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El renacer de El Zancudo, la mina de donde salió la prosperidad de Antioquia

Por: Redacción Pares y Centro de pensamiento




Titiribí, el pueblo de Antioquia, se fundó por una mina, el Zancudo. Desde el siglo XVIII aventureros, busca vidas de otros municipios como Santa Fé de Antioquia o Rionegro, habían descubierto la riqueza de una mina cercana al río Cauca y que estaba ubicada a 60 kilómetros de Medellín. Un siglo después, en 1848, se fundó lo que se conocería como la Sociedad del Zancudo. Mucho tiempo atrás en ese lugar había un volcán. Sus propiedades convirtieron su suelo en un pozo de fertilidad y también de oro y de plata.

 

El terreno pertenecía a María José Ramírez Castañeda, una de las primeras mujeres políticas de Antioquia. Tenía la sangre azul de los conservadores y la visión que muchos hombres de empresa anhelaban tener. Cuando fundó la Sociedad del Zancudo la empresa costaba 10 mil pesos. Al morir, 14 años después, esta se había cotizado en 100 mil pesos. Sin embargo el dueño de la empresa era José María Uribe Restrepo, también conservador, como dictan sus apellidos.

 

Durante décadas esta empresa no paró de crecer hasta convertirse en una de las empresas más grandes de Colombia. En un artículo publicado en el Colombiano y escrito por David González se resume la importancia de la Sociedad del Zancudo en estas palabras: “La Antioquia que conocemos hoy en día tiene sus cimientos en la actividad minera de aquellos tiempos”.

 

Para 1863 la empresa tenía fundición propia, explotaba carbón y lo más impresionante: había creado su propio banco. Con él absorvieron a la competencia. Fue un proceso de expansión veloz y monstruoso. Su impacto se vio en el desarrollo no sólo de Antioquia sino en toda la región bañada por el río Cauca. El progreso se manifestó no sólo en la minería sino en las siguientes actividades: la construcción de ferrocarriles, la ganadería, el comercio, el montaje de industrias como la pólvora, las chocolaterías, los molinos de maíz, los cultivos de caña de azúcar y el tabaco. Pero, tal vez lo más importante, es que la Sociedad del Zancudo fue un semillero inagotable de nuevos ingenieros. El dueño a finales del siglo XIX, en donde la empresa vivió su época de mayor esplendor, fue Coriolano Amador, nacido en Medellín y el italiano Juan Bautista Mainero, quienes se preocuparon por darle la máxima capacitación a los encargados de explotar la mina para hacerlo de la manera más limpia y segura. Por eso crearon, en 1886, la escuela de Minas.

 

La empresa fue un ejemplo de cómo el país se iba tecnificando. Desde que llegaron los españoles a estas tierras soñaban con explotar el oro. Se inventaron un mito, veían brillos dorados en cada selva que descubrían, que aniquilaban. El Dorado sólo trajo muerte. Sólo hasta La Sociedad del Zancudo se pudo sacar el máximo provecho a los tesoros enterrados en una montaña. Los extranjeros llegaron con su tecnología para explotar las dos minas que correspondían a la sociedad, el Zancudo y los Chorros. La fiebre del oro, que cegaba vidas en California y Australia, llegaba a Colombia. En 1852 se constituyen dos empresas con capital extranjero,  los ingleses le metieron la ficha a La Frontino Gold Mines y Francia a la Compañía Francesa de Segovia. Los antioqueños, por otro lado, crearon la Compañía Minera de Antioquia.

 

Con los billetes del banco del Zancudo se les pagaba a sus trabajadores. Pero la decadencia llegaría pronto. Para 1927, con la muerte de sus dos dueños, la empresa empezó a convertirse en cenizas. Desde 1907 la prosperidad de la mina empezó a languidecer. La disminución de ganancia por tonelada de material empezó a disminuir. El oro, además, se iba agotando. En 1927 terminó la aventura. Lo que quedó fue una tecnificación, una prosperidad que convirtió a Antioquia, a pesar de sus evidentes y aberrantes desigualdades, en uno de los departamentos más prósperos del país.

 

A finales del 2024 el último vestigio que quedaba de la Sociedad del Zancudo se volvió polvo. La Capilla de Santa Bárbara en Titiribí, donde alguna vez los mineros se encomendaban a la virgen para preservar sus vidas, se derrumbó. Del Zancudo sólo quedó el silencio.

 

Pese a que en el Zancudo todo era polvo y recuerdos, a lo lejos se vislumbraba una chispa de esperanza en los rieles de la mina, pues con la Evaluación Económica Preliminar (PEA), anunciada por la minera Denarius Metals se estableció que el Zancudo aún conserva una viabilidad económica tan llamativa como el oro mismo, por lo que quien la posea podrá generar un flujo de efectivo a corto plazo. Lo que, sin duda, es atractivo, para quienes deseen explotarla porque sus retornos son considerables.

 

Con este estudio también se logró determinar que la mina posee una vida útil de 10 años y se prevé que genere ingresos netos que ascienden a los 1,000 millones de dólares, que provendrían de una venta aproximada de 576,000 onzas pagaderas de otro y 8,8 millones de onzas pagaderas de plata. Con este proyecto se busca estimular la economía local, generando beneficios al municipio de Titiribí y las comunidades aledañas. El Zancudo como el ave fénix puede resurgir de las cenizas, el polvo y el silencio, pero con su resurgimiento, pueden generarse conflictividades por los tesoros que se encuentran aún en sus montañas.

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