El relato bíblico que encarnó Francisco
- León Valencia
- hace 12 horas
- 3 Min. de lectura
Por: León Valencia

David y Goliat , es, quizá, el relato más bello del antiguo testamento. Se encuentra, creo, en el primer libro de Samuel. David, un humilde pastor, derrota a Goliat, el gigante. La metáfora ha saltado de siglo en siglo inspirando causas y sustentando valores. Es un canto al ingenio del desvalido. Un himno a las muchedumbres olvidadas que de pronto irrumpen en la historia. Un símbolo de justicia.
Este Papa, que ha muerto antier en la mítica Roma, decidió hacer honor a esa metáfora y escogió el nombre de Francisco, símbolo de compromiso con los débiles y de amor por la naturaleza. Su vida y su prédica a lo largo de estos diez años de pontificado ha sido fiel a las enseñanzas de su mentor, el misionero de Asís, el amigo de los pobres y los migrantes, la naturaleza y sus misterios, fundador de una orden religiosa que tendrá mucho que decir en estos años donde ha vuelto la ostentación descarada del poder y la fuerza como emblema de gobierno en el mundo.
La metáfora ha estado ahí por siglos cuestionando una realidad que favorece al gigante, al más hábil, al más fuerte, al más cruel, desde siempre, desde cuando el homo sapiens derrotó y acabó con los otros humanos que compartían el planeta. Después la historia ha sido una sucesión de imperios moldeados por la guerra y el poder económico.
Pero la historia tiene sus fugas. A veces, los débiles, han derrotado con ingenio, valentía y persistencia a los gigantes o los han contenido y las batallas han sido tan crueles y desalmadas que han suscitado nuevos relatos. Los poderosos han tenido que conceder reglas o instituciones que regulen, aunque sea un poco, las relaciones entre humanos y entre países.
La segunda guerra mundial, detonada por un hombre y un país decididos a acabar con una raza y a dominar el mundo mediante la violencia, se convirtió en la carnicería más grande de la historia y el horror en su destello infernal dio vida a unos consensos y a unas organizaciones para regular la convivencia entre los más grandes, los más fuertes y los más débiles.
Fue cuando empezó la construcción de las Naciones Unidas ONU y su Consejo de Seguridad, para tramitar, o intentar tramitar, los conflictos armados; y, Luego, la Organización Mundial de la Salud OMS; y ya estaba, desde 1919, la Organización Internacional del Trabajo OIT; y hace treinta años, La Organización Mundial del Comercio OMC, para regular las muy ariscas relaciones económicas; en fin, una variedad de foros donde los países grandes y pequeños tratan, algunas veces con éxito y otras con fracaso, de conciliar intereses diversos y contrapuestos; los poderosos conceden hablar.
Este consenso liberal tuvo la virtud de comprometer, muchas veces a regañadientes, a Oriente y Occidente; a democracias, socialismos y dictaduras; a países ricos y pobres; en algunas reglas para tramitar conflictos en ciernes o apaciguar las confrontaciones más agudas y dolorosas. En ese consenso, ha sido noble y bien visto estar del lado del débil, sobre todo, si ese compromiso es auténtico y desinteresado.
El Papa Francisco fue apóstol de esa causa y eso no es fácil en la iglesia católica. Allí ha predominado por siglos una prédica a favor del poder y la riqueza que alimenta entre los pobres y desvalidos la resignación ante la adversidad con la promesa de que la recompensa vendrá en la otra vida.
Francisco y la teología de la liberación, que tuvo su gran momento en los años sesenta y setenta del siglo pasado en América Latina, supieron decir que la redención corría parejo en la tierra y en el cielo, que acá también merecían mejor suerte los seres humanos, todos los seres humanos, no unos cuantos privilegiados ajenos al dolor de los marginados.
Ahora, que igual que en los tiempos de horror de los años treinta y cuarenta del siglo pasado, un hombre y un país están volviendo añicos el consenso liberal que le daba sustento al dialogo y la controversia en medio de las agudas diferencias; un consenso que sostenía un orden mundial frágil y contenía con dificultades los perros de la guerra que tantas veces aullaban en los confines de la tierra; ahora que los descendientes de David mutaron tristemente dando vida a un Goliat contemporáneo que aplasta con sevicia a sus hermanos palestinos; ahora, nos hará mucha falta el Papa que honró la gran metáfora de Samuel en el antiguo testamento.
Comentarios