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Hambre, cigarrillos y zapatos rotos: la dura vida de Gabo como periodista

Por: Redacción Pares




Gabriel García Márquez siempre se reconoció como periodista. La manera como abordó la investigación de novelas suyas como El general en su laberinto, en donde se preocupaba por saber si Bolívar pasó una noche de abril de 1830 bajo el imperio de la luna llena o menguante son obsesiones, más que de historiador, de reportero. Cada dato que da en novelas suyas gobernadas por la fantasía, como Cien años de soledad, es real. Sobre todo los datos que da sobre remedios caseros. García Márquez es un novelista preciso gracias al periodismo.


Arrancó de abajo. El primer contacto de Gabo con el periodismo se da cuarenta días después del Bogotazo. La pensión donde vivía había sido incendiada. Su bien más preciado, la máquina de escribir, también fue destruida. Si, ya había publicado tres cuentos suyos en El Espectador, pero aún no había hecho una sola de las crónicas. Desesperado, regresó a Cartagena en donde estaban viviendo sus padres. En mayo de 1948 tiene un encuentro que le cambia la vida y lo encaminaría a su pasión suprema. Manuel Zapata Olivera ya era lo que siempre fue, una de las glorias literarias de este país. Gabo le contó de su situación y Zapata lo recomendó al Universal, un diario que en ese momento apenas tenía tres meses de haber sido fundado. El gerente del diario, Clemente Zabala, lo recibió con los brazos abiertos.


Gabo escribiría 38 notas para el Universal. Héctor Rojas Herazo, quien fue una de sus influencias directas y quien lo conoció por esos años, lo recuerda como un muchacho que no paraba de escribir -le dedicaría varias horas del día laboral a escribir sus primeros cuentos- y a la compulsión con la que fumaba esos cigarrillos duros, de tabaco negro. En 1950 se traslada a Barranquilla en donde empieza su fructífera y decisiva relación con el Heraldo en donde escribe 394 artículos. Su columna, la Jirafa, en donde usaba el seudónimo de Séptimus, lo puso entre las páginas más buscadas del periódico. Barranquilla sería vital para su desarrollo como escritor. Desde acá viajaría en 1952 por última vez con su mamá a Aracataca. El objetivo era vender la vieja casa, la que hechizó al novelista desde siempre. Fruto de ese viaje surgió la estructura de La hojarasca, su primera novela.


Pero, Barranquilla es la el grupo de la Cueva. En ese lugar se encontraría con los intelectuales y escritores que le prestarían las novelas de Faulkner -a quien llamaban “el viejo”- Hemingway y Virginia Wolf. La amistad con Alvaro Cepeda Samudio sería fundamental. Cepeda le presentó además “El nuevo periodismo” el movimiento que desde revistas como New Yorker esgrimían escritores como Tom Wolfe, Truman Capote o Norman Mailer. Esas jornadas, junto a Obregón, Fuenmayor, el mismísimo Julio Mario Santodomingo, quien en esa época tenía aspiraciones literarias, Ramón Vinyes, toda la plana de bebedores de ron y de lectores de novela que acostumbraban a ser locuras inauditas para demostrar su osadía y su irrespeto a cualquier tipo de normas.


En ese momento García Márquez era un joven apocado, flaco, fumador, que vivía en una pensión y de lo que le pagaba El Heraldo. De ahí saltaría a Bogotá, a El Espectador, en donde incluso se dedicaría a la crítica de cine. Súbitamente viaja a Europa. Después de visitar los países del llamado Telón de Acero, que tenían influencia directa de Moscú, se establece en París y vive su aventura literaria.


Desde siempre París ha sido el país de los escritores. Y ahí quería estar Gabo, siguiendo el rastro de sus ídolos, Joyce, Hemingway, toda la santa lista. Y justo cuando estaba en París se hace realidad la peor pesadilla. El dictador Rojas Pinilla toma la determinación de cerrar El Espectador. Quedaba entonces el de Aracataca en el peor de los mundos, lejos de su casa y sin cómo sostenerse en el terrible invierno parisino. Unos pocos buenos amigos lo ayudaron a conseguir algo de comer, a sobrellevar el frío, a aguantar tres años terribles. Su estado de ánimo lo llevó a escribir su novela más triste, El coronel no tiene quien le escriba. Pasarían diez años más para que consiguiera la gloria literaria y la holgura financiera con su mega éxito Cien años de soledad. Pero siempre volvería al periodismo ya sea en aventuras tan arriesgadas como Alternativa, una revista de izquierda en un país de derechas que le trajo más de un inconveniente, o en la revista Cambio o ya más formalmente creando la Fundación para el nuevo periodismo que lleva su nombre.


Gabo siempre fue lo que le dijo en 1976 en una entrevista a Radio Habana: “Nunca empecé siendo periodista por casualidad —como muchas gentes— o por necesidad, o por azar, empecé siendo periodista, porque lo que quería era ser periodista”.

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