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La ambivalencia del nuevo gobierno Trump con Colombia

Por: Oscar A. Chala y Juan Manuel Velandia, investigadores de la Línea de Democracia y Gobernabilidad





Donald Trump y su regreso a la Casa Blanca


Este lunes 20 de enero de 2025 se llevó a cabo una de las posesiones más influyentes e importantes a nivel mundial, el republicano, Donald Trump, regresó a la Casa Blanca como el 47° presidente de Estados Unidos.


El segundo aterrizaje de Trump al máximo cargo del país, sin duda alguna contará con más libertades a la hora de implementar su plan de gobierno ya que se ha rodeado de un equipo de personas leales y acordes a sus ideologías que no van a cuestionarle ninguna decisión.

Su actual mandato traerá consigo grandes cambios en la política exterior de EE.UU, pues su lema de “America First” a partir del lunes, estará presente en todas las decisiones que se llevan a cabo durante su gestión, especialmente en América Latina.


Las rápidas designaciones de funcionarios con amplio conocimiento de la región, como Marco Rubio, quien asumió el cargo de secretario de Estado, y los nombramientos de los embajadores Ronald Johnson en México y Daniel J. Newlin en Colombia, junto con las recientes declaraciones sobre la intención de recuperar el control del Canal de Panamá y cambiar el nombre del Golfo de México a “Golfo de América”, evidencian que América Latina será una zona clave para su administración.


Durante los próximos 4 años, la región se verá obligada a enfrentarse a grandes retos y cambios significativos, su gestión contará con características similares a las de su primer mandato, pero con una mayor intensidad, tácticas como la presión económica, la exclusión de temas relevantes como el cambio climático y la lucha por la defensa de los derechos humanos, la imposición y el incremento de aranceles y la recuperación del orden y el control fronterizo posiblemente utilizando personal militar, con el fin de frenar y contrarrestar la inmigración, serán puntos determinantes que reforzarán su discurso radical durante su segunda gestión. A esto se suma la construcción de alianzas estratégicas e influyentes con líderes como Javier Milei en Argentina y Nayib Bukele en El Salvador, quienes reproducen, promueven y refuerzan debates sobre la imposición de políticas restrictivas y discursos antidemocráticos que ponen en riesgo las libertades y la defensa de los derechos humanos en la región.

 

Zanahoria y garrote 2.0: un segundo mandato ambivalente con Latinoamérica y con Colombia

 

Las amenazas del recién posesionado presidente Donald Trump frente a la posibilidad de reclamar el Canal de Panamá y tomar control de Groenlandia permiten entrever las tendencias que pueden seguir las relaciones internacionales que Estados Unidos puede sostener con el resto de los países del continente en los próximos 4 años.


En un momento donde el sistema internacional emergido posterior a la Segunda Guerra Mundial en 1945 se está derrumbando y surgen nuevas disputas por esferas de influencia y áreas de control económico y comercial en el planeta, está claro que el interés de Trump, a través de su secretario de Estado, Marco Rubio, y de sus asesores para América Latina, estará concentrado en asegurar que la región se alinee directamente dentro del área de influencia norteamericana y expulsar la influencia china, que ha llegado a través de proyectos de infraestructura, deuda pública y crecimiento en el intercambio comercial.


Tal y como fue analizado en este artículo desde la Línea de Democracia y Gobernabilidad, Rubio y Trump abordan las relaciones internacionales de Estados Unidos desde una perspectiva realista. Ambos consideran que las decisiones del país en el ámbito global deben enfocarse en proteger sus intereses y mantener su zona de seguridad. En este marco, visualizan un escenario competitivo donde las naciones luchan por recursos, poder e influencia, buscando consolidar posiciones estratégicas y obtener ventajas sobre otros actores internacionales.


No obstante, existe una clara diferencia en sus enfoques. Trump adopta una visión transaccional y pragmática de la política exterior, priorizando exclusivamente el interés nacional por encima de cualquier agenda internacional, reflejado en su lema “America First”. Rubio, por el contrario, se alinea con un enfoque neoconservador, donde se exalta el papel de Estados Unidos como defensor de la democracia, garante de la seguridad global y freno ante el avance de regímenes autoritarios.


Esta distinción cobra relevancia en el trato hacia países como Cuba, Nicaragua y Venezuela. Rubio podría adoptar una postura más agresiva y directa, mientras que Trump parece inclinarse por mantener ciertos vínculos con estos gobiernos, argumentando que así se reduce la influencia del principal adversario en su narrativa, que es China.


Es por ello por lo que, entre otras cosas, Trump ha manifestado su interés de retomar el Canal de Panamá, pero también quiere recuperar el papel preponderante que Estados Unidos ha tenido en la política latinoamericana, especialmente para generar suficiente incidencia e influencia en la política migratoria de la región, así como asegurar que la política internacional de los países latinoamericanos se alinee con los intereses de su gobierno.


Por lo tanto, se puede esperar una postura ambivalente del nuevo gobierno estadounidense hacia Colombia. Por el lado más fuerte, el nuevo gobierno Trump tenderá a presionar para que se implementen políticas de control migratorio mucho más agresivas y restrictivas, así como exigirá a Colombia que asegure que se corte el flujo migratorio por las vías terrestres y marítimas de la región del Darién, así como también pedirá que haya una política de mano dura contra los principales grupos y organizaciones armadas en el territorio nacional, en línea con su política interior de considerar a estos grupos como organizaciones terroristas. En parte, el nombramiento de un exdetective como embajador en Colombia, como es el caso de Daniel J. Newlin, denota que el enfoque con el que Trump puede observar a Colombia será a través de los lentes de la seguridad hemisférica, más que en su rol propiamente económico o en su papel geoestratégico.


Asimismo, es probable que Trump no tienda a enredarse en grandes disputas ideológicas con el gobierno colombiano, más si su postura pragmática impera sobre la política exterior agresiva que puede impulsar Rubio. Esto es importante porque el nombramiento reciente de Laura Sarabia como nueva canciller podría interpretarse en su rol como un agente más operativo, centrado en la construcción de relacionamiento estratégico y negociaciones con cooperantes y actores privados en Estados Unidos que, como una figura contestataria a las posturas políticas del nuevo gobierno, cuyas discusiones estarán concentradas en manos del presidente.


Las declaraciones sobre potenciales escenarios de disputa frente al Canal de Panamá también pueden generar escenarios de riesgo para la seguridad en Colombia. No solo por su proximidad al país istmeño, sino porque la posición colombiana se ha mantenido en el respeto de la soberanía del canal, lo que puede poner a la diplomacia colombiana en una posición difícil frente a sus propios vecinos.


Aunque la llegada de un segundo mandato de Donald Trump ha levantado las alertas por el riesgo que generan sus radicales propuestas para el sostenimiento de la democracia estadounidense y las relaciones internacionales de ese país con el resto del mundo, si es verdad que en este escenario Colombia tendrá un rol secundario, y que las relaciones estarán impresas en el ánimo más pragmático y utilitario de que las relaciones beneficien principalmente a Estados Unidos.


En la audiencia de confirmación frente al Congreso de los Estados Unidos, Marco Rubio señaló que las inversiones y la incidencia estratégica de Estados Unidos en el mundo se moverá por 3 grandes preguntas: “¿Hace más seguro a Estados Unidos? ¿Lo hace más fuerte? ¿Lo hace más próspero?”, lo que implica que tanto los programas de cooperación, como los proyectos de inversión estarán mucho más limitados por el gobierno y por el Congreso, que está en manos de una frágil mayoría republicana. Lo que se puede esperar es que Colombia tienda a mantener las fuentes de financiación —que, entre otras cosas, son parte de los aportes que sostienen al proceso de paz— que vienen de Estados Unidos a través del relacionamiento estratégico, y la apuesta del gobierno Trump es que Colombia, como muchos de los países de la región, no termine virando completamente hacia China.


Por ahora, Trump se estrena de nuevo en el salón oval, esperando ampliar de nuevo su esfera de influencia en una región que poco a poco ha ido moviéndose entre los ánimos de construir un bloque independiente capaz de sostenerse en un mundo mucho más multipolar, y la influencia china, que a través de proyectos de inversión y soft power ha ido reemplazando la influencia estadounidense.

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