La esperanza en medio de las balas en el Catatumbo
- Oficina Oriente Pares
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Por: Oficina Oriente Pares

Dos meses y diecisiete días después que estallara la guerra entre el Ejército de Liberación Nacional (ELN) y el Frente 33 del Estado Mayor de los Bloques y Frentes (EMBF) en el Catatumbo, cerca de 170 personas que se encontraban en condición de desplazamiento viajaron hasta la zona rural de Tibú, Norte de Santander y se asentaron en el primer refugio humanitario de familias retornadas.
Era la mañana del jueves 3 de abril de 2025, tres camiones cargados de comida, implementos de cocina, carpas y colchonetas, siete buses de la empresa Catatumbo que ondeaban en sus cabinas banderas blancas esperaban a familias enteras que llegaban con sus maletas de ropa marcadas por la esperanza y la fe de retornar a sus tierras. El punto de encuentro: la cúpula chata de la Gobernación de Norte de Santander.
Sobre las 9 de la mañana los pitos de los buses anunciaban el inicio de una aventura que atravesaría el centro de Cúcuta y los llevaría hasta la vereda Bertrania en el municipio de Tibú, el lugar donde se estableció el refugio humanitario que espera convertirse en una comunidad de paz que vele por el cumplimiento de tres mínimos humanitarios: dignidad humana, voluntariedad del Estado y seguridad de la población civil.
Pablo Téllez, es miembro de la Asociación por la Unidad Campesina del Catatumbo (ASUNCAT) y sobre sus hombros lleva una guitarra y la historia de cinco décadas que le permiten la autoridad de pedirle a los grupos armados en confrontación que respeten a la población civil y la dejen a un lado de sus diferencias. “Nosotros en la ciudad no sabemos hacer nada, y por eso decidimos retornar a nuestros territorios, llegamos hasta el refugio y tenemos todo ordenado para seguir trabajando por construir la paz del territorio, es el momento soñado de regresar, estuvimos un mes buscando alternativas y el Gobierno Nacional no brindó las garantías para regresar”.
Aunque las condiciones de retorno al Catatumbo no están dadas, por la continuidad de los ataques armados entre el ELN y el Frente 33 de las FARC-EP, ellos decidieron regresar y llegar a una zona que, entre sus dinámicas del conflicto, deja desde el 16 de enero de 2025 cerca de 60 mil personas desplazadas, más de 16 mil confinadas, 99 personas asesinadas (de acuerdo a los líderes comunales el número puede ser mayor), más de 100 líderes y lideresas amenazadas y miles de personas que esperan porque la horrible noche cese.
El camino continuaba, las Naciones Unidas, Defensoría del Pueblo, el Gobierno Nacional y medios de comunicación acompañaban la caravana humanitaria que permitía que 170 personas regresaran a donde no debieron salir. Las banderas blancas y de Colombia, izadas desde las ventanas de los buses, anunciaban entre el polvo de la carretera que la oportunidad de creer en la paz seguía intacta.
Los rostros de alegría de las personas que se acercaban a orilla de carretera, en cada uno de los caseríos de casas que pasaban, era la fiel muestra que la comunidad anhela y sueña porque los sonidos de las balas dejen de apagar las vidas inocentes y de aquellos que no tuvieron más oportunidad que alzar un fusil.
Genny Calvo, coronel (R) de la policía nacional, es la delegada del Gobierno Nacional en la mesa de diálogo de paz con el Frente 33 de las FARC-EP, indicó que, en muchas ocasiones, las comunidades buscan el apoyo y la solución en los grupos armados ilegales, pero que en está ocasión fueron ellos quienes buscaron al Estado para proponer y consolidar alternativas de vida que superen la lógica de la violencia.
Una oportunidad que para el Gobierno Nacional es única para poder consolidar los esfuerzos de paz que se hacen con esta facción del EMBF en el Catatumbo; y que, entre sus alternativas más fuertes, se encuentra la transformación del Campo a través de la sustitución de las economías ilícitas. Es así que para Yersinia Narváez, quien tuvo que salir hace dos meses de la vereda Soledad en Convención por las amenazas que recibió de parte del ELN, el acompañamiento del Estado requiere de soluciones reales y a corto plazo.
“Yo hago parte del comité de la reforma agraria del municipio y soy lideresa comunal en la vereda y lo que más queremos es que este Gobierno nos siga acompañando para que nosotros podamos seguir cultivando la tierra, que sigamos con nuestro trabajo de defensa de los derechos humanos en está región que tanto lo necesita” indicó Narváez, a quien su rostro le refleja una sonrisa tímida que aguarda por que la paz sea una realidad.
Seis horas de camino acaban y un letrero que dice “Bienvenidos al centro recreacional El Refugio” dan la entrada a lo que será el hogar de estás 170 personas que decidieron creer en la posibilidad de retornar. Se establecieron en un predio que obtuvo ASUNCAT en una compra que desarrollaron a una asociación de profesores y esperan transformarse en una comunidad de paz donde promover la reconciliación y oponerse al uso de la violencia son la clave de un mejor país.
La caravana humanitaria termina y la presencia continua de la Policía y el Ejército Nacional en la vía auguran el sueño de miles de catatumberos: que las balas dejen de sonar. Sin embargo, los sonidos de la guerra se mantienen entre la zozobra y el miedo de las comunidades. Pese a esto las risas que volvían a sonar en medio de la selva no eran solo símbolo de alegría, sino un acto de resistencia frente al miedo impuesto por la violencia. Cada familia que llegó a Bertrania con lo poco que pudo cargar, trajo consigo también un pedazo de historia, de lucha y de esperanza, decididos a no volver a huir.
Porque en el Catatumbo, a pesar de los fusiles y las amenazas, la vida insiste. La comunidad retornada no solo busca reconstruir sus hogares, sino también el tejido social que la guerra ha intentado romper. Ellos saben que el camino hacia la paz es largo y lleno de obstáculos, pero también saben (como lo demuestra su regreso) que ningún conflicto es más poderoso que el deseo profundo de vivir en libertad, cultivar la tierra en paz y ver a sus hijos crecer sin miedo.
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