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La calumnia de la extrema derecha: Carlos Pizarro no fue ningún criminal

Por: Iván Gallo, editor de contenidos



Foto tomada de: Wikipedia


La extrema derecha puso en boca de sus políticos y también de sus periodistas -la primera línea del uribismo, como los clasificó Margarita Rosa de Francisco- la indignación que le generó el homenaje de Gustavo Petro al comandante Carlos Pizarro al convertir su sombrero en Patrimonio Cultural de la Nación. Se escucharon voces que no dudaron de calificar a Pizarro como un criminal. Se equivocan feo los que así lo llaman.


Pizarro fue quien abrió la puerta, dentro de los grupos armados, a la salida negociada al conflicto. La primera vez que existió una intención real de diálogo de un grupo guerrillero fue el ELN en 1975, después del descalabro que significó para ellos la derrota en Anorí, que estuvo a punto de destruirlos. En 1982 Belisario Betancur se sentó a hablar con las FARC, comandadas por Jacobo Arenas y Manuel Marulanda, en los diálogos de la Uribe. Se sentaron las bases de la participación política a través de la creación de un partido, la UP, pero todo terminó en la matanza por todos conocida y que dejó más de 5.000 militantes de izquierda asesinados.


La historia de las negociaciones entre los gobiernos nacionales y las guerrillas ha estado plagada de incumplimientos y traiciones. El primer en creer en que, a pesar de todo, el diálogo era la única salida posible fue Pizarro. Su primer gran enseñanza fue el perdón. La retoma sangrienta del Palacio de Justicia por parte de los militares fue un claro ejemplo del objetivo que tenían oficiales como Fernando Landazabal, Arias Cabrales o Plazas Vega de vengarse del M-19 después de haberlos dejado en ridículo con sus publicitados golpes: la recuperación para el pueblo de la espada de Bolívar, el robo de armas en el Cantón Norte y la toma de la embajada de República Dominicana. Influenciados por las doctrinas de seguridad norteamericanas, en donde era intolerable permitir cualquier disidencia de izquierda, una parte del ejército se asoció con paramilitares y decidieron exterminar a lo que oliera a marxismo.


 Mientras el ELN y las FARC se radicalizaban, Pizarro creyó en la paz. Dejó pasar los asesinatos de Iván Marino Ospina, Luis Fayad, Toledo Plata, la misteriosa muerte del líder y fundador del M-19 Jaime Bateman, fue más grande que el clima hostil que rodeaba el país. 1989 fue el año en el que Pablo Escobar decidió declararle la guerra al Estado colombiano: un avión de Avianca explotó en el aire mientras surcaba el cielo bogotano, un bus repleto de dinamita estallaba frente a la sede del DAS, asesinaban en la plaza de Soacha a Luis Carlos Galán, bombas estallaban en las esquinas, era un país en guerra, con la extrema derecha desatada con sus paras y mafiosos y aún así Carlos Pizarro decidió envolver su arma en la bandera de Colombia, entregarla y lanzarse a la presidencia de la república. Fue el 9 de marzo de 1990 en el caserío de Santo Domingo, cerca al casco urbano de Tacueyó. Con su voz disolvió la lucha armada del M-19 “Por Colombia, por la paz, dejad las armas" "¡Oficiales de Bolívar, rompan filas!".


Pizarro sabía los riesgos que corría. María José Pizarro incluso recuerda cuando fue la última vez que vio a su papá. Fue en un restaurante en Bogotá, en un breve momento en el que la apretada gira que tenía que realizar se lo permitió. Él ya sabía que lo iban a matar. Ese día la reunión fue en un restaurante llamado Tamarindo que queda a la vuelta de la Casa Medina. Alguien lo regañó porque no llevaba chaleco antibalas. Desparpajado, Pizarro gritó entre risas “¿Y para qué llevo eso? Ellos saben que llevo chaleco anti-balas, si me van a matar me dispara en la cabeza y listo”. La lógica demoledora desarmó a María José y a los que lo acompañaban. A ella le dijo esa noche que estuviera preparada, que ella tenía que saber que a él lo iban a matar pronto.


En abril de 1990 ya habían sido asesinados en esa campaña Luis Carlos Galán y Bernardo Jaramillo Ossa. A pesar de la certeza de la traición Pizarro le dejó claro a Navarro Wolf, al mismo Gustavo Petro, a sus lugartenientes políticos que ya no había ninguna posibilidad de retomar la lucha armada. El compromiso con la paz fue total.


El 26 de abril de 1990 fue asesinado Carlos Pizarro en un avión de Avianca por un sicario que pertenecía a la Casa Castaño. Al asesino lo ultimaron los hombres del DAS dentro del avión para que no hablara. No fue sólo la orden de un paramilitar envuelto en una nube de bazuco sino que contó con el apoyo de fuerzas armadas, de alguno que otro político, de la “primera línea de la extrema derecha”. La respuesta a su muerte ya la tenía preparada el propio Pizarro: tragarse la rabia y seguir con la paz.


El tiempo le ha dado la razón y 32 años después de su asesinato su propia hija le puso la banda presidencial a uno de sus hombres, a Gustavo Petro. Pizarro y su legado deben vivir y deben ser recordados en cada escuela, en cada calle, en cada joven: el único camino es la reconciliación.


Pizarro no fue ningún criminal. Criminales los que no sólo se alegraron de su muerte sino los que lo quieren borrar de la historia.


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