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La devoción que sentía Vargas Llosa por su amigo Gabriel García Márquez

  Por: Catalina Valencia - Coordinadora de la Línea de Cultura




Para nosotros, los que estamos armando la gran fiesta del centenario de Gabo, fue un golpazo la muerte de Mario Vargas Llosa. No sabíamos que estaba enfermo con un cáncer en la sangre, que desde hace cinco años tenía los días contados. Creíamos que gozaba de buena salud, así lo indicaban sus largas caminatas en Madrid y Lima antes de que se levantara el sol, y por sus columnas en El País y la constante publicación de novelas. Por eso, aunque tuviera 89 años, fue sorpresiva su partida. Lo teníamos en la lista de los posibles invitados al festival que se realizará en el 2027 en Aracataca. Soñábamos incluso con una especie de reconciliación póstuma.

 

Pero no se pudo, la naturaleza es más fuerte que cualquier ilusión. Pero lo que si podemos hacer es recordar la gran amistad y devoción que sintió el peruano por el cataqueño. Mientras los grandes medios recuerdan un puñetazo yo recuerdo un elogio, el mayor que le ha hecho un escritor a otro, este se llama Historia de un deicidio. En un estudio de 500 páginas Vargas Llosa, riguroso lector, implacable académico, desglosa Cien años de soledad y da su veredicto: Gabo fue tan grande que para crear a Macondo, a los Buendía, a los gitanos, a los gringos que llegan a sembrar banano, mata por un momento a Dios para convertirse él mismo en el creador. Cien años de soledad no es una novela, es un universo, un organismo vivo.

 

Hasta hace muy pocos años conseguir este libro era imposible. O al menos un lujo muy caro. En algunas librerías del centro de Bogotá, como la librería Merlín, podría estar una de las primeras copias publicadas por la editorial Seix Barral. Podría costar hasta un millón de pesos. En el 2020 Alfaguara, con el permiso tácito del escritor peruano, publicó, casi cincuenta años después, una nueva edición que celebramos los seguidores de ambos genios.

 

Vivieron juntos en Barcelona, compartieron una misma mamá adoptiva, Carmen Barcells, la mujer que descubrió el talento de ambos y creó el Boom, fueron a fiestas y conferencias, salían con sus parejas y, acaso una confusión personal, desembocó en el puñetazo. Eso no importa. Lo que realmente nos congrega es la devoción que sintió Vargas por Gabo. Afirmaba que el de Aracataca era un genio puro, no era ningún intelectual sino un hombre que se guiaba a punta de intuición y así pudo crear nada más y nada menos que un mundo, Macondo.

 

Nuestra idea en el festival es invitar a todos los Nobel que aún viven. Algunos irán quedando en el camino. Jamás esperábamos que fuera Vargas Llosa uno de los ausentes. Para un genio cualquier edad es demasiado joven para morir.

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