Jorge Artel, el gran poeta negro de Colombia
- Iván Gallo - Editor de Contenidos
- 20 sept 2024
- 3 Min. de lectura
Por: Iván Gallo - Editor de Contenidos

Foto tomada de: El Universal
En la nueva novela de León Valencia, que está por ser editada, me encontré el nombre de Jorge Artel. Valencia recuerda los años en los que fue inspector del corregimiento de Santa Elena. ¿Cómo haría un poeta para llevar el orden público? Sus amigos confirman que este hombre cumplía con su deber. Que tenía que delimitar linderos y hasta intervenir en peleas de borrachos. Santa Elena, tan cerquita a Medellín, estaba lejos de ser el campamento para hippies y aspirantes a comedores de setas alucinógenos que es hoy. Para Artel la montaña era una contradicción de sus versos. Pero la montaña fue el menor de sus males. Durante toda su vida fue perseguido, encarcelado, casi que asesinado por sus ideas de izquierda.
Cuenta la leyenda que Jorge Artel murió tres veces. El 9 de abril de 1948 fue encarcelado acusado de participar en una supuesta conjura comunista que terminó con el asesinato de Jorge Eliecer Gaitán. No le quedó de otra que salir del país. Empezó entonces un periplo que lo llevó a varios países, como si fuera el mismísimo Porfirio Barba Jacob, se movió con soltura por Centroamérica, Puerto Rico, El Salvador, Guatemala, Honduras y México, en donde fue director del periódico el Porvenir -como con Porfirio podemos decir que el periodismo es el último refugio del poeta-, en Panamá y sorprendentemente lo vemos en Estados Unidos perteneciendo al consejo de redacción de Readers Digest. Las famosas Selecciones. Ustedes son muy jóvenes y no recuerdan lo que significaba para el lector secular, casi que la persona de a pie, las Selecciones en los puestos de revistas. Era la revista más popular del mundo. Hasta en esos rincones tan poco probables Jorge Artel podía encontrarse con la poesía.
Y siempre regresaría a Colombia. Dice Valencia en su libro que sus pocos amigos tan sólo le pudieron conseguir un empleo en su regreso para poder subsistir, el más aburrido de todos, ser Inspector de policía en Santa Elena. Luego conseguiría otro empleo aún más sofocante para un poeta, Jefe de Instrucción Pública en el departamento de Bolívar. En 1982 ocurriría su segunda muerte. La memoria es frágil y creemos que las fake news las inició un centenial borracho a través de sus redes sociales. No, el Colombiano también se equivocaba hace 42 años. En primera plana publicó, acaso por no constatar un rumor desfachatado, que Jorge Artel se había muerto. En ese momento estaba gozoso, feliz. Como una plaga otros periódicos de otras partes del país jamás pensaron en llamarlo para confirmar. Simplemente también doblaron las campanas y publicaron en sendos titulares la supuesta muerte del poeta. Modesto, Artel esperó días para aclarar la fake news. Se le ocurrió hablando como lo hacía, diáfano como un rayo de sol atravesando un martini: “Todos mis amigos han muerto, incluso yo”.
El Colombiano, paradójicamente, lo quería e incluso le dio un espacio en donde entregó alguno de sus mejores escritos, una columna titulada “Señales de humo”. La muerte lo alcanzaría una cuarta vez y esta vez no lo dejó ir. Moriría a los 85 años en Malambo Atlántico, de un infarto. En Hamlet hay un verso que sentencia a la muerte “El resto es silencio” Artel contradijo esto. Cuando murió fue cuando empezó una bulla que sigue, que continúa, una bulla que dice así
Oigo galopar los vientos
bajo la sombra musical del puerto.
Los vientos, mil caminos ebrios y sedientos,
repujados de gritos ancestrales,
se lanzan al mar.
Voces en ellos hablan
de una antigua tortura,
voces claras para el alma
turbia de sed y de ebriedad.
¿De qué angustia remota será el signo fatal
que sella en mí este anhelo
de claves imprecisas?
Oigo galopar los vientos,
sus voces desprendidas
de lo más hondo del tiempo
me devuelven un eco
de tamboriles muertos,
de quejumbres perdidas
en no sé cuál tierra ignota,
donde cesó la luz de las hogueras
con las notas de la última lúbrica canción.
Mi pensamiento vuela
sobre el ala más fuerte
de esos vientos ruidosos del puerto,
y miro las naves dolorosas
donde acaso vinieron
los que pudieron ser nuestros abuelos.
—¡Padres de la raza morena!—
Contemplo en sus pupilas caminos de nostalgias,
rutas de dulzura,
temblores de cadena y rebelión.
¡Almas anchurosas y libres
vigorizaban los pechos y las manos cautivas!
Una doliente humanidad se refugiaba
en su música oscura de vibrátiles fibras…
—Anclados a su dolor anciano
iban cantando por la herida…
—¡Oigo galopar los vientos,
temblores de cadena y rebelión,
mientras yo —Jorge Artel—galeote de un ansia suprema,
hundo remos de angustias en la noche!
De la novela de su amigo, León Valencia, sabremos dentro de muy poco. Sólo puedo decir que tiene la potencia y también la tristeza, de los abalaos.
Comments