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El siglo XXI será espiritual o no será

Por: Guillermo Linero Montes



La frase que da título a la columna de hoy es de André Malraux, filósofo francés del siglo XX, que visualizó y se arriesgó a vaticinar el incierto futuro de la humanidad a partir de comprobar cómo el pasado estaba cargado de horror en todos los tiempos de la llamada civilización. De hecho, la historia está menos cargada de momentos felices -como la invención de la imprenta, la del avión y por supuesto la invención de la internet- y más cargada de dramas y tragedias -como la inquisición y la esclavitud-.


Ante tanta malsanía del mundo materialista, y en una lógica elemental que implica que lo negro tarde que temprano se tornará blanco, concluía Malraux que en este siglo XXI en reemplazo de la tradición insensible, el nuevo siglo habría de ser indefectiblemente espiritual; es decir, sin guerras ni barbarie. Con todo, pese a una larga tradición de inhumanidades, en el siglo XX afloró de modo tajante la pésima condición humana. Se develaron las hipocresías de las religiones (la falsedad y perversión de sus representantes sacerdotes o pastores) y cogieron fuerza inmoralidades tan bravas como el montaje de mentiras para invalidar las verdades.

La esclavitud se generalizó hasta el punto de convertirse en una manera corriente de la relación laboral; y el cultivo del arte, por ejemplo, el cultivo de la buena música y de las artes plásticas, sin dejar de ser evolutivas en buena parte se apartaron del ideal estético. Los productores y los creadores de música, por ejemplo, privilegiaron los temas y los ritmos anodinos sobre los prescindibles. Privilegiaron los contenidos cuya función social es denigrante, pues desmontaron la ética y la moral.


Por su parte los artistas plásticos se convirtieron otra vez en aquellos personajes a quienes, por cuenta de las exigencias técnicas de su oficio, no les quedaba tiempo para leer, y a quienes los círculos intelectuales del siglo XIX usaban como referencia de lo cognitivamente vacío; por entonces era popular la frase: “Más bruto que un pintor”. En efecto, hoy, ciento cincuenta años después y luego de haberse sucedido una tira de movimientos plásticos opuestos a la mentada frase peyorativa -el expresionismo, la abstracción, el arte figurativo y, entre otros, el pop- se ha desenvuelto un efecto contrario que privilegia los discursos y las falacias de la llamada “idea como arte”.


De hecho, los pintores del siglo XIX ajenos a la lectura, o los que leyeron mal en el siglo XX, en la segunda mitad del siglo pasado empezaron a producir absurdos mentales, elaborando discursos al servicio de una función social denigrante de la misma sociedad; y luego de la mentada frase -Más bruto que un pintor- comenzaría la sociedad entera a desmontar sus carencias, en cuanto a la evolución de sus principios, advirtiendo nuevos como la convivencia y la protección del planeta, todos dentro de la frase esperanzadora acerca de que el siglo XXI sería renovador, de actos nobles.


Dicho cambio fue haciéndose real en el reconocimiento de los derechos humanos, en la defensa de los animales, en el cuidado a las plantas y en la conciencia de proteger a la especie del cambio climático; todo bajo el entendimiento -duro de asimilar para los insensibles- de que es urgente la toma de medidas de protección del planeta, en tiempo presente para asegurarnos así las condiciones mínimas para sobrevivir dignamente en el futuro.


En el caso de Colombia, a finales del siglo pasado se democratizó el espacio del estado con el propósito de que cada quien escogiera libremente su creencia y culto religioso, y se desmontó la injusta dictadura del catolicismo y dándole paso al libre pensamiento y a la libertad de cultos. En Latinoamérica, por ejemplo, pareció desvanecerse la tradición política de gobernantes dictatoriales - como Anastasio Somoza o Alfredo Stroesner - y empezamos a ver en calidad de historia pasada la política inculta; no en vano los mismos insensibles pasaron de los golpes militares a los golpes blandos. De igual forma, en el mundo rigieron las bondades de políticos y mandatarios sensatos o que lucharon por la libertad y el pacifismo -como Gandhi o Mandela-; y ni qué decir de significativos movimientos sociales como el hipismo -con músicos, pintores e intelectuales- cuyas banderas fueron las de la paz y el amor al prójimo.


Todo eso nos hizo experimentar fuertemente que seguíamos en la ruta hacia donde conducía la profecía de Malraux, hacia un siglo XXI en justicia con el planeta, con la naturaleza y con la especie humana; hacia un siglo espiritual. No obstante, ya entrado el siglo XXI, al parecer nos hallamos en un momento cada vez más lejano de esa opción esperanzadora, pues en el inventario ético y moral suman más las inversiones -económicas, políticas y morales- en beneficio de pocos pobladores egoístas y como consecuencia lógica crece el daño al medio ambiente y crecen las inequidades.


Ahora, cuando los países económica y armamentísticamente poderosos son todavía influyentes y sus gobiernos promueven las guerras y no pretenden evitar los daños colaterales, triunfan de manera terrorista haciendo víctimas a la gente buena, a la gente que estaba convencida de que el siglo XXI sería espiritual o no sería.


En semejante contexto es muy claro que André Malraux se equivocó y desafortunadamente hoy parecen tener mayor credibilidad estas palabras de Stephen Hawking, fundadas en el desmedido desarrollo de las armas y del poder nuclear: “la humanidad sólo tendrá un siglo para encontrar soluciones a los desafíos globales y después de esto llegará a un punto de no retorno”.

De hecho, en nuestro país y pese a que nos gobierna un presidente de alta sensibilidad humanista; es decir, alguien que nos invita a seguir la ruta de Malraux, es atacado por su benévolo propósito de cambiar un sistema de salud egoísta -hecho para el beneficio de los insensibles- por otro dado a privilegiar la vida de unos y de otros -sensibles e insensible-. E igual le cuestionan su reforma laboral, pues los ajenos a la espiritualidad se oponen al desmonte de la esclavitud y las malsanías.


En tal suerte, dan repugnancia los gobiernos como el de Argentina -por citar a un país de nuestro hemisferio- caídos en manos de posesos obtusos, de atroces marionetas del eje político del mal, capaces de apoyar acciones como las de Israel, todas conducentes al asesinato y mutilación de niños y niñas de palestina.


Ahora, cuando a un país como Irán lo sancionan económicamente los insensibles por actuar con saña terrorista contra el inocente pueblo de Israel -ataque que por fortuna no dejó víctimas letales- llama la atención cómo estos mismos estados sancionadores ayudan económica y militarmente a un gobierno que, sólo como lo haría un genocida, en menos de un mes ha dado muerte a más de 30 mil ciudadanos del mundo; y frente a ello -si persistimos en nuestra sensibilidad- no queda distinta opción que aseverar e interpretar negativamente la sentencia de André Malraux: el mundo no será espiritual ni tampoco será.

 

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