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Gonzalo Rodríguez Gacha, el poderoso mafioso que le declaró la guerra a la UP

Por: Iván Gallo


Foto tomada de: Justicias en las Ámericas


El jefe de propaganda de la Unión Patríótica, Jaime Salazar, asistió a una reunión en diciembre de 1986 en un lujoso hotel de Medellín. Estaba acostumbrado a la muerte, pero esa tarde le temblaban las piernas.Un año llevaba el partido político al que pertenecía. Se había creado a raíz de los acuerdos de paz a los que había llegado el gobierno de Belisario Betancur con las FARC. La UP sería la prueba de que era innecesaria la lucha armada para llegar al poder en un país con supuestas garantías democráticas como era Colombia. La mayoría de sus militantes jamás pertenecieron a la guerrilla. Eran comunistas convencidos de que la salida a los problemas de Colombia no las tenía la élite tradicional. Pero había gente como el ex ministro de Defensa, el general Fernando Landazabal, que veían con desconfianza a la Unión Patriótica.


Las señaló de formar parte de las FARC. Esta era la excusa que necesitaban matones como Rodríguez Gacha para declararles la guerra. La destrucción sistemática de sus laboratorios de coca y el saqueo de alguna de sus fincas por parte de esa guerrilla, tenía a Gacha encolerizado. Quería venganza, y llevaba un año matando dirigentes del naciente partido. En diciembre de 1986 estaba dispuesto a llegar a acuerdos para detener la matanza.


Así que el delegado de la UP fue Salazar. Primero se encontró con el abogado del capo y de ahí se fueron al hotel. Salazar, mucho tiempo después le diría al periodista Steven Dudley, creador del portal In Sight crime y autor del libro Armas y Urnas, que Gacha “parecía un tipo normal”. Ese día el Mexicano, como se le conocía por su pasión por las rancheras, le hizo una operación matemática: él exportaba dos mil kilos de cocaína por semana y vendía a 16 mil dólares el kilo. Eso era, en plata blanca, 32 millones de dólares a la semana, más de 120 millones de dólares al mes. Gacha lo amenazó, con ese billete podía armar un ejercito de dos mil hombres y exterminar cualquier vestigio de las Farc y, de paso, del partido comunista que hubiera.


En ese momento, en el Magdalena Medio, Gacha y el paramilitar Henry Pérez tenían listo un ejército para darles con todo a la guerrilla. Era el germen de las Autodefensas Unidas de Colombia. Gacha era impredecible. A diferencia de Pablo Escobar -quien disfrutaba de la marihuana-le gustaban los efluvios de la coca. Era delirante y megalómano. Famoso fue su pasión por los caballos. Su semental favorito, Tupac Amarú, tenía hasta apartamento propio en Bogotá. Fue portada de Forbes y se estimaba que su fortuna llegaba a los USD$1.300 millones de dólares. En Pacho, Cundinamarca, era un monarca. La gente le hacía fila para pedirle favores y a diferencia de un Cristo de yeso él si los hacía: regalaba desde neveras hasta becas, pasando por fajos de plata. Esa supuesta bondad con el pueblo entraba en contradicción con su crueldad. A Gacha le encantaba la tortura, la sangre.


Salazar escuchó con paciencia a Gacha. Le envió una razón con él al secretariado de las FARC, le pidió que “lo dejaran trabajar”, estaba seguro que llegarían a un acuerdo con esa guerrilla. Pero al frente de ella estaba Jacobo Arenas, viejo militante que, en 1986, y a raíz de los acuerdos de la Uribe, vivía una inusitada popularidad. Había sacado un libro de ideas enrevesadas en donde explicaba por qué se había alzado en armas. Se convirtió en un Best-sellers. Manuel Marulanda Vélez, con quien compartía la comandancia de las FARC, no se opuso cuando Arenas rechazó la propuesta de Gacha. El único que no estuvo de acuerdo del secretariado fue Alfonso Cano quien dijo, de manera profética: “Estamos empujando al Mexicano para que termine aliado con el Ejército y se puede volver un problema”.


Las promesas que hacía Gacha las cumplía. Unos días después del rechazo de las FARC asesinó al senador de la UP Pedro Nel Jiménez mientras recogía a su hija del colegio. Empezó la matanza, el genocidio de más de cinco mil miembros de esta colectividad. Gacha murió en diciembre de 1989, en Barú, su cuerpo quedó irreconocible después del ataque que recibió desde un helicóptero. Su muerte no cesó la muerte sistemática de gente de la Unión Patriótica. Es obvio que radicales de derecha y de las Fuerzas Armadas estuvieron detrás del exterminio. Pero Gacha fue determinante para iniciarlo.


La UP hoy en día renació en jóvenes líderes como Gabriel Becerra y ayudó a que Gustavo Petro fuera presidente. Pero nadie podrá olvidar el horror que tuvo que soportar. Afortunadamente siempre para de llover.

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