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El médico que convirtió a Adolf Hitler en un drogadicto

Por: Iván Gallo-Editor de Contenido



En los últimos días que vivió en el búnker ubicado debajo de la cancillería del Reich Hitler daba asco. El cuerpo se le había inflamado por culpa de los gases, la piel era amarilla y agrietada como un pergamino, uno de sus párpados se hinchó hasta tal punto que uno de sus ojos se cerró completamente, babeaba y arrastraba los pies. Parecía un hombre de ochenta años mal cuidados. Según Joseph Goebbels, su ministro de propaganda y más fanático seguidor, la culpa de esto la tenía el médico de cabecera del Fuhrer, Theo Morell.

 

La historia de ambos se remonta a 1936. Hitler está en la cuesta de la popularidad. Acababa de mostrarle al mundo que los relatos que hablaban de una feroz dictadura no era más que una calumnia sionista. Alemania era el país del futuro. Así lo demostró con la fantástica y eficiente organización mostrada en los Juegos Olímpicos de Berlín. Morell llega a las puertas de Hitler recomendado por su fotógrafo personal, Hoffman, quien afirmaba que el médico le había suministrado unas inyecciones que le habían curado sus dolencias gástricas, una enfermedad que compartía con Hitler. Así que el sumo emperador alemán quiere conocer al tal Morell. En aras de la búsqueda de la supuesta perfección aria el doctor está muy lejos de serlo: era la viva personificación del autodesprecio. Pelo graso, cuerpo deformado por la grasa, ropa sucia, Morell olía mal. Sin embargo pasó la prueba con el exigente Hitler: las inyecciones no sólo le habían curado sus dolencias estomacales sino que le había dado energía.

 

Hitler le dijo que tendría de ahora en adelante un sólo cliente: él. Le dio una mansión, un sueldo astronómico y desde entonces sería su sombra. En ese momento la industria farmacéutica alemana estallaba. Laboratorios como Merk creaban cocaína y habían descubierto la metanfetamina. Necesitaban soldados y trabajadores incansables. Así que, por ejemplo, y con el visto bueno del Reich, distribuyen unas tabletas llamadas pervitina -que eran meta pura- entre las familias y los soldados. Alemania entra en guerra en 1939 y un año después, en tiempo record y liderados por el general Rommel, consquitan toda Europa. La velocidad con la que estas tropas actuaron tenía una explicación: oficiales y soldados iban hasta las cejas de Metanfetamina. Hitler se sentia pletórico de energía. Para esto también había una razón. Los comprimidos que le daba su médico era una mezcla de Eukodal -un opioide poderoso que tiene efectos y contraindicaciones tan devastadores como la oxicodona en los Estados Unidos- y cocaína pura.

 

Con los soldados en un subidón de Metanfetamina arrancaron la guerra relámpago contra Rusia. En 1941, además de ese error, Alemania abre un frente con los Estados Unidos. Creían que podrían tener la fuerza suficiente para llegar a Moscú antes del invierno de ese año. Pero en octubre están varados a doscientos kilómetros de la capital soviética. A partir de allí todo fue cuesta abajo. El contragolpe de Stalin terminaría cuatro años después. Sofocando las ciudades alemanas a punta de bombardeos. Y Hitler jamás volvió a hacer uno de sus encendidos discursos. Las amas de casa y los trabajadores alemanes también fueron evenenados con Pervitina para alargar las horas de productividad. El resultado es que tres años después de uso intenso de la Metanfetamina, los soldados y el pueblo aleman estaban quemados.

 

Su líder también. Después del 20 de julio de 1944, cuando los generales alemanes intentaron matarlo, todo para Hitler fue cuestabajo. El uso de drogas, debido a las dolencias que le habían quedado tras el atentado, subieron hasta el paroxismo. Se estima que Hitler recibía 8 inyecciones al día y media docena de tabletas. Ya no dormía, deliraba. Se reunía con su arquitecto Albert Speer para soñar ciudades que jamás se construirían. La guerra estaba perdida. Cuando se enterró con su circulo más cercano en el búnker de la cancillería, la primera persona en la que pensó fue en su médico. Morell había acumulado una fortuna a costa de la salud del Fuhrer que a quien había convertido en un drogadicto. En el búnker a Morell le pasó lo peor que puede sucederle a un dealer, se quedó sin suministros. Los aliados habían bombardeado los laboratorios alemanes. No había coca, morfina ni eukodal. Hitler, en un ataque de rabia, despidió a su médico. Se quedó sólo, mascando el desprecio que ya empezaban a sentir por él sus asesores más cercanos. El 30 de abril de 1945, después de casarse con Eva Braun, se tomó su último veneno, una pastilla de cianuro, en el viaje lo acompañó Goebbels, sus cinco hijos y su esposa. También su perrito Blondi.

 

Morrel fue capturado en mayo de 1945. Dos años después moriría en la miseria. Su historia apenas empieza a conocerse. Es importante decir que ninguna de las funestas decisiones que tomó Hitler contra la humanidad fueron alteradas por las drogas. Era plenamente consciente y responsable cuando lo hizo.


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