Por: Lizeth Serrato Contreras
La Transición Energética Justa se vuelve cada vez mas palpable y real en Colombia, en lo corrido del año el discurso del uso de las energías limpias ha dejado de ser un imaginario y se ha convertido en el pan de cada día desde los medios de comunicación, la academia, las instituciones y la sociedad en general; sin embargo, poco se habla de las modificaciones que se deben hacer en la cotidianidad de las comunidades y a los ajustes que se darán en los hábitos de consumo energético de manera individual.
El desarrollo de nuevos modelos económicos y sociales para garantizar la sostenibilidad de la Transición en las comunidades se ha convertido en una acción imperativa que debe ir de la mano con la apropiación por parte de la sociedad, el arraigo a este nueva matriz energética debe impartirse en las poblaciones de tal forma que tanto niños, niñas jóvenes y adultos entiendan la necesidad de hacer uso inteligente y racional de la energía además de cuidar, en materia de mantenimiento, la infraestructura que les beneficia.
Durante la promoción de las comunidades energéticas se ha hondado insistentemente en las ventajas que genera hacer uso de las energías renovables, sin embargo, no se ha hecho hincapié en las desventajas que genera hacer parte de estos procesos, dentro de estas se destacan:
- Cambio en los hábitos de consumo de energía a nivel individual, familiar y comunitario.
- Crear conciencia ciudadana en términos de ahorro para la optimización del nuevo recurso.
- Cambios en el paisaje y el flujo natural de algunos ecosistemas.
- Racionar la energía producida.
Llegado a este punto, es importante entender que muchos de los cálculos de la Transición Energética se han dado sobre supuestos, por ejemplo: las cifras de las familias son equivalentes a la cantidad de casas mapeadas, sin embargo, no se presupuesta que en una misma casa habitan más de dos familias, estos escenarios se dan de manera más marcadas en las poblaciones de escasos recursos y que, curiosamente, están siendo foco fichado por el Gobierno para implementar iniciativas de Transición.
Si ponemos la lupa sobre el Caribe colombiano evidenciamos que, además de contar con un alto potencial en fuentes de energías renovables, también hace presencia la cultura picotera, aquella que invita a la comunidad a hacer uso de grandes equipos de sonido que representa, a su vez, un alto consumo de energía; por otra parte, se tiene el caluroso panorama de las altas temperaturas lo que lleva a la sociedad a hacer uso constante de abanicos y aires acondicionados que también elevan el consumo, estas actividades han desencadenado un hábito en la cultura costeña: el robo de energía, los contrabandos o los famosos “mágicos”.
En diálogos con las comunidades se ha hecho visible las preocupaciones que les genera saber que muchos hábitos de consumo, que a fin de cuentas están directamente relacionados con la cultura y la identidad, deben ser ajustados a un modelo menos consumista a nivel energético para no perjudicar la estabilidad del resto de la población.
Al transitar de un uso de energías de combustibles fósiles a uno no convencional no solo se debe modificar el sistema eléctrico sino el sistema cultural, el chip de las comunidades para iniciar un proceso de recodificación, una deconstrucción de hábitos de excesivo consumo a la construcción de un pensamiento mas consciente y colectivo, en donde se entienda que la energía renovable beneficia a las comunidades energéticas en ámbito económico y que compensación a esa ventaja se deben mitigar algunas practicas que pongan en aprietos el nuevo sistema de energía. Ahora bien, ¿esta relación entre cultura y Transición Energética desencadenará una acción con daño?
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