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El medio que se respira en Tame, Arauca

Por: Laura Bonilla




Clemencia vive en una vereda a dos horas del casco urbano de Tame, Arauca. Allí, un grupo armado controla todo: lo que se come, se vende y quién entra o sale. Cuando su hijo enfermó, tuvo que viajar a Tame, pero los grupos armados dictan los horarios de movilidad. Clemencia pagó más por el transporte, debido a la extorsión, y tuvo que buscar dónde pasar la noche para no violar el toque de queda. En el pueblo, hasta los negocios pequeños pagan extorsión. Al regresar, debe justificar cada movimiento para seguir viviendo en su casa. Cualquier anomalía o comportamiento distinto debe informarse al presidente de la Junta de Acción Comunal, tan atrapado como ella en el control de los armados.


De vez en cuando, patrulla el Ejército. Pero su presencia es breve, y los militantes de ambos bandos se repliegan esperando que se vayan. Cuando el Frente Décimo de las FARC se rearmó en 2017, consiguió rápidamente armas gracias a una frontera porosa y a las grietas en las Fuerzas Armadas, cuya corrupción es la grieta por la que salen las armas que luego usan los ilegales. Mientras tanto, el ELN aprovechó la ausencia de las FARC para fortalecer su control, y el Décimo se proclamó como la autoridad legítima, disputándose el poder con ellos.


No hubo Estado de Derecho que se impusiera. La gente de la vereda intentó, con esperanza, ser parte de la paz prometida. Sembraron, participaron, opinaron. Hicieron mapas participativos y talleres. Aprendieron zapatería, a producir aceite de sacha inchi y chocolate artesanal. Pero los zapatos no se vendieron, el aceite fue muy costoso y el chocolate no pudo superar las barreras geográficas para venderse a un precio competitivo. No llegaron ni las vías, ni las escuelas, ni los empleos prometidos. El ELN "confiscó" fincas y tractores a las asociaciones campesinas, mientras el Décimo puso bombas a organizaciones de derechos humanos y asesinó a líderes sociales. La paz duró solo dos años, del 2016 al 2018.


En el departamento, ni el ELN ni el Frente Décimo distinguen civiles de armados. Clemencia no participa en reuniones, por miedo. Cualquier desliz puede llegar a oídos peligrosos, y teme que se lleven a su hijo. Ahora, todo el mundo es enemigo de todo el mundo. Lo que ocurre en la vida de Clemencia ha sido llamado de muchas formas: gobernanza armada, criminal, reconfiguración del conflicto o cooptación del Estado. Algunos analistas dicen que la violencia se despolitizó; otros opinan que las bandas criminales se politizan. Mientras que para unos todo es igual, para otros nada lo es.


Pero lo curioso no es la diversidad de explicaciones, sino que, a pesar de los diagnósticos, siempre hacemos lo mismo. Arauca ha pasado por militarización, procesos de paz y ciclos de diálogos, combinando estas estrategias en mayor o menor medida. Entonces, ¿qué falta?


Tengo la intuición de que lo que falta es más sencillo de lo que parece. No se necesita un sistema sofisticado para creer en quienes viven bajo amenazas. Se puede atender mejor las alertas tempranas, asignar más recursos descentralizados y priorizar la prevención de violencias. Se pueden implementar programas de protección más rápidos y efectivos, que respondan de inmediato a las necesidades. A veces, las soluciones no requieren grandes innovaciones, sino la voluntad de escuchar y actuar a tiempo. Pero eso es justamente lo que no hemos hecho.

 

1 Comment


vaanshsharmaa
hace 20 horas

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