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El uruguayo que estaría feliz con el triunfo de Colombia

Por: Iván Gallo




Cada vez que llega un mundial, una Copa América, yo me acuerdo de Eduardo Galeano y me hace falta. Lo más triste de su partida fue saber que jamás volveríamos a tener una crónica suya sobre los eventos más importantes del fútbol.  Siempre fue muy generoso con Colombia este “mendigo de jugabas bellas” como se denominaba. Él odiaba a la gente como Carlos Antonio Vélez, los llamaba “los idiotas de la objetividad”. Eduardo, uruguayo hasta la médula, el primer mundial que vio, perdón, que  escuchó, no existían la transmisión en directo de los partidos de fútbol- fue el de Brasil 1950 y se aferró a la radio a escuchar como la Obdulio Varela y sus muchachos se imponían contra todo pronóstico a los locales en lo que la historia conocería como “el Maracanazo”.


Cuenta su esposa, Helena Villagra, que ver un partido con Eduardo era infartarse. Sus gritos podrían matar a los pájaros. No hinchaba por la selección uruguaya precisamente. Incluso le molestaba un poco esa garra charrúa. Para los que no entiendan ese tipo de juego fue el que quedó anoche, en Charlotte, estampado en la rodilla de Richard Rios: tres punzones de guayo sacándole sangre como un tatuaje maldito. La garra charrúa fue la provocación a Daniel Muñoz que lo obligó -infantilmente- a pegar un codazo en el pecho a un rival. En su momento escribió Galeano sobre esa manera de jugar de la siguiente manera: “es vergonzoso esta divinización y la demagogia de la violencia, esa idea de que el fútbol uruguayo había que salvarlo a patadas” Sobre la garra charrúa dijo lo siguiente: “En lugar de ser dignidad, es deslealtad”.


Si, fue hincha de tres equipos, del Nacional de Montevideo, su selección uruguaya y de todo aquel que le regalara una jugada bella, de barrio, que recordara el carácter popular del fútbol. Un juego de potrero perteneciente a los más pobres, a los que no tienen nada. Por eso le encantaba tanto el Pibe Valderrama. Le encantaba la Colombia de los noventa. Hinchó en el mundial del 94 por ella. Jugaban lindo y para este “mendigo de jugadas bellas” era una delicia lo que le proporcionaba el Pibe, cabello ensortijado, medias abajo, pulseras en las muñecas. Era el barrio en su máximo esplendor.


En el mundial de Italia 90 vio el juego decisivo de Colombia contra Alemania que tendría que darnos el pase a octavos de final. Así describió en su inmortal El fútbol a sol y sombra uno de los goles más cantados de la historia de este país: el que le hizo Freddy Rincón a los alemanes. Así lo descibió:


La pelota llegó al centro de la cancha. Ella iba en busca de una corona de electrizada pelambre: Valderrama recibió la pelota de espaldas, giró, se desprendió de tres alemanes que le sobraban y la pasó a Rincón, y Rincón a Valderrama, Valderrama a Rincón, tuya y mía, mía y tuya, tocando y tocando, hasta que Rincón pegó unas zancadas de jirafa y quedó solo ante Ilgner, el guardameta alemán. Ilgner tapaba el arco. Entonces Rincón no pateó la pelota: la acarició. Y ella se deslizó, suavecita, por entre las piernas del arquero, y fue gol”.


Como queda patentado en su obra, que va de las Memorias del fuego hasta Las venas abiertas de América Latina, la dictadura en su país lo volvió un exiliado. Penó durante año por España, Cuba, Alemania o Italia. Se volvió un hincha furibundo del fútbol en su máxima expresión. Por eso amaba a Maradona a quien consideraba “un Dios sucio”, o “el más humano de los dioses” perteneció a esa minoría que vio en los defectos del Diego un rasgo de grandeza y la prueba que podría salvarnos como especie: todos pecamos, hasta Dios mismo. Maradona, ganándole con el Nápoles a los poderosos y racistas equipos del norte de Italia e imponiéndose ante super potencias económicas como Inglaterra cuando se ponía la albiceleste era, ni más ni menos, que la venganza de los pobres.


Anoche seguramente le haría fuerza al equipo de Bielsa que tiene jugadores de exquisites probada como Valverde. Pero al final se habría regocijado al pensar que el domingo se enfrentarán dos respondones, dos cara sucias que nos recuerdan que esto es un juego, acaso el más bello de todos: Messi y James. Lo único lamentable es que Eduardo Galeano no esté en Miami para contar esa batalla.


Igual, no sé si hubiera ido. Detestaba Miami.

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