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Hay que aceptar que la Cien años de Soledad de Netflix es un éxitazo

 Por: Iván Gallo - Editor de Contenido




Poco antes de que terminara el 2024 la revista Esquire en su versión España sacó la lista de las 10 mejores series del año. Cien años de soledad estaba entre las tres primeras. Si, las listas son caprichosas pero la de Esquire tiene un peso específico. Es casi seguro que en los grandes premios del 2025 Cien años de soledad esté sonando. Ha sido la tercera serie en lengua no inglesa más vista de la plataforma. La mayoría de la crítica especializada se ha rendido a sus pies. Obvio hubo quien la destrozó. Ante este tipo de éxitos siempre existirán remoras que quieran pegarse a su piel. Así sucedió con un cineasta frustrado que descargó su amargura en el diario El País. Carolina Sanín hizo un monólogo interminable en su columna en Cambio recomendando a sus lectores matricularse a su curso sobre Cien años de soledad para que entiendan bien cada secreto de Gabo.


Los académicos bogotanos se rasgaban las vestiduras: los arcanos de Melquiades estaban al alcance de los jóvenes que no habían leído jamás a García Márquez por su eterna desconfianza a las obras que ellos consideran viejas. En las últimas semanas hemos vivido algo parecido a lo que se sintió hace medio siglo cuando el de Aracataca se convirtió en el escritor más influyente de la tierra, cuando los amantes se lo regalaban entre ellos, cuando los muchachos abrían el libro en medio de una atestada ruta del metro en Nueva York, sin importar los vapores de la más infernal de las horas pico. Si, contra todo pronóstico la Cien años de soledad de Netflix es un éxito que hasta los lectores más rigurosos de Gabo, si se lo permiten, pueden disfrutar.

 

En Colombia Gabriel García Márquez estaba prohibido hasta que una plataforma lo democratizó. Hay profesoras que se molestan porque le dicen Gabo. Que cual es la confiancita, que si acaso lo conocemos. Y yo si creo que todos tienen una parte de él. Creo que de los grandes méritos que ha tenido este genio es el de desacralizar la literatura. Nunca le gustaron las formalidades. Incluso, cuando le entregaron el premio Nobel en Estocolmo, fue de liqui-liqui, el traje llanero por excelencia, dandole un histórico portazo al frac. Ahora, al entrar a cualquier librería, lo primero que ves es una torre de libros con al menos media docena de versiones de la saga de los Buendía. Las ventas se han disparado y también el nombre de Macondo en redes sociales. Es triste (o tal vez alentador) que Netflix haya hecho más por la difusión de la lectura en Colombia que doscientos años de rolos ampulosos dictándo cátedra desde sus cochambrosos cafés.

 

Si, tienen razón los que se quejan del ritmo en el primer capítulo. Le cuesta encontrar el tono y ni los actores que encarnan al primer José Arcadio Buendía, o a la primera Ursula están a la altura de la responsabilidad. Además están nuestros prejuicios, nuestras taras como lectores. Retumban las setencias de Gabo. Resentido por no poder haber hecho en su vida un sólo guion bueno, García Márquez se vengo del cine escribiendo lo que él consideraba una obra inadaptable. Uno de sus admiradores, Akira Kurosawa, le pidió comprar los derechos. No aceptó. Pero sus hijos si. Hay que recordar que Rodrigo García Barcha ha dirigido capítulos en dos de las mejores series de todos los tiempos: Los Soprano y Six feet under, así que algo debe saber del tema. Después de la peste del insomnio y del rescate de Melquiades te empiezas a emocionar: se ha conseguido lo imposible. Por fin la adaptación de una obra de García Márquez a la imágen en movimiento puede tener la belleza y monumentalidad que se disfrutan leyéndola. Atrás quedaban incontables fracasos que van desde La crónica de una muerte anunciada que filmó Francesco Rossi en Mompóx hasta el famélico Coronel no tiene quien le escriba de Arturo Ripstein. La gran Laura Mora triunfó en donde genios del cine habían fracasado.

 

No voy a entrar en detalles de números, ni de en cuantos países estuvo entre las cinco más vistas. Eso a la larga no importa. Parafraseando al crítico antioqueño Luis Alberto Alvarez que millones de moscas disfruten de los excrementos no es garantía de calidad. Lo que importa es que escenas como la muerte de José Arcadio Buendía, entrando a las puertas de la eternidad mientras en Macondo llueven flores amarillas o el ataque de los conservadores al pueblo, tienen la altura de la novela. Lo que importa es que niños que jamás han leído una novela la han visto y quieren seguir viéndola pero desde la intimidad de un libro.

 

Que los académicos del altiplano estén furiosos es otro triunfo de Gabo.

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