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En Colombia, nadie más que los deportistas pueden atribuirse una medalla

Por: Laura Bonilla





En una conversación familiar sobre los resultados de Colombia en los Juegos Olímpicos, alguien comentó que el país no tiene derecho a exigirle a ningún colombiano buenos resultados, porque ese mismo país no ha hecho nada bueno por nadie. Los colombianos que destacan en el deporte son en su mayoría forjados a pulso, no gracias, sino a pesar de este país y a pesar del Estado. A julio de 2024, el sector deporte apenas ha comprometido el 22% del presupuesto asignado. Cabe anotar que en gobiernos anteriores, desde la creación de este ministerio, la ejecución ha sido impecable, pero el apoyo a los deportistas ha sido igualmente precario.


Este es solo un ejemplo de lo complejo que es el debate sobre la ejecución presupuestal. Por una parte, es cierto que el gobierno nacional tiene serios problemas de ejecución, ocasionados por distintas variables, complejas pero reales. Sin embargo, por otra parte, Colombia es un estado contratista, paquidérmico y gigante que malgasta cantidades ingentes de dinero en cosas que no obtienen resultados, por la sencilla razón de que ese dinero está destinado a mantener a su clase política. El deporte es emblemático: se gastan los impuestos del país para sostener una burocracia pública completamente ineficiente y unos contratos departamentales que dependen de operadores políticos.


Cada medalla de un deportista colombiano cuenta una historia que nuestra cultura ha aprendido a admirar: sobrevivir a todo, sin ningún apoyo. Pero eso ha sido un arma de doble filo, una trampa, si se quiere. Creemos que somos una sociedad de titanes cuyo mayor mérito es poder sacar la cabeza en medio del lodo. La sociedad del "no morir", pero también la de salir del fango a toda costa. Y peor aún, la sociedad que cree que "el que quiere, puede". Sin embargo, pocas cosas en nuestro país han contribuido significativamente a la movilidad social: el deporte, la migración con sus remesas y la educación superior pública son las más virtuosas. En la contracara, siempre presente, están el narcotráfico, el clientelismo y la corrupción.

De esta cultura de la supervivencia se alimenta la corrupción. En Uribia y en Florencia, los adolescentes aspiran a conseguir un padrino político para poder ser políticos, no por vocación de servicio, sino porque es la única profesión legal que han visto sacar a la gente de la pobreza. No a nivel colectivo, sino para los operadores y sus respectivos séquitos. Y con cada uno de estos operadores que demuestra que es cierto, que una alcaldía da más dinero que un cargamento, se refuerza esta idea.


Desde 2019, cuando se creó el Ministerio de Deporte, los logros han sido pocos, al igual que lo fueron bajo el diseño institucional anterior. Al final, la prioridad de todos los diseños institucionales ha sido servir a las agendas personales de quienes los manejan. Y si sobra algo, se ferian los contratos —con excelente ejecución— para hacer cualquier cosa. Diseños mucho más sencillos, como tener más y mejores instalaciones públicas deportivas, ubicadas estratégicamente en los deportes en los que somos más competitivos y en las regiones que más lo necesitan, costarían mucho menos, pero le quitarían a la clase política la posibilidad de cambiar a su antojo la administración cada cuatro años.


Con este sistema de apoyos, no podemos seguir celebrando las victorias individuales como si fueran logros del sistema, cuando en realidad son testimonios de la resiliencia frente a un Estado que falla en brindar las condiciones necesarias para el éxito. Pero el gobierno ha estado fallando en esto. La promesa del cambio no es —como ha circulado en varios espacios cercanos al gobierno— cambiar una burocracia de derecha por una de izquierda, sino lograr que la mayor cantidad de población acceda a los mismos derechos. Podría empezar por revisar lo que está ocurriendo en el Mindeporte.

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