Por: Sergio Saavedra – Redacción Pares
“Vale la pena luchar por lo que vale la pena tener”, dice un pendón que yace colgado en la escuela que fue reconstruida después de la guerra en Pita Capacho, Sucre. Hace ya dos años, en 2016, el artista Juan Manuel Echavarría recorría Montes de María fotografiando escuelas que habían sido víctimas de la guerra, escuelas que en principio sobrevivían a la ausencia permanente del Estado y a la violencia que perpetraban los grupos armados en esa región.
Cuando Juan Manuel y Fernando Grisales —quien hace parte del equipo de trabajo de la Fundación Puntos de Encuentro—en compañía de un habitante de la comunidad llegaron a lo que quedaba de escuela en Pita Capacho, se dieron cuenta que, a diferencia de las escuelas que habían visitado (más de 150) en lugares como Mampuján o en San Jacinto, en esta se estaba dictando clase. Con una temperatura cercana a los 40°c, una incasable profesora se negaba dejar los procesos de aprendizaje de los niños de la comunidad.
Los niños, al igual que ella, tenían que caminar por horas entre el barro, el calor y la espesura para llegar a la escuela de Pita Capacho, que no tenía electricidad ni agua. Allí mismo, se dictaron miles de horas de clase durante meses, gracias a Elia Mendoza.
Este acto de altruismo, en palabras de Juan Manuel —quien es además el director de la Fundación Puntos de Encuentro— permitió que se tejiera por dos años un proyecto en el que no solo se reconstruyó la escuela, sino que también aportó a reconstruir el tejido social en la comunidad de Pita Capacho y de San Onofre, Sucre. Continuar con una nueva vida fue la consigna de este 6 de diciembre de 2018 —fecha de reinaguración— cuando la comunidad entre gaitas, tambores, bailes, tejidos y gastronomía celebró el retorno de la dignidad.
Foto: Sergio Saavedra
El día de la reinauguración
Desde 1962 no se hacía una escuela, dicen los pobladores. 58 años después, el pasado jueves 6 de diciembre, al comunidad se reunió para reabrir las puertas de la escuela a la niñez de Pita Capacho. “Cuando aparece la luz del día, que va anunciando su claridad, tus hijos sueñan de noche y día con una Colombia en paz (…) con machete, chalupa, mula, manos de hierro y fe de acero continuaremos en pie de lucha”, cantan los habitantes antes de que cinco niños de preescolar y tres de quinto de primaria reciban su grado en el marco de la reinauguración.
Después de los actos protocolarios, las sabedoras se tomaron la palabra, enfatizaron que los esfuerzos adelantados por la comunidad y la Fundación nada tienen que ver con ayuda recibida por la gobernación o por el Estado, ni siquiera por el rector del colegio. Este último es un personaje que, aun sin forma, hace parte de estos pasajes, se llama Alfredo José Sierra Chopenera y no tiene forma porque, según lo dicen las seño’, no aparece en el colegio desde hace años.
El día de la reinaguración no se presentó, eso sí, antes mandó unas desteñidas palabras al respecto y dijo —de forma indignante para la comunidad como lo hicieron saber los gestos de desaprobación— que la no continuidad de la profesora Elia Mendoza en la escuela de Pita Capacho no obedecía a ningún conflicto de interés. Así están las cosas, Elia Mendoza quién estaba entregando los diplomas de los primeros niños graduados en mucho tiempo, y quién fue la que permitió que este proyecto, era notificada de su despido por un acto de desfachatez que enviaba desde Sincelejo el “rector”.
Elía Mendoza – Foto: Sergio Saavedra
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Llegar a la escuela de Pita Capacho desde San Onofre toma casi dos horas, de las cuales una hora y media se recorren por trochas que convierten las motos en una suerte de cuatrimotos. Entre kilómetros y kilómetros de palma de aceite se asoman las montañas del corredor de Montes de María. Como dicen en la comunidad, es tanta la palma de aceite que desplaza que “ya no se ven campesinos, ya no hay a quien saludar”.
Foto: Sergio Saavedra
La escuela que hace dos años era un salón inhóspito, hoy cuenta con agua potable, electricidad solar, cancha de fútbol, cocina y un kiosco que configuran la idea de un espacio digno para los procesos de saberes que la comunidad genera.
Un grupo de ingenieros de la Universidad Tecnológica de Bolívar y un antiguo profesor de la Universidad del Valle se las ingeniaron con la comunidad, literalmente, para crear un sistema que permitiera procesar los flujos de aguas y así permitir que los niños de la escuela pudieran tomar agua y se puedan cocinar los alimentos con la misma. También, pensaron la forma de aprovechar el sol que enardece los verdes del corredor de Montes de María para generar una planta de energía solar que alimente las necesidades y demandas de la escuela.
Foto: Sergio Saavedra
“Tiza, tablero y lengua no convence a los niños”
“Retorna la paz cantando a los Montes de María, este es el bonito día que vivíamos esperando. Hoy la gaita va llevando nueva melodía sonriente, se oye el eco de la fuente que en el cerro va corriendo y con arte vamos tejiendo esta vida nuevamente”.
Estos versos fueron cantados en el renacimiento de la escuela rural de Pita Capacho. Y es que allá insisten en que la apuesta está en la oralidad, el baile y la música. Deisy León Vergara, profesora de danza de la escuela, habla de la importancia de utilizar el cuerpo como vehículo de su enseñanza, remitiéndose a su experiencia como mujer para compartirla hacia los niños.
Por eso le da gran importancia al baile –y a la cultura en general-, para que los niños y niñas la transmitan y se conozcan. Para Deisy, “por medio del cuerpo -aparte del baile- nos reconciliamos: actividades como la pintura permiten observar lo que los niños expresan y quieren ser en un futuro a pesar de haber vivido la guerra o estar viviéndola”.
Estas líneas son de una pequeña Colombia que entre palma de aceite cocina, baila, canta y teje paz. Sin embargo, como lo señalo Juan Manuel Echavarría: “El Estado es quien debe hacerse cargo de la reconstrucción de las escuelas, porque la educación fue víctima de la guerra”. Cierra su discurso en la reapertura de la escuela diciendo que “fue la ausencia del Estado la que permitió esta guerra”.
En la parte posterior del aula, está colgada la fotografía del tablero de lo que en algún momento fue la escuela y a lo que la comunidad espera decirle adiós. La memoria también es un vehículo para resignificar las experiencias de un conflicto indigno.
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