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En Catatumbo saben que la guerra en esa región no empezó con Petro

Por: Iván Gallo - Editor de Contenidos




Desde el jueves 16 de enero los viejos fantasmas se despertaron en el Catatumbo. Con lista en mano, casa por casa, fueron secuestrados y luego encontrados asesinados cinco firmantes de paz. Gracias a los videos que han sido grabados por la comunidad y difundidos por periodistas aguerridos como John Jairo Jacome hemos podido ver como el ELN ha llegado a las casas de los firmantes, han tumbado sus puertas y se los han llevado. No sólo ellos han caído en esta ofensiva. Los muertos se acercan al centenar en unos cuantos días de una ofensiva que ha sido dirigida por el comandante Richard. Desde el bando de las disidencias, comandadas en ese lugar por Andrey Avendaño, se espera el contragolpe. Fuentes cercanas a Pares afirman que ya hay veredas del municipio de Campo Dos que han quedado desierta por la contraofensiva del frente 33 que sigue siendo muy poderoso.

 

Mientras se difunden imágenes de gente saliendo de los pueblos, de como municipios como el Tarra se convierten en pueblos fantasmas, el presidente Petro en la tarde del viernes 17 de enero llegó al Catatumbo a hacer presencia en el lugar, a intentar recuperarlo. Llegó acompañado de la secretaria del DAPRE, Laura Sarabia, el ministro del interior Juan Fernando Cristo, el ministro de educación Daniel Rojas y además dispuso de 300 soldados para reforzar la seguridad del Catatumbo. La gente salió masivamente a recibirlo. La esperanza de que pudiera ser efectiva la Paz Total llenaba los corazones de los catatumberos, una región que ha sabido soportar el horror de la guerra. Desde la firma de paz con las FARC en noviembre del 2016 regiones como La Gabarra, que fueron pasto de masacres, respiraba de otra forma. Se vivía la calma que antecede a la tormenta. Los diálogos de paz con lo que antes se conocía como el EMC y con el ELN invitaban al optimismo. Pero desde junio del 2024, cuando el COCE dio la orden a sus frentes de enfrentar las disidencias, en una lucha que no tiene nada que ver con la ideología sino con el control de las rutas de lo ilegal, en el Catatumbo volvieron a rondar los mismos fantasmas de siempre.

 

La orden se cumplió en la segunda semana de enero del 2025. Para los enemigos del gobierno esto era nada más que un coletazo de la Paz Total. Aún no está comprobado de manera fáctica que los diálogos hayan servido para fortalecer militar y económicamente a las guerrillas. Lo que si está comprobado es que el único camino para que se acabe la guerra es negociar. Pero la actitud del ELN ha sido tan beligerante -amenazó de muerte a uno de los asesores más cercanos de Otty Patiño- que al presidente no lo quedó de otra que levantarse de la mesa.

 

La intención de este escrito es mostrar que el Catatumbo lleva inmerso en un espiral de violencia desde mediados de la década del noventa cuando las FARC querían quedarse con el control del río -un corredor inmejorable para entrar a Venezuela- y llegaron a mover 36 millones de dólares trimestrales gracias a la coca. Los paras querían quitarles el negocio y por eso entraron en una guerra en donde la población civil llevó la peor parte.

 

El Bloque Fronteras de las AUC resume todo el horror paramilitar que ha tenido que vivir el Catatumbo. El Bloque Fronteras fue la idea de Mancuso para quedarse con una frontera en donde los dólares parecían brotar de la tierra.

 

Su jefe era Jorge Iván Laverde. Le decían el Iguano, pero también le podrían decir Satanás. Llenaba lagunas artificiales con babillas y allí echaba a sus enemigos. Hizo algo peor, adecuó dos ladrilleras que encontró en el municipio de Juan Frío, en Villa del Rosario, y las convirtió en hornos crematorios. Quemó más de 500 cuerpos allí.

 

El punto de quiebre del horror en Norte de Santander fue el 21 de agosto de 1999. Ya las AUC habían entrado con todo a Tibú en mayo, haciendo una de sus masacres. Pero se quitaron la máscara en La Gabarra. Los sobrevivientes aún recuerdan esa madrugada. Se fue la luz desde temprano. Todo estaba oscuro cuando los paras entraron. La base militar, que quedaba al lado del río Catatumbo, a unos cuantos metros del casco urbano, no se movió. Bueno, sí se movió. Empezó a lanzar bengalas que estallaban sobre el pueblo iluminándole el paso a los paras que, lista en mano, iban sacando a la gente de las casas, los ponían bocabajo en su propio antejardín y le estallaban la cabeza de un balazo. La dueña del hostal que aún presta su servicio frente a la cancha central recuerda que las cabezas sonaban “como las guanábanas que caen al piso cuando maduran del árbol”.  Como sucede con la mayoría de masacres en Colombia nadie sabe la cifra exacta. Unos hablan de 39, otros de más de setenta. Es que no se contaron los que, desesperados, se botaron al río Catatumbo porque preferían morir ahogados a ser torturados por los hombres de Mancuso.

 

Porque fue orden de Mancuso establecerse en Cúcuta y quitarle a las FARC y a otros carteles el monopolio de la droga. Se estima que en la Gabarra se podrían mover 30 millones de dólares al año en coca. Su cercanía a Venezuela, por el Catatumbo, lo convertía en un corredor de oro para llevar y traer gasolina, alimentos, licores y droga, todo de contrabando. La reunión clave se dio en 1997, en un prostíbulo llamado Rumichaca, cerca de San Antonio del Táchira. Allí, en medio de tragos y vallenatos, se estableció la meta de convertir a Norte de Santander en un fortín paramilitar. Se inauguraba el Bloque Fronteras de las AUC.

 

La Gabarra sólo fue un punto más en el mapa. Al Tarra le dieron durísimo, a Herrán, el Carmen, Ocaña, Lourdes, San Calixto, Puerto Santander, Cornejo y Cúcuta. Las cifras son escalofriantes. Según el diario La Opinión existe un archivo en donde están reseñadas 13.919 personas muertas entre los años 1997 y 2005, plena hegemonía paramilitar. Fueron más de 1.000 hombres de las Autodefensas. El Iguano no fue el único comandante. Son muchos los habitantes del Catatumbo y Norte de Santander que recuerdan con horror los nombres de Albeiro Valderrama Machado, alias Piedras Blancas; Lenin Giovanni Palma Bermúdez, alias Álex y José Mauricio Moncada, alias Mocoseco, quienes estuvieron al frente del despojo, las desapariciones, las masacres, las torturas, los desmembramientos que vivió Norte de Santander y su capital.

 

En Cúcuta mataron a líderes políticos como el poeta Tirso Vélez, aspirante a la gobernación de Norte de Santander quien fue baleado por sicarios en pleno centro, un mediodía. En Cúcuta desaparecieron estudiantes, torturaron líderes barriales, violaron mujeres, extorsionaban el comercio y controlaban a los políticos.

 

Pero la indignación en Colombia parece ser selectiva y queda claro la intención de manipular los hilos de la historia. El incendio en el Catatumbo no se prendió en estos dos últimos años. En su visita a Tibú la población se le acercó al presidente y le recordó que se deben agotar todos los recursos posibles para hacer entender a los grupos armados que el único final posible de un conflicto armado es la salida negociada. Hay que reforzar la seguridad, hacer presencia en las calles por parte de la Fuerza Pública, repeler los ataques pero siempre se debe estar atento a una nueva oportunidad para sentarse a dialogar. La gente es la que está en medio de los combates. Lo único realmente humano es seguir intentando dialogar.

 

 

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