Por: Luis Eduardo Celis
El siguiente texto lo escribí en 2004. Han pasado 18 años y León ha mantenido y acrecentado una obra que va de la ficción, el relato autobiográfico, la crónica y el ensayo a una nueva novela: "La Sombra del Presidente", publicada en 2020, y su último libro que se presenta este miércoles 7 de septiembre en el Gimnasio Moderno a las 6 pm, sobre la izquierda y su trasegar hasta llegar al Gobierno Nacional, titulado "La izquierda al Poder en Colombia", en el que articula su vida como hombre de izquierda con el proceso histórico que ha llevado a Gustavo Petro a ser el presidente de Colombia, en una ruptura de enormes repercusiones. León mantiene y enriquece una obra periodística y literaria que siempre me ha convocado, como su amigo y colega de trabajo y de luchas.
A propósito de la novela de León Valencia “Con el pucho de la vida”
La pasión es definida como una “inclinación o preferencia muy viva”, también como “perturbación o afecto desordenado del ánimo” o “afición vehemente a una cosa”. La pasión es un excelente concepto para hablar de León Valencia, un hombre nacido en Andes, Antioquia, y próximo al medio siglo.
Tres grandes pasiones han guiado a León por la vida, las tres íntimamente ligadas, recalco en la expresión íntimamente, porque así ha sido: sus amigos y afectos, la política para producir cambios y la escritura. Escribir ha sido interés de toda su existencia. A esta pasión le ha dedicado sus mejores energías en los últimos años, cuando las circunstancias le han permitido equilibrar de mejor manera la filigrana de la acción política y el diario construir de los afectos.
Afortunados nosotros sus amigos y sus amigas, porque siempre encontramos en León la voz cálida, la mano generosa para compartir y una nueva causa a emprender.
Escribir ha sido para León una acción de siempre. Escribió en los periódicos estudiantiles y parroquiales de su entrañable suroeste Antioqueño, fundó y dirigió el periódico Pan y Libertad, expresión pública de un movimiento político nacional de finales de los años setenta y principios de los ochenta. Fue redactor seleccionado para escribir las conclusiones y declaraciones de las agrupaciones Marxistas Leninistas en las que participó. Compartió con otra excelsa pluma, la de Álvaro Fayad, la redacción de comunicados y resoluciones de la Coordinadora Guerrillera Simón Bolívar y fue un escribano de quilates en el ELN a la hora de meterle el diente a una comunicación interna o a esas acostumbradas epístolas que finalizaban con el conocido “desde las montañas de Colombia”.
Pero fue su retorno a la vida ciudadana desde abril del 94, luego de esos pactos parciales de paz que significaron las negociaciones con hombres y mujeres que hablaban del cambio empuñando los fusiles, lo que lo empujó de manera más decidida a dedicar energías a la escritura como forma de ejercicio de la política, de acción frente a un país ávido de explicaciones y argumentos para entender y actuar en tiempos de locura y desazón.
En su condición de presidente de la Corriente de Renovación Socialista en 1995, agrupación que hoy está en muy buena parte integrada al Polo Democrático Independiente, dirigió una carta a la dirección de El Tiempo, presentando algunas observaciones a un Editorial; la respuesta fue una oferta a escribir sobre los temas de polémica y otros de su interés. Valga la oportunidad para felicitar a una de las instituciones más prestigiosas del país, que muestra día a día apertura y deseo de cambio, no en la magnitud que algunos deseáramos, pero significativa sin lugar a dudas, apertura y voluntad de cambio que le falta a muy buena parte de las instituciones y personas de liderazgo en Colombia. Al día de hoy, luego de nueve años, ha publicado cerca de ochenta columnas en las que analiza de manera juiciosa los acontecimientos de la guerra y de la paz, de la política cotidiana y los asuntos internacionales. León se mueve con soltura y rigor por los temas de actualidad; con equilibrio y sin esconder su condición de hombre de izquierdas, pero con el talante del que piensa y escribe desde la argumentación lúcida, buscando el filón de los acontecimientos, las honduras de los procesos. Por eso se ha consolidado como una columna leída, comentada y respetada.
Escribir textos así es un parto en toda la extensión del acontecimiento maravilloso de la vida. Los temas le rondan en la cabeza. León pregunta a los cercanos qué tema tratar, cómo pensarlo, desde dónde enrutarlo, y luego de ires y venires, llamadas y consultas, documentación pertinente, se “clava” frente al computador, en su casa o en donde lo coja el momento (lo he visto escribiendo sus columnas en cafés, oficinas prestadas, estudios de su infinidad de amigos que lo acogen con cariño y alegría) y con una concentración digna de quien asume su oficio con solemnidad, en un estado cercano a la meditación, profundamente concentrado, teclea con ritmo las tres o cuatro cuartillas de su cometido y se para feliz, como la niña que muestra orgullosa sus pinturas, y lee a los presentes, ausculta sus rostros para encontrar la fuerza de sus valoraciones y en algunas muy pocas ocasiones matiza un argumento o incluye un nuevo dato que le da mayor redondez a su obra.
Pero una cosa es escribir una columna, un género si se me permite la expresión de “envión corto”, como correr los cien metros, fuerza y habilidad, comprimir en diez segundos el esfuerzo de toda una vida, eso hacen semanalmente los columnistas. Mi respeto y admiración. Pero otra cosa muy diferente es adentrarse en la escritura de un reportaje, el género donde se pueden encontrar la política y el periodismo, y eso fue a lo que se abocó León luego de la ruptura del proceso del Caguán: el diálogo sin frutos aún adelantado por la administración del expresidente Pastrana y las FARC en febrero de 2002. Recuerdo a León cuando diez días después de este insuseso del cual vivimos sus consecuencias hoy, le escuché decir “lo del Caguán es un hecho muy importante que el país tiene que explicarse, y yo voy a arriesgar una explicación” y a renglón seguido nos contaba “acabo de hablar con la Editorial Intermedio, y me comprometí a entregarles un libro para el primero de abril”. Lo que siguió fueron treinta días que viví con la intensidad de acompañar al hombre que, guiado por la fuerza interior del querer comunicar, se sumergió en el frenético proceso de la escritura, el poner sobre el papel la emoción, la intensidad, las complejidades de una historia que había acaparado la atención del país y de la comunidad internacional durante cuarenta y cinco meses.
Explicar, comprender, valorar toda esta historia en un afán de síntesis, con soltura, buen estilo, amplia información, ese fue el reto que asumió. Y lo vi acuartelado en su casa, con jornadas de doce y dieciocho horas “clavado” frente al computador, degustando cada capítulo, viviendo el frenesí de la creación, padeciendo los momentos de crisis, en los que se siente que se pierde contacto con la fluidez, que la obra se cae, el ritmo se desvanece, vivir la crisis y afrontarla como ha afrontado las pequeñas y grandes crisis de su existencia; pero como el escribir es un acto de amor, de compromiso, de vitalidad, como lo es la vida, la crisis se repunta y continúa.
El primero de abril llegó con su Adiós a la política, bienvenida la guerra, y el editor de Intermedio no lo creía, le parecía un imposible escribir algo serio y profundo en tan corto tiempo, pero la lectura lo desmintió en sus prejuicios, tenía frente así una obra con rigor y calidad, y la mejor prueba de ello fueron los diez mil ejemplares de tres ediciones de Intermedio Editores vendidas en cinco meses y las cuatro ediciones piratas que fueron voceadas en los semáforos de Bogotá, Medellín y Bucaramanga, con el sugestivo “Adiós a la política, bienvenida la guerra, para que vean la plomazera que se nos viene encima”.
Claro, una cosa es escribir sobre un tema en el que se ha trajinado toda la existencia, como lo es el de la guerra y la paz para un hombre como León que su vida está totalmente permeada por las Miserias de la guerra y las esperanzas de la paz, título de un libro suyo publicado el año anterior, que recoge ensayos, y otra muy diferente es abocarse al género mayor de la literatura, por lo menos el de mayores filigranas y recovecos, como lo es el de la novela, la ficción, el mundo de los entrecruces y las elucubraciones y agréguele a esto el tema: suicidio.
Con el pucho de la vida, su primera novela, publicada por una editorial de gran prestigio como lo es Alfaguara, en buena parte autobiográfica, transcurre en el Medellín de los años setenta, nos muestra el mundo juvenil con sus búsquedas y transgresiones, la salsa, el deseo de cambio, la ruptura con la cultura paisa anclada en el conservadurismo y el statu quo, la cultura de las izquierdas, las armadas y las civilistas, con el punto articulador del acto humano de dejar la existencia por mano propia, el suicidio, estas son las coordenadas de una obra en la que León mezcla ficción y realidad. Cuando la lean encontrarán en ella historias reales entremezcladas con la buena dosis de ficción que requiere la obra literaria.
Con el pucho de la vida le rondó en la cabeza a León más de veinte años, la escribió motivado por cartas de suicidas que amigos del Medellín de los setenta le regalaron, el paso de los años y la pasión por la escritura lo empujaron a otra frenética “clavada”, esta vez en casa de su madre en su entrañable Medellín, en las vacaciones de diciembre de 2002, la escribió en tres semanas, nuevamente la escritura febril, las dieciocho horas frente a la máquina, el llorar recordando a sus muertos, el reír con las pilatunas de sus años mozos, todas las emociones revueltas en el maravilloso lodo de la existencia, pero de allí surgió Con el pucho de la vida, léanla, vale la pena.
La Soledad, madrugada del miércoles 24 de marzo de 2004
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