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Felipe Ossa no necesitó terminar el bachillerato para ser el sabio de los libros en Colombia

Por: Iván Gallo



Foto tomada de: El Colombiano



A los 13 años a Felipe Ossa su papá le regaló una colección completa con las novelas de Arhur Conan Doyle. La saga de Sherlock Holmes lo dejó literalmente en cama. Sufrió una crisis, no quería seguir yendo al colegio. Un día iba a martirizarse con el sujeto-predicado en Español, los algoritmos en álgebra, la rigidez de los horarios. Entonces un día decidió no estudiar más.


Lo único que quería hacer era leer. Ni trabajar ni enamorarse, ni escribir, sólo leer. Desde los cinco años, cuando aprendió a leer, no paró. Salgari, Dickens, Stevenson. La burbuja lo hacía feliz, afuera estaba el mundo y no le importaba. Desde los seis empezó a coleccionar cómics y novelas gráficas. Dick Tracy lo enloquecían ¿Alguna vez, en su mente afiebrada de niño, se imaginó que serían una realidad los teléfonos inteligentes como el que usaba su detective favorito? Ossa pudo leer con comodidad hasta los 18 años, una afición alimentada por su padre. Era una familia rica de Cali, sin ningún tipo de presión por salir a buscarse el pan. A lo sumo llegó a plantearse una manera de trabajar: dibujando novelas gráficas, alcanzó a tomar clases de dibujo pero entonces sobrevino la tragedia familiar. Los negocios sucumbieron entrando a la década del sesenta y a los 18 años Felipe Ossa tuvo que afrontarse a la realidad. Ya no sería ni lector consumado como Borges, ni bachiller porque había abandonado el colegio. Tenía que ponerse a trabajar como un cristiano cualquiera.


Lo peor que les había pasado a los Ossa fue cuando Felipe cumplió seis años. En hechos jamás aclarados Jorge Eliecer Gaitán fue asesinado por un desquiciado que se creía era la reencarnación de Francisco de Paula Santander. Se produce el Bogotazo el 9 de abril de 1948. La familia Ossa debe dejar su casa en Bogotá en donde el niño Felipe había construido su propio paraíso: una biblioteca inmensa que su papá había sabido cultivar. Se van para Buga y luego, 15 años después, vendría la ruina de las empresas familiares. Felipe entendió que tenía que salir de la burbuja.


En Cali habían abierto una sucursal de la librería Nacional. En su recuerdo era un lugar seguro, donde olía a pasteles recién horneados, a café y a libros nuevos. El director de esa sucursal era un señor llamado Jesús Ordoñez. La primera sede que se abrió de la librería fue en Barranquilla en 1941. Ya tenía una tradición. Felipe, en ese momento, era fisiculturista. A los libros les combinaba las pesas así que, cuando le pidió trabajo a Ordoñez él lo designó a la bodega. En los primeros meses estuvo en el sótano, trabajando con la tenacidad y exigencia que podría tener un bultero en la alameda de Cali. Pero, una tarde, llegaron una colección de sagas islandesas. Él ya había leído, casi que al mismo tiempo que Borges, a Snorri Sturluson y sabía de las sagas. Se lo explicó a Ordoñez que no sabía nada sobre ellas e impactado entendió que Felipe debería estar en el primer piso vendiendo libros. Pasó de las galeras a ser marinero. Con el tiempo sería el capitán del barco.


Lo que lo sorprendió de ser un librero en los años sesenta era conocer toda esa literatura que a su papá, lector algo anticuado, no le interesaba. Entonces supo de Camus, Sartre y todos los existencialistas, supo de Cortázar, Onetti, Vargas Llosa y todo el Boom latinoamericano. Ordoñez sería fundamental para la formación de Ossa. Había llegado a Barranquilla por barco desde Cuba y su librería fue abordada por esa tribu Barbara compuesta por Gabo, Cepeda Samudio, Fuenmayor y toda la Cueva. Su cercanía le ayudó a familiarizarse con Faulkner, Virginia Wolff y Joyce. Fue su verdadero colegio.


Este 22 de julio del 2024 a los 81 años nos sorprendió su muerte hasta el punto que un poco de nosotros también murió con él. Felipe Ossa nunca paró de leer y de recomendar lecturas. Una de sus últimas pasiones fue el Universo en un junco de Irene Vallejo. No sólo recomendaba este Long seller sino Alguien habló de nosotros, el libro que más le gustaba de ella.


Siempre a la vanguardia, siempre acumulando libros. Enseñando que una biblioteca sin libros por leer era una promesa, una esperanza de vida. Tenía 10 mil libros y le faltaron por leer unos cinco mil. A Felipe Ossa lo que más le habrá dolido de haber partido de esta forma es no haber leer las filas interminables de libros que tenía en fila. En ese sentido tendría que envidiar a esos inmortales que alguna vez describió Borges en uno de sus cuentos. Lo que faltó fue tiempo.

 

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