EPL, se arrancaba las barbas por lo que consideraba un improperio contra su líder máximo y colombiano más inmaculado. Trató a León Valencia y su fundación de refugio de terroristas, se encarnizó contra él en sus columnas en el Tiempo e incluso publicó un libro que servía como contragolpe intelectual contra el estudio de Nuevo Arco Iris. Un libro del que no se acuerda nadie y que es mejor que continúe enterrado para no desprestigiar a sus autores. Ese era el discurso de José Obdulio público. En lo privado llamó a León Valencia a ofrecerle el ministerio de Cultura.
Uno de los capítulos que más le molestaba a José Obdulio era el de Claudia López, enfocado en la influencia paramilitar en Antioquia. La llamó a la futura alcaldesa de Bogotá una “Torquemada del Siglo XXI” e intentó sin éxito deslegitimar la investigación. Aunque Uribe en ese momento tuviera el 70% de favorabilidad, la investigación que ponía en entredicho el Congreso que lo respaldaba, sus políticas de seguridad y su acuerdo de paz con los paracos, se vendía como pan caliente: 30 mil ejemplares en unas cuantas semanas.
Parapolítica: la ruta de la expansión paramilitar y los acuerdos políticos fue la investigación que ayudó a salvarnos de lo que se venía, una especie de Pinochet sin las charreteras militares. Un libro que sirvió para que se hiciera justicia, en donde fueron encarcelados más de 60 congresistas por sus nexos con los paramilitares. Cumple 20 años la osadía de León Valencia, Laura Bonilla, Claudia López, Mauricio Romero y otros investigadores que se jugaron la vida en el acto nombre de decir la verdad.
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