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El periodista que le contó al mundo el horror del Holocausto

Por: Iván Gallo-Editor de Contenidos


Fotos tomadas de: Nueva Revista


Lo más impresionante para Vasili Grossman era ir recorriendo pueblos en la Unión Soviética y constatar que no había quedado un solo judío. Ciudades enteras devastadas por asesinatos en masa. En ese momento el escritor trabajaba para el diario Estrella Roja. Si bien su obra no había tenido la repercusión de denuncia que llegó a tener Illiá Ehrenburg, a quien Hitler llamaba “Lacayo de Stalin” por mostrar los desmanes de la ocupación Nazi en la URSS, Grossman ya tenía notoriedad. La iniciativa de judíos en el exilio, algunos con el prestigio de Albert Einstein, de empezar a recopilar el horror en el Libro negro del exterminio a los judíos, lo tuvo a él como escritor protagónico. Desde 1943, cuando termina la encarnizada batalla de Stalingrado, a las tropas alemanas no les quedó de otra que empezar a retroceder. El frente se movía vertiginosamente. Grossman estaba allí, entrando a poblados, liberándolos y descubriendo el horror.


Así supo que entre el 29 y el 30 de junio de 1941 los alemanes ordenaron ejecutar en Kiev a 33.711 judíos. El único crimen que habían cometido niños, ancianos, bebés, era ser judíos. Nadie era inocente. Eran culpables de raza. Los ponían en largas filas de espalda a un abismo y allí les disparaban. A medida que el periodista avanzaba, junto a la tropa, el velo se caía de sus ojos. Y entonces la dolorosa claridad enceguecía. No estaba preparado para lo que vendría. Antes de la guerra su familia vivía en la ciudad ucraniana de Berdichev. Allí los nazis establecieron un gueto a donde fueron a parar todos los judíos residentes allí. Eran más de 20 mil. Los ponían en barracones, hacinados, sin baños. Los dejaban podrirse. A los más fuertes los dejaban vivir un poco más. El Reich necesitaba fuerza de trabajo. A las mujeres y a los niños los fusilaban. Los SS lo hacían sin odio. Disparaban como si fuera rutina, un trabajo más. “Qué terrible es que alguien te pegue sin odio” Decía en uno de su relatos Primo Levi, uno de los sobrevivientes de Auschwitz. Grossman sabía que su mamá estaba muerta, pero el duelo necesita certezas. Todos necesitamos verdad.


El 27 de julio de 1942 setenta mujeres fueron fusiladas después de ser escogidas de manera aleatoria. Una de ellas era su madre. Sobre lo que vio por su paso en ucrania escribió párrafos tan intensos como éste:


“Todos han sido asesinados, muchos cientos de miles, un millón de judíos en Ucrania. No es la muerte de los soldados armados durante la guerra, de las personas que han dejado atrás un hogar, una familia, un campo, canciones, libros, tradiciones, cuentos. Es el asesinato de un pueblo, el asesinato de una casa, de una familia, de los libros, de la fe; es el asesinato del árbol de la vida; es la muerte de las raíces, no de las ramas y las hojas; es el asesinato grande y múltiple, creada generación a generación por miles de artesanos e intelectuales listos y talentosos. Es el asesinato de la moralidad de un pueblo, de las costumbres, de los relatos humorísticos que han pasado de abuelos a nietos; es el asesinato de los recuerdos, de una canción triste, de los poemas de la gente sobre las alegrías y amarguras de la vida; es la destrucción de las chimeneas familiares, la destrucción de los cementerios; es la muerte de un pueblo que ha vivido durante siglos al lado del pueblo ucraniano, que ha trabajado, pecado y obrado bien, que estaba muriendo en el mismo país”.


A medida que avanzaba por esa tierra arrasada Vassili Grossman, reportero de guerra, escritor, judío en un régimen antisemita como el de Stalin, va dejando de ser el hombre que era. Conoce a los criminales nazis, los que daban la orden. Constata que tiene el pelo, los ojos, el rostro de un hombre, pero no lo son.  Se niega a creer que lo sean. El paroxismo del horror llegará internándose en Polonia. Fue la nación que más sufrió la ocupación Nazi. En 1939, pocos días antes de empezar la guerra, su capital, Varsovia, tenía 1.200.000 habitantes. Cuando los rusos entran a ese país, en 1944, apenas hay 160 mil personas. Los judíos que sobrevivieron al gueto, a Auschwitz y Treblinka, son muy pocos. El primer campo de concentración al que entran es Majdanek. Allí murieron 100 mil polacos y 150 mil judíos. En el relato de Grossman queda claro que lo que más lo impresionó fue ver la montaña de zapatos de niños. Niños de cinco años, de seis, de uno. En ese lugar, que todavía funcionaba como centro de exterminio pocos días antes de que entrara la avanzada rusa, vieron un horno con cuerpos a medio calcinar. Grossman no pudo dormir durante días.


Pero entonces llegaron a Treblinka, acaso el segundo campo de concentración más terrible de los nazis e inmediatamente Grossman puso en duda el concepto de humanidad. El plan de exterminio estaba perfectamente calculado y arrancaba con las reubicaciones. Primo Levi en su Trilogía sobre Auschwitz narra como fue llevado en el invierno de 1944 a ese campo de exterminio. El viaje, desde Italia, duró cuatro días en tren. Fue un viaje deliberadamente lento, en donde paraban durante horas exponiendo a las personas, llevadas con la rudeza con la que se lleva a un ganado que se odia, que se desprecia, a la sed, al hambre y al frío. En el viaje moría una parte y los que vivían tenían la esperanza de que irían a un lugar de trabajo. Pero no. Cuando los bajaban del tren eran llevados a una cámara, con sus hijos, y eran gaseados. Los que sobrevivían eran hacinados en barracones, sin zapatos, con piojos, con hambre, con cansancio. Eran muertos en vida.


En Treblinka Grossman presenció el interrogatorio a un ucraniano encargado de gasear a los prisioneros. Este es el diálogo:


-¿A cuántas personas gaseabas al día?

-Novecientas, creo. -no usaba la palabra “personas”. Tras una pausa, añade- Hasta mil doscientas…

-¿Luego, cómo pasabas el tiempo?

-Cantábamos.

-¿Qué canciones, por ejemplo?

-“O Tannenbaum, O Tannenbaum”


Grossman no soporta el interrogatorio y sale del búnker. Tiene las gafas empañadas del llanto. Publica un artículo titulado El infierno de Treblinka. Fundado en julio de 1942 se asesinó en dos años a ochocientas mil personas. Los números en el relato dejan de tener importancia. Grossman escribe “Himmler -el oficial al que Hitler le dejó la potestad de ser el arquitecto del Holocausto- pretendía que el campo quedara sumido en el secreto: que ni una sola persona quedara con vida”. Todo era una farsa. Treblinka era una farsa. Se había construido la fachada para que diera la impresión de ser una estación cualquiera de tren. Los que llegaban no sabían que se adentraba en una zona de muerte. Con esta parodia -que incluía muchas veces bandas de música para recibir a los recién llegados, llevando a cotas insospechadas un sentido del humor satánico- se aplacaba cualquier conato de escape, de rebelión.


Las impresiones de Grossman sobre Treblinka están en el Libro Negro, un trabajo que años después sería invisibilizado en la URSS por Stalin. En uno de sus párrafos describe a Treblinka, intenta no quebrarse:


“Estamos en el campo. Pisamos la tierra de Treblinka. Las vainas de los altramuces se abren nada más tocarlas; con un tintineo casi imperceptible, millones de semillas diminutas se esparcen por la tierra. El sonido de las semillas que caen y las vainas que se abren forman una melodía única, suave y triste. Se diría que un toque de difuntos nos llegara desde lo más profundo de la tierra. Y la tierra, rica e hinchada como si estuviera saturada de lino, tiembla bajo nuestros pies: tierra de Treblinka, tierra sin fondo, una tierra que se balancea como el mar. Este desierto cercado por una alambrada ha enguillido más vidas humanas que todos los mares y océanos de la tierra desde el origen de la humanidad”


La caminata de Grossman llega a Berlín donde presencia la última batalla. Entra incluso a la cancillería del Reich, ve los libros destruidos de Hitler y el cuerpo de su ministro de la propaganda, Joseph Goebbels, medio chamuscado, siendo exhibido en un poste. Se acaba el régimen Nazi. El mundo sabe del Holocausto gracias a sus relatos. Después para él empezaría una tragedia personal que lo llevó al ostracismo a su país. Pero eso, eso es otra historia.

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