Por: Juan Manuel Velandia y Oscar A. Chala,
investigadores de la Línea de Democracia y Gobernabilidad
Fuente: lapatilla.com
Donald Trump, tras ganar con una amplia ventaja en las recientes elecciones, se consolidó por segunda vez como presidente de Estados Unidos. A menos de dos meses de su regreso oficial a la Casa Blanca, el republicano ha comenzado a formar su gabinete, con el que implementará las promesas hechas durante su campaña.
Son tres los nombramientos clave que tendrán un gran impacto en América Latina. En primer lugar, se destaca un viejo conocido de la política de Trump: el exdirector del Servicio de Inmigración y Aduanas (ICE), Tom Homan, apodado “el zar de la frontera”. Reconocido por ser uno de los funcionarios más severos y críticos de la migración irregular, Homan será el encargado de imponer control en las fronteras y llevar a cabo las deportaciones masivas de migrantes irregulares, a quienes Trump ha calificado constantemente como una amenaza seria para el país.
En segundo lugar, aparece Stephen Miller, asesor de larga data de Trump, conocido por su postura firme contra la migración irregular. Miller será el nuevo jefe adjunto de Gabinete de la Casa Blanca, encargado de apoyar y ejecutar con rigor la política migratoria del presidente.
Homan y Miller han sido los arquitectos y principales ejecutores de los programas antimigratorios más relevantes, implementados bajo una lógica de control que en gran medida ignora los estándares de protección de los derechos humanos. Un claro ejemplo de esto fue la estrategia de disuasión presentada en 2018, que resultó en la separación de miles de familias migrantes, generando una crisis humanitaria y un fuerte cuestionamiento a nivel internacional. Para esta nueva gestión, ambos también han estado detrás de la construcción y el diseño de las deportaciones masivas con las que Trump pretende consolidar su idea de “America First”.
Por último, y quizás el más significativo, es la designación del senador de Florida, Marco Rubio, como el próximo secretario de Estado de los Estados Unidos, un cargo de gran influencia en la política internacional.
La designación de Marco Rubio ha generado preocupación, pues asumirá la responsabilidad de tomar decisiones estratégicas frente a las dos principales crisis globales actuales: los conflictos en Gaza y Ucrania. Además, Rubio jugará un papel clave en la definición de la política de Estados Unidos hacia América Latina, una región donde sus posturas firmes y agresivas han estado orientadas a la contención de regímenes autoritarios. Como uno de los principales opositores a los gobiernos de Venezuela, Cuba y Nicaragua, Rubio ha impulsado políticas de sanciones y presión diplomática, lo que ha generado inquietud en varios sectores de la región, que temen una intensificación de una política más contundente y directa en la defensa de los intereses de Estados Unidos.
¿Quién es Marco Rubio?
Fuente: elestimulo.com
Marco Rubio nació el 28 de mayo de 1971 en Miami, Florida, hijo de inmigrantes cubanos. En 1993 se graduó en Ciencias Políticas por la Universidad de Florida y, en 1996, realizó un posgrado en Derecho en la Universidad de Miami.
Su carrera política comenzó en 2000, cuando fue elegido miembro de la Cámara de Representantes de Florida. En 2010 dio el salto al Congreso nacional al ser elegido senador por el Partido Republicano. En 2015 se postuló como precandidato presidencial por la bancada republicana, pero se retiró en las primeras etapas de la contienda en 2016, tras perder en su propio Estado frente a Donald Trump, quien sería elegido presidente por primera vez.
Rubio y la disonancia en la política exterior frente a Venezuela
Fuente: Univisión.com
No obstante, la llegada de Marco Rubio a la Secretaría de Estado sí puede terminar afectando la estrategia de Donald Trump en su relación con Latinoamérica y, especialmente, con Venezuela. Esta disonancia viene marcada, tal como lo señala el profesor Víctor Mijares, de la Universidad de los Andes, en dos concepciones totalmente distintas frente a las relaciones internacionales de Estados Unidos.
Por un lado, Rubio y Trump observan las relaciones internacionales de los Estados Unidos desde un enfoque realista, lo que significa que ambos conciben que las acciones que debe tomar su país en la relación con el mundo deben estar mediadas por la satisfacción de sus propios intereses y la conservación de su esfera de seguridad, en medio de un escenario donde cada uno de los países está en abierta competencia con los demás por recursos, influencia y poder, tanto para asegurarse un buen lugar en el mundo, como para tener ventajas competitivas sobre otros países.
Sin embargo, existe una diferencia sustancial en el enfoque de Trump y Rubio. Para Trump, las relaciones internacionales de Estados Unidos deben tener un carácter transaccional y pragmático, por lo que prima el interés nacional sobre intereses internacionales —de aquí uno de sus eslóganes de campaña: “America First”—; para Rubio, por su lado, existe un interés mucho más neoconservador que profundiza en el “destino manifiesto” de Estados Unidos como promotor de la democracia y la seguridad global, y como disuasorio y contenedor de virajes autoritarios en el planeta.
Esto es importante, en tanto el enfoque que Rubio puede darle a la relación con países como Cuba, Nicaragua y Venezuela, puede llegar a ser mucho más confrontativo y directo que el carácter que ha buscado Trump, en el que sostener lazos con estos países puede alejarlos de la influencia del “verdadero” enemigo de Estados Unidos en su discurso, que es China.
Ya en historias pasadas y en los informes sobre grupos políticos en Venezuela hemos contado que Maduro ha pretendido acercarse a China tanto por su modelo económico, como también para consolidar un gobierno de partido hegemónico dentro de un país altamente fragmentado y con dinámicas autoritarias caóticas. De igual manera, China ha tenido fuerte interés en consolidar sus lazos con Nicaragua para la potencial construcción de un canal interoceánico que atraviese ese país y compita con el canal de Panamá, y también ha sido una vía de escape para la maltrecha economía cubana, agravada por las sanciones y el bloqueo impuesto desde los años 60 y reafirmado por Trump desde 2016.
Aunque se había filtrado a la prensa la posibilidad de que Trump negociara en un futuro gobierno con Nicolás Maduro, a la manera de como lo hizo con Kim Jong-Un en 2019, es verdad que el rol que cumplirá Rubio frente a la cartera internacional estará concentrado en contener la migración que viene desde Sudamérica hacia la frontera con México, y en evitar que países considerados “rivales” y “enemigos” —como Rusia, China e Irán— comiencen a ejercer una influencia mucho más profunda en el Caribe, que es una de las zonas primordiales de la seguridad hemisférica de los norteamericanos.
La contención de estos dos fenómenos puede pasar, potencialmente, en un agravamiento de la crisis diplomática con Venezuela a través del endurecimiento de las sanciones ya existentes (y potenciales nuevos embargos al comercio internacional venezolano), un apoyo mucho más irrestricto y fuerte a la oposición venezolana y a las demandas de una transición inmediata de gobierno, junto con la presión para que Maduro acepte las posibles deportaciones futuras que el gobierno Trump realice de indocumentados de origen venezolano.
La reacción del gobierno oficialista podría acrecentar la crisis, más si Maduro, luego del 10 de enero —cuando se supone que se posesiona para un tercer período—, se niega a ceder en un solo punto ante las posibles demandas que Rubio como secretario de Estado imponga desde Washington. Aquí es donde la postura internacional de Trump podría generar un cambio, más si los rumores de una potencial negociación son ciertos y Maduro acepta recibir a migrantes venezolanos a cambio de un relajamiento en las sanciones al comercio del petróleo y el gas.
Aquí en este punto dependerá de Rubio y de su capacidad retórica para convencer a Trump de que una política exterior mucho más agresiva con Venezuela es coherente con la postura pragmática del gobierno estadounidense del “America First”, y que garantizar la posibilidad de que Latinoamérica no cause problemas en la agenda internacional pasa por apretar al gobierno venezolano hasta llegar a las últimas consecuencias contempladas en el Derecho Internacional Público, al mismo tiempo que se proyecta poder en un escenario que sigue siendo disputado con China y Rusia tanto a nivel comercial como a nivel de relaciones internacionales.
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