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El triste final de Francis Ford Coppola

Por: Iván Gallo - Editor de Contenidos




El pasado lunes 30 de septiembre la empresa Zoetrope, de la que es dueño Francis Ford Coppola, esperaba la noticia. Ese día se haría pública la taquilla que hicieron en el fin de semana los estrenos en Estados Unidos. Las predicciones previas apuntaban a que Megalópolis, el proyecto con el que estuvo soñando por más de medio siglo el director del Padrino, obtendría siete millones de dólares. Sería, en plata blanca, un megadesastre.

 

Coppola buscó durante cincuenta años un productor para asumir un proyecto que muchos calificaron de inviable, de poco comercial, hasta de incoherente. Tres generaciones de estrellas, desde Robert de Niro pasando por Leonardo di Caprio, habían leído el guion y decidieron pasar. Con 87 años decidió mirar su pasado y quemar las naves como un héroe griego. Vendió su viñedo en California y con los 150 millones de dólares que le dieron decidió invertirlo en Megalópolis. Por eso, cuando el pasado lunes constató que el desastre era aún mayor que el que se había proyectado, 4 millones de dólares en taquilla, sabía que estaba ante un naufragio.

 

En 1975, después de estrenar la segunda parte de la historia de los Corleone, no había nadie más poderoso que Coppola. Con doscientos millones de dólares creó su propia empresa, Zoetrope, con la que esperaba independizarse para siempre de Hollywood, crear sus propios sueños y no los que le ordenaba un magnate. El primer proyecto fue Apocalipsis Now, una obra maestra que resultó siendo el principio del fin para los sueños desmesurados del director. El rodaje duró casi dos años y desangró económicamente a la compañía. Pagó de su bolsillo 40 millones de dólares en 1977 para estrenarla. Recaudó el doble, 80 millones, pero no fue el exitazo con el que esperaba romper para siempre los lazos con los poderosos de Hollywood. A partir de allí todo fue cuesta abajo en la rodada. Los fracasos se vendrían uno tras otro y perdería además el matrimonio que tenía con la crítica y que lo había catalagado como el más grande cineasta desde Eisenstein. En el periodo 1978-2024 sólo tuvo dos éxitos de taquilla, el Padrino 3 y Drácula, ambos encargos de Hollywood. Esa era una espina clavada en el inmenso ego de Coppola. Jamás había obtenido un éxito con ideas propias, siendo el autor que él siempre añoró ser. Por eso, antes de morir, esperaba reescribir la historia del cine con su Megalópolis.

 

Pero ha sido un desastre absoluto no sólo de taquilla, sino de crítica. Después de un rodaje infernal en donde está señalado de acoso sexual por una de sus extras, la crítica especializada se ha preguntado si en realidad Coppola fue un genio o más bien un bluff. Una de ellas reza “¿Será que este hombre a filmado jamás una película? Porque los planos, la imágen, a veces, parece la de un amateur. A pesar de unos momentos grandiosos, Megalópolis adolece de una pésima dirección de actores y eso que cuenta con estrellas como Adan Driver y Aubrey Plaza, que están en las cumbres de sus carreras. Con una duración exagerada, una edición incoherente, el testamento de Coppola termina nada más que en una buena intención, en una película tan torpe que resulta involuntariamente única.

 

La historia, que es el juez más implacable, puede ser que lo exonere. Que todos estemos equivocados. Que haber dejado sin herencia a sus hijos, a sus nietos, con una película que él mismo pagó y que no vio nadie, valió la pena, porque se adelantó a una época y en su momento no entendió nadie. Porque Coppola es un visionario, alguien que está siempre mirando unos años más adelante a los que ve la humanidad. Por ahora sólo parece el delirio de un megalómano capaz de gastarse la fortuna familiar para hacerle creer al mundo que sigue siendo un genio.

 

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