LA CODICIA DEL PRESIDENTE PETRO
- Guillermo Linero
- 31 mar
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Por: Guillermo Linero Montes

Cuando aludo a la codicia del presidente Gustavo Petro, no lo hago refiriéndome a su talante humano, que está muy distante de lo codicioso; lo hago motivado por sus continuos usos al término codicia para señalar a quienes con egoísmo se oponen a sus reformas, cuya esencia es la equidad social y el amparo de los menos favorecidos. La palabra codicia, también la ha usado el presidente para referirse -como lo hizo en la Segunda Conferencia Mundial de la OMS- a la indolencia de los amos del mundo y a su desinterés por cambiar la fuente de sus ingresos económicos, pese a los daños que al planeta y la especie ocasionan sus negocios.
En efecto, el presidente Gustavo Petro -en algo tal vez singular dentro del contexto académico en que se estudian los hechos político-sociales- le endilga a la codicia, y con ella a los codiciosos, la grave y vergonzosa inequidad del país. El presidente no culpa exclusivamente a la barbarie pasada de la barbarie presente, como suelen hacerlo algunos investigadores sociales, al aseverar que la violencia en Colombia se debe a una “tradición de odios y venganzas”.
En consecuencia, por fidelidad a dicha postura tradicional, o línea de investigación académica, cuando se trata de estudiar la violencia política y social que nos embarga, descontamos las causas primeras -las motivadoras del odio y de la venganza- y privilegiamos el análisis de sus meras consecuencias: el deseo de hacerle daño a sus rivales (el odio) y la satisfacción obtenida si este daño finalmente es producido (la venganza). Lo cierto es que poco se han preocupado los investigadores sociales, por hallar las “causas” promotoras de “efectos” que se materializan en sentimientos de odios y venganzas.
De la violencia, los federalistas culpaban a los centralistas y viceversa; los liberales a los conservadores y estos respondían con igual señalamiento; ahora los izquierdistas culpan a la extrema derecha y los partidarios de la derecha a la extrema izquierda. Un debate que, en dicho contexto de partidos políticos opuestos, connota que sus conductas de exagerada avaricia no responden necesariamente a la codicia de un ciudadano X, sino al interés colectivo de un partido cuya pretensión es acceder al poder.
Hoy, cuando ya es un secreto a voces que la corrupción es la madre de todos los males nacionales, se visibiliza -y de ahí la tesis del presidente- la codicia de quienes perteneciendo o no a partidos o fuerzas políticas, única y estrictamente persiguen satisfacer sus avideces. De hecho, cuando la corrupción tipifica un concierto para delinquir, lo que hay detrás no es siempre el interés de un partido o fuerza política, casi siempre se trata de la complicidad de dos o más codiciosos. Y esto es así, pues la codicia no persigue el poder político o gubernamental, no, la codicia significa inequívocamente el deseo insaciable de riqueza, que es un impulso mental anómalo y unipersonal, no necesariamente ligado a pretensiones de poder político o gubernamental.
De tal suerte, podría decirse, por ejemplo, que Santander fue un codicioso y Bolívar un generoso, que Laureano Gómez fue un codicioso y Jorge Eliécer Gaitán un promotor de la equidad social; o podemos decir que Manuel Marulanda codiciaba obtener el poder para el pueblo por medio de las armas y su contrario, el expresidente Álvaro Uribe, teniendo el poder y las armas, codicia estrictamente la riqueza.
La tradición católica siempre ha considerado nociva la conducta del codicioso, tanto que la biblia incluye en la última de sus diez prohibiciones sagradas, este tajante mandamiento: “No codiciarás los bienes ajenos”. Con todo, mucho después de escrita la biblia, Thomas Hobbes le concede a la codicia cierta justificación, al considerarla parte de la naturaleza humana “por su tendencia a la auto-conservación. Esta característica innata hace que los hombres sean egoístas, esencialmente en su necesidad de supervivencia”1.
Pero, la realidad es que a los codiciosos no los mueve la auto-conservación, como lo argumentaba el autor de Leviatán, sino los mueve un espíritu egoísta. La mayoría de los codiciosos carecen de la llamada neurona espejo -responsable de la empatía- y carecen de problemas económicos graves; es decir, solo los impulsa la mera ambición de obtener riqueza, y por lo general la consiguen sin miramientos. A los codiciosos los excita el deseo de acumular para sí mismos y para sus allegados y, por ello, de corriente les dicen “hambrientos”, pues no disimulan su avaricia insaciable.
En los tiempos del imperio romano “la codicia era una especie de heroína que prefería a los valientes (a los carentes de compasión y surtidos de armas) y los premiaba con el botín por su victoria (igual que las bonificaciones y premios dados por los falsos positivos) y, por ende, hacía ascos a la cobardía (promoviendo el talante traqueto, de ofensas y amenazas), hacía ascos al desapego o a la indolencia (como lo hacen quienes esconden los medicamentos sin importarles que mueran los enfermos) y, ya obtenida la codicia, no quedaba más que seguir mirando el espectáculo, ya confundidos actores y espectadores (de lo que en el presente, por ejemplo, se encargan con eficiencia delincuencial los medios de comunicación)”2.
Y para terminar, vale resaltar esta frase de Tácito, que describe la naturaleza insaciable y desvergonzada de los codiciosos: “Luego de haber abandonado la guerra, ni siquiera pedían la paz”3; y esta otra de Marcos, VIII:36: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?”.
1 Pinilla-Rodríguez Diego. “El egoísmo en el pensamiento de Thomas Hobbes” En: https://www.scielo.cl/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0717-554X2020000300241
2 Hermosa Andújar Antonio. “El Poder de la Codicia. Tácito y la destrucción de Cremona”. En: https://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1870-879X2021000200
3 Idem.
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