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La alta tolerancia



“Al principio es duro, la sangre escandaliza, pero después una se acostumbra”, eso me decía una amiga que había manifestado tenerle miedo a la sangre, pero que estudió medicina. Esto mismo parece aplicarse a todo tipo de práctica repetitiva humana. En profesiones como la medicina, no hay lío, se aumenta la tolerancia a la sangre gracias al oficio. Pero cuando nos referimos a temas de violencia, corrupción y guerra, es señal de una sociedad enferma. Tres ejemplos vale la pena recordar.

El primer hecho que recuerdo fue el caso del subteniente del Ejército Raúl Muñoz, quien violó una niña, la asesinó y luego asesinó a los dos hermanitos de la niña. Días después del hecho viajé al departamento de Arauca y nunca olvidaré una frase que me dijo una señora que atendía un restaurante: “Algo debió haber hecho el señor”, se refería al papá de los tres niños; es decir, la señora justificaba la violación y los asesinatos. El otro hecho, que aún me asombra, es el de la exsenadora Liliana Rendón, quien justificó la violencia contra la mujer. Cuando se le indagó sobre los hechos, en el que el entonces técnico de la Selección Colombia, Hernán Darío Gómez, agredió a una mujer dijo: “Algo pasó, algo lo provocó y como le dije: nosotras para provocar estamos solas, somos muy necias y, cuando decimos a fregar, no nos para nadie y provocamos reacciones como la desafortunada que tuvo el Bolillo”. No olvidemos que la exsenadora es militante conservadora. En sociedades machistas la violencia de género se justifica y es aceptada por la mayoría de la población.

El tercer ejemplo me ocurrió hace una semana. Mi anterior columna fue sobre la exministra Marta Lucía Ramírez y la JEP; allí, al inicio de la misma, comparaba cómo en la dictadura de Pinochet, que duró 17 años, fueron asesinados 3.200 civiles; mientras que, en ocho años de gobierno Uribe, en una supuesta democracia, más de 4.000 civiles fueron asesinados por agentes estatales y luego fueron reportados como guerrilleros, los famosos falsos positivos. Apenas unos minutos después de haber salido la columna, recibí varios mensajes, ninguno de ellos debatía las cifras –ya que son las oficiales–, más bien justificaban lo ocurrido. “Había que hacerlo, teníamos que utilizar lo que fuera para acabar con esa gente, porque no podíamos ni viajar”. “Entonces qué quería… que la guerrilla se tomara el país”, entre otros mensajes.

Y aunque parezca increíble, a pesar de todos los datos, de todos los estudios que muestran cómo gracias al proceso de paz se han salvado miles de vidas y se salvarán decenas de miles, hay quienes prefieren la guerra y quisieran que este país siguiera por la vía de la sangre. También en los asuntos de corrupción se ven cosas increíbles: “Yo voto por él… también roba, pero menos que los otros, deja cositas para la gente”. “El ‘man’ es un ladrón pero deja que uno trabaje tranquilo”. También en esta materia hay hechos para recordar. Por ejemplo, el fiscal general Néstor Humberto Martínez sigue diciendo que la lucha contra la corrupción es su bandera y que gracias a la Fiscalía Nacional todos los escándalos han salido a la luz. Lo cual es abiertamente falso. Tanto el escándalo de Odebrecht como el del fiscal anticorrupción Luis Gustavo Moreno, se destaparon gracias a la justicia norteamérica, de no ser así, nada habría pasado. La justicia colombiana tomó algunas acciones casi porque le tocaba.

De hecho, Luis Gustavo Moreno no era un personaje desconocido para partidos y congresistas, muchos se vieron beneficiados de sus servicios como abogado años atrás. En el caso de la Personería de Bogotá en 2016, para su elección recibió el apoyo de Centro Democrático, Cambio Radical y del Partido Liberal, pero ninguno ha salido a declarar acerca de sus relaciones con Moreno. Esto lo que demuestra es que no solo los ciudadanos sino sus representantes son tolerantes con la corrupción, además de promoverla.


Estos niveles de tolerancia a la ilegalidad solo muestran una sociedad enferma. Pareciera que los años de conflicto lograron un cambio cognitivo en nuestra sociedad. La historia nos ha enseñado que estos cambios cognitivos solo se detienen con choques fuertes. En Alemania hoy nadie justifica lo que sucedió con el nazismo, han surgido en los últimos años corrientes revisionistas, pero nadie lo justifica. Solo cuando los alemanes se dieron cuenta de los campos de concentración, como el de Treblinka y Auschwitz, entendieron la dimensión del horror nazi. Tengo la esperanza de que en Colombia la Comisión de la Verdad y la JEP logren este cambio en la mentalidad colombiana. Una Colombia en la que nadie justifique las atrocidades de la guerra.

Columna de opinión publicada en Semana.com


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