Por: Attila Lenti
Analista de riesgos políticos y experto en cooperación internacional
La palabra “articular” figura en el Plan Nacional de Desarrollo (PND) 110 veces en diferentes formas. La palabra “coordinar” 88 veces. No está mal para un documento de 321 páginas: posiblemente se trata de una de las expresiones más comúnmente usadas en los diferentes planes y estrategias públicas de todos los tiempos y este PND no es la excepción. Hay que articular entidades, sectores, planes, sistemas, políticas, instrumentos, procesos, actores, gente, porque todo anda desarticulado. Lo institucional refleja una forma de trabajar en la que cada colombiano es una república independiente. El problema no es de capacidades organizativas, todo el mundo sabe el cómo. El problema es cultural.
Cada vez que veo las palabras anteriormente expuestas como una especie de acción-objetivo en determinado contexto, recuerdo un fenómeno que observaba en diferentes grados en toda entidad colombiana donde llegué a trabajar, fuera pública, privada o de la sociedad civil. La incapacidad de asumir sinceramente una causa y su construcción pública haciendo equipo, sin egoísmos, conspiración por el poder o jugaditas individuales. La impresionante contradicción de que la solidaridad que existe en la vida comunitaria no pueda existir en un espacio de trabajo, porque siempre parece más importante mostrar desempeño individual que construir algo duradero entre todos. La imposibilidad de ser un engranaje más que hace lo necesario, con precisión y seriedad, buscando cooperación transparente con los otros, pensando en el impacto final, sin tanta foto y arribismo. Algunas veces las ganas de mandar y ejercer poder sin comprender que dirigir es tan solo un trabajo más y que toda actitud arrogante obstaculiza la operación efectiva y legítima. En pocas palabras: la incapacidad de aplicar la receta fundamental que hace que algunas sociedades sean más exitosas que otras, desarrollando democracias reales e incorporando la creatividad de todos.
En Colombia se habla mucho de la falta de noción de lo público. ¿Cómo es posible que un pueblo con extraordinarias habilidades de comunicación, con prácticas de solidaridad capaces de garantizar la sobrevivencia de barrios y comunidades campesinas enteras en ausencia de un Estado, con gestos diarios de fraternidad con desconocidos, no sea capaz de obrar de manera ordenada por el bien común? ¿Qué se necesita para que lo haga?
Puede parecer una pregunta ingenua pero es una pregunta crucial. Es un cliché de diagnóstico mil veces repetido que la fragmentación regional, la herencia de instituciones coloniales dedicadas al saqueo, la distancia creada entre la sociedad y sus élites que han abusado de sus privilegios, y la ausencia histórica de un proyecto nacional incluyente, crean una cultura de lucha por la sobrevivencia basada en la astucia y la desconfianza total en toda institución. Pero con eso no llegamos más cerca de la solución.
Lo cierto es que el Estado tiene un rol central, y ahora que ha llegado un proyecto popular de izquierda basado en un movimiento amplio, todos esperan un cambio. Temo que este cambio no solo debe expresarse en reformas que se aprueban en el Congreso. La responsabilidad va mucho más allá. Si bien es de toda la sociedad, una sociedad que en estos años ya mostró unidad en las calles, por ahora visiblemente llega el turno de los elegidos. La tarea es hacer creer en la práctica que sí hay proyecto nacional que aglutina, una idea por la que vale la pena trabajar. Detrás de cada gran nación hay una idea que influye hasta la última práctica cultural. Detrás del modelo nórdico es la idea de la igualdad y una sociedad civil robusta con ética sólida; detrás del sueño americano, hoy algo desvanecido y vaciado, es la promesa de la movilidad social a punta de talento y trabajo duro.
Hasta ahora el gobierno de Petro ha resultado ser tremendamente efectivo en reinventar a Colombia en el plano abstracto y mostrar una idea integradora. Hasta tal punto que esta idea, ser “Potencia Mundial de la Vida”, al realizar victorias tempranas en su implementación puede mostrarle un camino a toda la izquierda de América Latina y brindar la oportunidad de tematizar la política en el país por décadas. El nuevo modelo planteado es potente, porque en el plano mental ofrece una salida al modelo dependiente del desarrollo del Sur (fin del extractivismo), fomenta el orgullo nacional (ser potencia en algo tangible), coloca en el centro las verdaderas riquezas del país (agua y biodiversidad) en una sociedad con raíces campesinas y fuertes vínculos con la naturaleza, y brinda un inmenso campo de desarrollo profesional para millones de jóvenes, ya que es intensivo en conocimiento. Todo depende de su implementación, y la implementación depende de la efectividad del Estado en la vida real.
¿Es posible visualizar un Estado que se transforme por dentro, o sus mecanismos perversos institucionalizados de privilegios, clientelismo y burocracia evidenciarán resiliencia, absorbiendo y resistiendo a todo intento de transformación? Se necesita una actitud ejemplar de gobernar e implementar política pública, que sea coherente con los conceptos de moda colocados en el Plan de Desarrollo. En el Estado hasta el último funcionario debe actuar con humildad, transparencia y como parte de un engranaje.
El ejemplo debe comenzar con los de arriba. Entonces, no se debe nombrar a nuestra amiguita sin formación relevante como directora de una de las entidades más importantes del país que está encargada de la protección de la niñez, el futuro del país. Una ministra no debería hacer declaraciones arrogantes, tratando como a menores de edad a los actores más importantes del sector que quiere reformar. Tampoco se debe poner la lealtad por encima de la crítica y la libertad de expresión. Y sobre todo: Twitter sirve para muchas cosas, pero desde Donald Trump se sabe lo contraproducente que puede resultar su excesivo uso en el ejercicio de gobernar.
Porque todo lo anterior manda el siguiente mensaje al pueblo: “en medio de tanto discurso hago lo mismo que los de siempre”. Además, si este es el ejemplo públicamente expuesto, queda la pregunta: ¿cuál es la cultura de trabajo que promuevo en ese Estado, actor central del cambio, que supuestamente se quiere fortalecer? Estos actos simbólicos anulan todo el potencial del plano teórico del Plan Nacional de Desarrollo. En la cima del poder vale la pena recordar que gobiernos vienen y van. Hoy arriba, mañana abajo, y una vez terminado el juego, el rey y el peón vuelven a la misma caja. ¿Cómo van a recordarlos en medio siglo?
No existe determinismo cultural y claro, ningún pueblo está condenado a cien años de soledad. Hay una evidente ventana de cambio que por ahora estará abierta por un tiempo limitado. Se puede articular, coordinar, organizar, aglutinar sociedad alrededor de un proyecto nacional. Sin embargo, la implementación de este Plan de Desarrollo en últimas dependerá del ejemplo y la calidad humana de los funcionarios en todos los niveles, de equilibrar la ambición individual con la idea de lo público. De la cultura del cambio, de la superación cultural del individualismo. La solidaridad también es colombiana. Su extensiva normalización puede cambiar las cosas para siempre.
*Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad de la persona que ha sido autora y no necesariamente representan la posición de la Fundación Paz & Reconciliación al respecto.
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