Juan Pablo I, el papa que duró 33 días y que habría sido asesinado por la mafia
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Por: Redacción Pares

En 1991 el cineasta Francis Ford Coppola despertó un escándalo enorme cuando presentó la tercera parte de El Padrino. En ella mostraba como la mafia mandaba a asesinar a Juan Pablo I. El papa bueno, como era conocido, se había enfrascado en una investigación para poder destapar la corrupción que rodeaba el banco del Vaticano. Su pontificado duró 33 días. Acá contamos su misterio.
Su verdadero nombre era Albino Luciani. Fue escogido papa el 26 de agosto de 1978, tenía 66 años y una salud de hierro. Sin embargo, un mes después de haber sido escogido como papa, Juan Pablo I, mientras estaba arrodillado rezando sintió un fuerte dolor en el pecho. Era una señal más que clara que las cosas no iban bien para el pontífice. En esta dolencia Juan Pablo I tuvo dos testigos, sus dos secretarios personales, Diego Lorenzi y el irlandés John Magee insistieron que llamara un médico pero su santidad hizo caso omiso de las señales.
Esa semana su médico personal lo visitó tres veces. Mucho tiempo después afirmó que no encontró nada extraño. Después de la oración el papa cenó y luego hizo una llamada al cardenal Giovanni Colombo, entonces obispo de Milán. Luego, antes de retirarse a dormir, habló con las hermanas que lo atendían en su apartamento apostólico en Roma. La única testigo que aún queda viva de las últimas horas del sumo pontífice, Sor Margaretha, cuenta lo que vio:
«Por la tarde, mientras yo planchaba, lo veía caminar por el pasillo. Leía unos folios y, de vez en cuando, se detenía y escribía algo. En uno de esos paseos me miró y dijo: 'No planche tanto la camisa, hermana. Hace mucho calor y me la tengo que cambiar a menudo. Planche solo el cuello y los puños, que el resto no se ve'. Después de cenar habló por teléfono con el cardenal de Milán. Esa misma mañana había mencionado que tenía pendiente esa llamada. No recuerdo cuánto hablaron, quizá media hora. Luego vino a donde estábamos y fue la última vez que lo vimos. Entró para darnos las buenas noches y me preguntó qué misa había preparado para el día siguiente. Le respondí que la de los ángeles custodios. 'Pues hasta mañana. Si el Señor quiere, celebraremos la misa juntos', comentó. Mientras se marchaba, antes de salir por la puerta, se giró y nos saludó de nuevo con la mano, sonriendo. Aún me parece verlo ahí, sereno como siempre. Es la última imagen que tengo de él»
El papa nunca se despertó. Sor Margaretha entró al cuarto, lo quiso levantar y al tocarlo, sus gafas cayeron. Sólo un papa tuvo un pontificado mucho más breve, León XI, quien en 1605 duró 27 días. Las mentiras empezaron a salir en los comunicados oficiales. Primero no dijeron que fue Sor Margaretha quien lo encontró sino su secretario, el irlandés Magee y luego afirmaron que la hora de la muerte de las 11 de la noche cuando pudo haber sido mucho después.
Juan Pablo I había llegado con ganas de hacer cambios en el Vaticano. El lema de su pontificado fue el de “humildad”. Era su manera de resistirse a la ostentación de la iglesia. El propio secretario Mage afirmaba que el papa tenía un extraño presentimiento, que no viviría mucho. Uno de esos extraños comentarios que le hacía a su secretario eran de esta manera: “Yo me marcharé, y el que estaba sentado en la Capilla Sixtina frente a mí ocupará mi lugar”. El hombre al que se refería era Juan Pablo II.
A lo largo de los años se han tejido muchas teorias sobre esta muerte, desde la que esbozó Coppola en el Padrino III hasta lo que dijo en el 2019 Anthony Raimondi, miembro de la mafia italiana en una entrevista en el New York Post, quien afirmó haber participado en el envenenamiento del Papa. El interesado en la muerte del papa era el cardenal Paul Marcinkus, gerente del banco del Vaticano. La mezcla fatal fue valium con cianuro revuelto en el té. Su muerte fue instantánea. La estafa que iba a denunciar el papa Juan Pablo I era de mil millones de dólares. El papa había prometido sacar a la mitad de obispos y cardenales que estaban implicado en ese fraude. Pero no se lo habrían permitido.
El misterio de Juan Pablo I pudo haberse resuelto de manera sencilla, haciendo una autopsia normal. Pero no se hizo. El misterio de su repentina muerte no se aclarará jamás.