Por: Iván Gallo - Editor de Contenidos

Después de haber sido el escritor más grande en lengua castellana desde Cervantes es un poco vanal medir a Gabo por las anécdotas que tiene con estrellas de cine, con deportistas o estadistas. Se sabe que en 1988 fue capaz de sentar en una mesa en Nueva York a Muhammad Ali, Sergio Leone y Robert de Niro, que iba a corridas de toros con Polanski, que Bill Clinton idolatraba su obra, que Robert Redford visitaba cada vez que se lo pedía su escuela de cine en San Antonio de los Baños en Cuba, que Torrijos le regaló una fotocopiadora y que se emborrachaban viendo el mar, que Pablo Neruda llegaba a cualquier cosa a su apartamento en Barcelona, que Vargas Llosa le pegó un puño y que su gran amigo, además de Cepeda Samudio, fue Fidel Castro. Estos son chismes de farándula. La importancia de Gabo está no en sus horas de coctel sino en el tiempo en el que pudo estar solo “sin que nadie me jodiera” como le confesó alguna vez al periodista Germán Castro Caicedo, haciendo su obra.
Gabo controvierte ese cliché romántico del artista del hambre. La verdad lo vivió y lo comprobó. En la sala de redacción del Heraldo, donde prácticamente vivía, pudo redactar La Hojarasca en las madrugadas, después de un intenso trabajo, El coronel no tiene quien le escriba es aubiográfico: varado en París, después de que Rojas Pinilla mandara a cerrar El Espectador, García Márquez esperaba todas las tardes que le llegara alguna ayuda económica desde Colombia. Pocas veces llegaron cartas. Vivía además con su amor parisino, Tachia Quintanar y esperaba un hijo. La desesperación no era poca. Tal vez la primera obra que pudo hacer en condiciones de comodidad fue Cien años de soledad. Había logrado ahorrar un dinero gracias a sus trabajos de publicidad en México y con él se sostuvo en esa ciudad, gracias al cuidado de Mercedes, encerrado en su taller -como le gustaba llamar a su estudio- en la Calle del Fuego haciendo la saga de los Buendía.
Valió la pena. Cien años de soledad no sólo es importante porque ha vendido más de cincuenta millones de ejemplares y porque Netflix le hizo una serie. Lo que logró Gabo fue convertir en una frase tejida con hilos de oro la máxima de Tolstoi: para ser universal debes retratar a tu aldea. Y, a partir de ese momento, Aracataca, la región encantada y olvidada del Magdalena, ubicada al pie de la Sierra Nevada de Santa Marta, se convirtió en la capital del mundo mágico y los grandes críticos arqueaban las cejas y afirmaban que era una metáfora de Latinoamérica cuando Gabo lo único que hizo fue soltar los recuerdos que tenía desde niño de una casa grande, de una abuela que le contaba historias de fantasmas y lo convirtió en un niño olvidadizo, de un abuelo que era coronel y él amaba más que su vida.
Y entonces vendría la gloria. García Márquez se convirtió en una de las personas más famosas del mundo y aún así, en ese periodo que va desde 1970 a 1985, pudo construir tres de sus obras más sólidas, Crónica de una muerte anunciada, un relato que le rondaba en la cabeza desde los años cincuenta y en donde vierte todas sus tácticas periodisticas a la hora de narrar, hizo la gran novela de amor, El amor en los tiempos del cólera, que, durante la pandemia fue el libro más vendido en los Estados Unidos y cerró ese ciclo con una obra monumental y completamente infravalorada, El general en su laberinto, donde muestra con precisión de cronista el último viaje de Bolívar, traicionado por los anquilosados bogotanos y, como un náufrago, arrastrándose por la enfermedad y la traición hasta Santa Marta donde moriría de manera infame en una casa que ni siquiera era suya a los 47 años.
No hay un libro que condense más la soledad del poder. En el año 2013 History Chanell hizo un concurso donde la gente votó. Les preguntaba que quien había sido el colombiano más importante. El ganador fue Alvaro Uribe Vélez, quien actualmente está compareciendo en un juicio por los delitos de manipulación de testigos. Gabo fue segundo. Sus amigos confirman que la niebla del olvido ya lo dominaba por completo así que ni enteró. Igual tampoco le hubiera extrañado. Como a Bolívar de Colombia lo echaron, justo un año antes de ganar el Nobel, después de descubrir que existía un plan para matarlo. Cuando murió, en el 2014, la senadora María Fernanda Cabal afirmó que se estaba quemando en el infierno junto con su amigo Fidel Castro. Hoy cumple 98 años de su nacimiento. Y no nos cabe duda que fue el Gran Colombiano. No tanto por su obra sino por su capacidad de darle gloria a un país cuyo establecimiento nunca se sintió cómodo con lo que para ellos era un “costeño demasiado estridente”.