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El presidente Petro y la buena educación

Por: Guillermo Linero Montes

Escritor, pintor, escultor y abogado de la Universidad Sergio Arboleda




Cuando en el mito griego se le prohíbe a Prometeo compartir el fuego –el fuego como metáfora del humanismo y del progreso técnico–, realmente se le está pidiendo que no lo propague a través de lo que llamamos educación; es decir, con procesos facilitadores del aprendizaje. En fin, sabemos que los dioses le exigieron a Prometeo que negara el conocimiento y sabemos que el titán les desobedeció.


Con la educación y la consecuente trasmisión del conocimiento, comenzaría el desarrollo de la civilización. Ese “primer motor” al cual se refería Aristóteles, como al único Dios, era realmente la educación: conocer y saber para hallar la verdad. De hecho, el profesor del estagirita, Platón, ya había clasificado la educación y le había precisado sus alcances. En el estado platónico, la educación se impartía de modo semejante a hombres y mujeres, y determinaba la clase a la cual pertenecían los individuos, según sus méritos y aptitudes. No en vano estos primeros filósofos le incrementaron al “progreso técnico” compartido por Prometeo el “progreso teórico” y la civilización occidental salió adelante indefectiblemente.


El conocimiento empezó a profesarse de manera eficiente e inequívoca, al establecerse técnicas básicas e inamovibles de procedimiento. Surgieron las reglas de instrucción para facilitar el hacer y surgieron, más allá del sentido común, las fórmulas de la lógica para comprender. La instrucción en procesos de hacer se volvió norma en los núcleos poblacionales que pretendían categorizarse como desarrollados. De ahí la Biblioteca de Alejandría, el surgimiento de las universidades, el desarrollo de la imprenta, la invención de la máquina de escribir y hoy la llamada Inteligencia Artificial, que en buena parte –al igual como lo haría Prometeo– ha democratizado, cada vez más, la propagación del conocimiento.


No obstante, como la educación no está comprometida en términos de su aplicación con criterios éticos o morales, ha sido utilizada por parejo, tanto para profesar conductas benévolas, como para impulsar las malas costumbres y las guerras. Todavía se tiene como preceptos básicos de la contienda armada, por ejemplo, las lecciones de Sun Tzu, acerca de la táctica y la estrategia militar en una situación meramente de estructura educacional negativa: “para triunfar en cualquier tipo de lucha hay que usar el engaño”.


Muchos gobernantes han visto en la educación algo que puede soslayarse, que puede negarse, o peor, que puede malversarse. Durante el llamado oscurantismo, lo que hicieron los representantes de la iglesia al apropiarse del conocimiento, fue prohibir la educación; y cuando los amos del medioevo y los jefes de las monarquías encontraron que vedándola o malversándola se podía hacer esclavos a los pueblos, entonces desarrollarían lo que más tarde el filósofo francés Louis Althusser denominó “aparato ideológico de estado”.


Althusser desde luego no se refirió a la educación para criticar que los gobernantes favorecieran el desarrollo y la democratización del conocimiento; sino, por el contrario, lo hizo para denunciarlos; pues, la mayoría de ellos, si no todos, niegan la educación o la pervierten. Algo así como usar la estrategia comunicativa del modelo de la educación para la producción en serie de ignorantes: te niego lo esencial y te cargo de noticias falsas. Ahí es cuando adquiere el nombre de “aparato ideológico” en su acepción negativa, que no define una virtud cerebral, sino un instrumento malversador de la realidad.


Contra ese uso perverso de la educación, numerosos pensadores, filósofos y estudiosos del siglo XX se dieron a la tarea de encontrar formas benévolas de resistencia civil contra la opresión estatal. La respuesta, paradójicamente, fue una predecible tautología: el mejor mecanismo para formar educativamente a los pueblos, es proporcionarles educación. Se trata de instruir para evitar la construcción de mecanismos de defensa armamentísticos (las llamadas revoluciones violentas) y encontrar fórmulas de resistencia cognitiva (los llamados cambios sociales).


La diferencia entre uno y otro de estos dos caminos –el de la buena o mala educación– se manifiesta implícita y explícitamente en la conducta: o robas y matas a los otros, o respetas lo ajeno y tienes compasión por tus semejantes. El primer camino es el mismo que señalara Hobbes, en el que el hombre es lobo para el hombre; y el otro camino es el de la fraternidad comunitaria (no el comunismo, ni tampoco el socialismo, peyorativos; sino la simple comprensión de la justa y sana convivencia).


Desafortunadamente, lo corriente es que los mandatarios –de izquierda o de derecha– condicionan los modelos educativos de sus programas de gobierno para hacer el mal, antes que para hacer el bien. El expresidente Álvaro Uribe, por ejemplo, hasta desmontó la materia de Historia de Colombia en los colegios y, como él, el expresidente Duque,¡ criminalizó a los profesores asustando a los padres de familia para que les tuvieran desconfianza moral e hicieron de los colegios y de las universidades opciones de alto costo monetario, haciendo de la educación –en la aplicación del aparato ideológico de Estado– un derecho negado a la mayoría.


En el caso del presidente Petro, sin duda el primero en la historia política del país que toma el camino de la buena educación, ha insistido siempre como líder político y ahora en calidad de mandatario, en el principio de que la educación es primordial para desarrollar el conocimiento de los ciudadanos y ciudadanas y, en tal suerte, hacernos menos enemigos de la paz y más enemigos de la guerra. Para cuidar el planeta, para que se desarrolle aquello que tanto se le endilga al cristianismo como bandera, pero que los mismos cristianos esquivan con egoísmo, como es el amor al prójimo.


El amor al prójimos significa que no quieres ver a los jóvenes en las cárceles –porque los atraparon actuando bajo el esquema de la mala educación o de la educación negada–, sino verlos felices trabajando, divirtiéndose y creando porque actúan bajo el esquema de la educación compartida (recuerden de nuevo a Prometeo). Esto hay que festejárselo al presidente Petro, que ha anunciado, a propósito de lo mal que nos fue en las pruebas Pisa –autoridad en la medición del rendimiento académico de los países– que la educación será gratuita en todos los niveles y para toda la población, poniendo a funcionar de nuevo ese “primer motor” del que hablara Aristóteles y a compartir también el fuego.


*Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad de la persona que ha sido autora y no necesariamente representan la posición de la Fundación Paz & Reconciliación al respecto.

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