Por: Oscar A. Chala y Diego Alejandro Pedraza
Investigadores de la Línea de Democracia y Gobernabilidad
Fuente: El Nuevo Siglo
La figura de los partidos políticos tradicionales siempre ha estado rodeada de un aura de orden y estructura, aunque en la práctica los movimientos han sido más ordenados que otras denominaciones que han existido en la política colombiana.
Sin embargo, la estructura interna real de los partidos tradicionales dista completamente de la idea de unidad, porque al interior de estas mismas han brotado facciones internas que históricamente han roto el orden univoco de los movimientos políticos.
Su evolución ha sido curiosa, porque han pasado de ser estructuras ideológicas a convertirse en “fábricas de avales”, donde la ideología ha pasado a un segundo plano. Son estructuras desgastadas, ideológicamente anquilosadas en el pasado y reconvertidas para ser una estructura inserta dentro del amplio mundo burocrático, cooptando, en algunos casos, sectores del Estado.
Un antes y un después del Frente Nacional
Fuente: El Colombiano
Sin embargo, ¿desde cuándo los partidos políticos tradicionales viraron para terminar siendo máquinas de avales con una reducción en su discurso ideológico?
El debate está abierto y ha sido motivo de discusiones políticas e históricas amplias. De por sí, la historiografía del tema todavía no se ha logrado poner de acuerdo alrededor de la temporalidad de dicha evolución, tal vez porque estas estructuras políticas siempre se han mantenido y han tenido pequeñas evoluciones de nombre, pero no de ideología o comportamiento, porque al final, siempre se han terminado insertando en la burocracia.
El momento cero podría ser el Frente Nacional, momento en el cual los partidos tradicionales decidieron dividir el poder político y la estructura burocrática a partes iguales por 16 años con el fin de terminar con la tétrica época que la historia ha llamado, de manera incorrecta, “la violencia”.
En esa lógica burocrática y con la consigna de “salvar al país” los partidos terminaron dividiendo el poder de manera concertada, llevando al posterior cierre del sistema político y a la rotación de cargos en el legislativo y en los órganos de poder locales.
Es esta época la idea del Partido Conservador y de un Partido Liberal como entidades separadas terminó de romperse, porque ahí, las maquinarias que comenzaron a acceder a cuotas burocráticas terminaron evolucionando y se convirtieron en partidos de lógica transaccional.
Luego, denominaciones como el Movimiento Revolucionario Liberal de Alfonso López Michelsen, el Nuevo Liberalismo de Luis Carlos Galán y otras como Alternativa Liberal o Dignidad Liberal hicieron su aparición en la esfera política, convirtiéndose en voz disidente al interior de estas estructuras políticas.
Por el lado del conservatismo, sucedió lo mismo y aparecieron movimientos como Salvación Nacional o Nueva Fuerza Democrática, para enarbolar la bandera disidente de la estructura azul. Esas voces emergieron como un llamado a regresar a los grandes debates ideológicos de su tiempo, especialmente frente a la recuperación de un viejo conservatismo mucho más discursivo y defensor de un modelo social católico y republicano.
Las “avispas” de la constituyente
Fuente: CINEP
La Asamblea Nacional Constituyente de 1991 fue un punto álgido de la gran fragmentación de los partidos políticos entre los años 90 y 2000. Al proceso constituyente los partidos tradicionales llegaron divididos y ahí lanzaron la famosa “Operación Avispa” con la cual buscarían la mayoría de las curules de la Asamblea.
Para esto, los liberales fueron divididos, una lista del Partido Liberal oficialista y varias listas adicionales de otros movimientos políticos ligados al partido que se presentaban a la opinión pública como “disidentes” del liberalismo, pero que, en la práctica real, eran apéndices del oficialismo que utilizaron el nombre para obtener mayorías dentro del pleno constituyente.
El Partido Conservador no se quedó atrás y se movió de la misma manera que los liberales, con varias denominaciones políticas como el Movimiento de Salvación Nacional de Álvaro Gómez Hurtado, que, si bien es cierto no hacia parte del conservatismo, votaba en bloque con el Partido.
Los partidos se reconfiguraron y mantuvieron su alternancia hasta 2002 con la llegada de Álvaro Uribe al poder, quien llegó como parte de una disidencia liberal, pero con premisas neoconservadoras que, eventualmente, superaron electoralmente a las estructuras políticas de ambas colectividades.
2002: Nacen las nuevas denominaciones
Fuente: CNN en Español.
Con la elección de Álvaro Uribe en 2002 por el movimiento “Primero Colombia” se dio la reconfiguración de los partidos tradicionales y más aún, la proliferación de nuevos partidos que surgieron con más fuerza que las denominaciones anteriores de la constituyente, con el fin de afincarse de manera definitiva en la política colombiana. Fue allí cuando afloran los movimientos que avalaron a los candidatos de los paramilitares y cuando se configura el fenómeno de la “parapolítica”.
Ante ese panorama, y con el Acto Legislativo 001 de 2003 en el cual se estableció una reforma política que reconfiguró el umbral electoral para regular la cantidad de partidos, Uribe reestructuró el movimiento “Primero Colombia” en el partido de la Unidad Nacional o Partido de la U para que representara su programa, el cual logra irrumpir con fuerza y establecerse de manera permanente dentro del panorama político nacional, no solo porque puso a Uribe en 2006 como presidente, sino porque fue también el Partido que acompañó a Juan Manuel Santos a la presidencia en 2010 con la venia de Uribe y se mantuvo vivo en 2014, pese a que Uribe salió de la colectividad y montó “rancho aparte” con el Centro Democrático.
La U logró consolidarse en el espectro nacional, con figuras políticas como Roy Barreras, Armando Benedetti, Aurelio Iragorri y en la actualidad con el control absoluto de la “baronesa” del Valle, Dilian Francisca Toro. Caracterizándose por ser un partido pragmático, que se acomoda según el actor que detenta el poder y que logra mantener buenas relaciones con todos los sectores de la vida nacional.
Y en medio de todo este panorama convulso, los Partidos Liberal y Conservador siguen vigentes en la arena política colombiana, reconfigurados, moviéndose estratégicamente y reciclando viejas figuras de antaño para mantener los caudales electorales y la representación política de siempre.
El largo reinado de Gaviria en el Partido Liberal
Fuente: Partido Liberal.
La llegada de César Gaviria a la presidencia del Partido Liberal se dio en 2005, en medio de la crisis que en ese momento el partido estaba cruzando. En una situación similar a la de estos tiempos, los liberales estaban divididos entre el naciente uribismo (De hecho, Álvaro Uribe había surgido como disidencia liberal dentro del propio partido en 2002) y la militancia que acompaña a Horacio Serpa, en ese momento representante del ala socialdemócrata liberal.
Fue elegido de manera unánime por el II Congreso Nacional Liberal, previo a la definición de precandidaturas hacia las elecciones presidenciales de 2006, en las que, de nuevo, Serpa terminó siendo elegido candidato del partido. Posteriormente fue ratificado en el III Congreso en 2007, en plena discusión ideológica interna entre mantenerse dentro de una postura de centroizquierda moderada o moverse hacia la derecha política, luego de que algunos de los principales liberales que estaban trabajando con el uribismo, como Rafael Pardo, regresaran al partido. Esta discusión que se mantuvo hasta bien entrado 2009 cuando Pardo se ganó la candidatura liberal a la presidencia y, de paso, la dirección de las toldas rojas.
Para esta época, Gaviria fue uno de los principales contradictores del gobierno de Álvaro Uribe Vélez, oponiéndose a su reelección y a todo el andamiaje de Justicia y Paz.
Su hijo, Simón Gaviria, posteriormente ganó la presidencia de la colectividad en 2011 y se mantuvo allí hasta 2014, fecha en la que terminó vinculado al gabinete de Juan Manuel Santos como director nacional de Planeación. Para esta época, el liberalismo entró de lleno a apoyar la presidencia de Santos, tanto así que en 2015 terminó siendo designado jefe político de la campaña por el SÍ al plebiscito por la paz.
De allí volvió a ser nominado presidente en 2017 y desde ese año hasta ahora se ha mantenido en el cargo. Aunque inicialmente apoyó la candidatura de Humberto de la Calle a la presidencia en 2018, terminó dando un viraje hacia la centroderecha y derecha al apoyar en un primer momento la candidatura de Iván Duque en 2018, y luego la de Federico Gutiérrez en 2022.
Para esta época, ya la fragmentación del liberal venía demarcada, no sólo bajo la diferencia tradicional entre el ala de centroizquierda y centroderecha, sino en la supervivencia misma del partido y la tensión entre los delegados, los congresistas y las bases liberales. De hecho, para cuando Gaviria fue reelecto presidente en 2020, existía ya la dicotomía entre las bases militantes, mucho más cercanas a posturas socialdemócratas, y los congresistas que siguen los intereses de sus grupos políticos regionales.
Tanto así ha sido esta división, que desde 2018 las bases apoyaron la candidatura de Gustavo Petro, igual que en 2022, en contra del apoyo de la mayoría de los parlamentarios a las decisiones de Gaviria respecto a los apoyos electorales en esas mismas fechas.
Gaviria conserva el poder porque tiene la potestad de poder aprobar los avales en procesos electorales futuros, porque tiene el apoyo de los directivos regionales y de los congresistas y políticos regionales ligados a los clanes políticos a quienes el partido avala, así como también ha sido la única figura importante del partido a nivel interno desde al menos más de 15 años. En las últimas elecciones no ha habido nombres fuertes que sean capaz de competirle la presidencia del partido. Así es como se ha logrado sostener en el poder desde 2017.
Intentamos corroborar estas tesis con congresistas liberales, pero ninguno de ellos ni sus jefes de prensa nos respondieron.
Los conservadores, el viento y la veleta
Fuente: Agenciapi.co
A diferencia del Partido Liberal, el Partido Conservador ha tenido mayor estabilidad interna en los últimos 20 años, en parte, porque se han ajustado a los diferentes gobiernos en los que han participado. Durante la época de Álvaro Uribe fueron parte de la coalición de gobierno en ambas oportunidades, mientras que durante la época de Juan Manuel Santos hicieron parte de la Unidad Nacional y respaldaron el Acuerdo de Paz. Durante el gobierno Duque también fueron parte de la coalición de gobierno, e incluso hicieron parte de la coalición del progresismo durante los primeros 8 meses del gobierno Petro, hasta que el presidente pateó la mesa y los envió a la independencia.
Esta estabilidad también es posible observarla en una coherencia ideológica mucho más firme, aunque superada por las dinámicas clientelares y transaccionales, así lo deja entrever el profesor Yann Basset, politólogo y miembro el Grupo de Estudios de la Democracia DEMOS-UR, cuando señala que “tiene cierta marca de derecha que todavía pesa y lo hemos visto, digamos, particularmente por las molestias que generaron en las bases el hecho de entrar en la coalición del presidente Petrio al principio de su mandato”.
Esto se pudo entrever en el momento en el que Carlos Andrés Trujillo dio un “golpe de Estado” al interior del partido y cuya historia hemos contado en Pares en este artículo, este y este. Tras el triunfo de Petro en segunda vuelta, Trujillo logró convencer a la recién electa bancada conservadora de la necesidad de aliarse con el gobierno, y a partir de un documento firmado por esta bancada, sacó del camino a Ómar Yepes y se instaló como nuevo presidente.
Sin embargo, este movimiento, que fue leído como un intento de Trujillo por cooptar la estructura del partido para satisfacer sus propios beneficios, llevaron a que, en febrero de 2023, mientras Trujillo estaba fuera del país, Efraín Cepeda y la bancada costeña del Conservador dieran otro “golpe de Estado” firmaran una carta con firmas de una parte de la bancada, y declararan a Efraín Cepeda nuevo presidente.
Igualmente (y a diferencia del Liberal) el partido Conservador ha tenido una dirigencia mucho más nutrida en los últimos 22 años, habiendo tenido directores que, en su mayoría, eran el reflejo de la tendencia política del gobierno del momento. Así Fabio Valencia Cossio fue presidente durante el gobierno de Uribe, recibiendo la cartera de Ministerio del Interior y de Justicia, así como David Barguil fue presidente del partido durante la Unidad Nacional de Santos, y Omar Yepes, mucho más cercano a posturas de derecha, lo fue durante el gobierno Duque.
El Partido de la U: de la U de “Uribe” a la “U” progresista
Fuente: Infobae.
Si existe un partido que refleje como un buen ejemplo las lógicas internas de ser un partido atrapalotodo es el Partido de la U, que nació siendo el principal movimiento articulador del Uribismo, que luego se convirtió en la principal plataforma de las posturas de Tercera Vía de Juan Manuel Santos, que terminó volviendo a las toldas del uribismo durante el gobierno Duque, para finalizar ingresando en la coalición de gobierno de Gustavo Petro hasta abril de 2023, cuando ésta termina atomizada.
Es un partido atrapalotodo, en parte, porque desde el inicio había nacido desideologizado. Aunque representaba el programa político del uribismo en 2006, realmente el partido era una estructura política instrumental que pretendía construir las redes necesarias a nivel regional y local para que Uribe pudiera reelegirse. Más allá de todo, el Partido de la U, que se nutrió con figuras políticas de los partidos tradicionales que no se sentían cómodos apoyando al uribismo desde sus toldas, siempre ha virado hacia donde el gobierno de turno haya puesto rumbo.
Del mismo modo, también se convirtió en una de las principales fábricas de avales para muchos de los clanes políticos del país, que hallaron refugio en el Partido de la U como posibilidad para llegar a cargos de elección popular sin pasar por las lealtades ya establecidas dentro del Partido Liberal y el Partido Conservador.
De hecho, el nacimiento del Partido de la U fue un síntoma de la fragmentación de los partidos tradicionales en la década de los 2000, tal cual lo indica Mauricio Jaramillo Jassir, internacionalista y profesor de la Universidad del Rosario: “Con Uribe se empiezan a crear partidos alrededor de las personas, alrededor de sus programas políticos, tal como el Centro Democrático, o el Partido de la U alrededor de la figura de Santos, aunque tenían antecedentes de uribismo”, señaló.
Es precisamente la figura de Santos la que se convierte en prominente en este partido. Fue su primer director desde 2005 hasta 2006, volvió luego entre marzo y julio de 2010 y varios de sus operadores políticos ocuparon la dirección del partido entre esa fecha hasta hoy. Roy Barreras dirigió las toldas naranjas en 2012 y repitió entre 2014 y 2016, en plenas negociaciones con las FARC. Armando Benedetti también fue presidente del partido entre 2016 y 2017, hasta que el partido quedó en manos del grupo político de Dilian Francisca Toro, que desde 2020 ha intentado reconstruir el Partido junto con Clara Luz Roldán, su actual presidenta.
Es precisamente la presencia de varias figuras del santismo que posteriormente estarían en el gobierno Petro, que los puentes entre el Partido de la U y la bancada de gobierno se mantienen. De hecho, el Partido de la U es uno de los que menos fisuras presenta frente al Partido Liberal y al Partido Conservador respecto al respaldo de las reformas políticas y sociales que ha propuesto el gobierno, manteniendo un apoyo amplio en su agenda legislativa.
La disonancia entre los intereses nacionales y locales
Fuente: El Tiempo.
Desde hace más de 30 años, los partidos tradicionales han dependido de las lógicas políticas a nivel regional y local para su supervivencia. Aunque existen directorios nacionales que toman decisiones y aprueban candidatos, la transacción fundamental se da en los municipios y departamentos, donde las maquinarias electorales ligadas a clanes políticos y grupos de interés traducen favores y recursos en votos que les permitan llegar a escenarios de poder y decisión con el aval de alguno de estos partidos.
Es por ello por lo que, en la mayoría de los casos, los partidos liberal y conservador dependen mucho más de los intereses de los grupos políticos a nivel regional que de decisiones desde arriba. Esto explicaría, por ejemplo, las lógicas de votación de estos partidos en el Congreso, donde, según Yann Basset, existen bloques internos dentro de estos partidos. “En la práctica, estos partidos siempre tienen congresistas que votan con el gobierno y congresistas que votan en contra, lo que no cambia muchas cosas. Esto era lo mismo con Duque, era lo mismo con Santos y siempre ha sido así, lo que pasa es que esto genera más ruido ahora con un gobierno que tiene una agenda políticamente muy marcada, de cambios profundos” indica Basset.
Esto se manifiesta en la lógica de votación de los partidos en el congreso, donde tanto el Partido Liberal (que sigue siendo, por ahora, parte de la bancada de gobierno), como el Partido Conservador y el Partido de la U (partidos independientes) están divididos en dos grandes bloques, uno que es cercano al gobierno y uno que es distante, tal y como lo reseñamos en el informe de seguimiento al segundo año del Congreso, publicado por la Fundación Paz & Reconciliación (Pares).
Fuente: Fundación Paz y Reconciliación. 2024.
Del mismo modo, para Juan Pablo Milanese, politólogo y profesor de la Universidad ICESI de Cali, esa disonancia entre lo local y lo nacional es esencial para entender por qué los partidos tradicionales no son altamente ideológicos “En la política local yo creo que los partidos en principio valen muy poco y eso me parece que es importante para tener en cuenta porque funcionan fundamentalmente como franquicias desde un punto de vista electoral donde la etiqueta partidaria desde el punto de vista local no es especialmente relevante y la volatilidad desde el punto de vista de las dirigencias es enorme”.
No obstante, y a pesar de que las dinámicas clientelares siguen primando dentro de los partidos tradicionales —que en su mayoría los sostiene y cohesiona—, la llegada del gobierno Petro desde 2022 sí está generando procesos de politización interna. De hecho, para Milanese, el triunfo de Gustavo Petro en las elecciones pasadas no generó estas fracturas, sino que las permitió emerger de manera abierta en la vida política nacional, abriendo un nuevo ciclo de rupturas y reacomodaciones dentro de estas mismas estructuras.
Para Mauricio Jaramillo Jassir, la ruptura que genera la llegada del gobierno Petro es mucho más profunda, e impacta de lleno al Estado. “Lo que ha hecho Petro, pienso yo, es dividir al establecimiento, que no ha sabido cómo reaccionar frente a lo que ha sido considerado como el primer gobierno de izquierda o progresista de la historia”.
Esto va muy en el proceso de consolidación de los partidos tradicionales ya no solo como partidos atrapalotodo o catch-all (que, en pocas palabras, se tratan de partidos que buscan atraer la mayor cantidad de votantes posibles sin una orientación ideológica clara, con el objetivo de captar a mayor cantidad de grupos de interés posible), sino como partidos tipo cártel, donde estas agrupaciones, además de tener esta dinámica de amplitud electoral y pragmatismo ideológico, también tienen capacidad para cooptar el Estado.
Por esto, según Milanese, “muchos de estos partidos fueron parte de la coalición de Uribe, de la coalición de Santos, de la de Duque y de la de Petro. O sea, lo que han mostrado es una notable elasticidad y una capacidad extraordinaria de adaptarse al contexto”. Es por ello por lo que la reconfiguración de estos partidos no será profunda, y potencialmente podría involucrar un intercambio de liderazgos a nivel regional.
La cuestión existencial: ¿abrirse a la politización?
Fuente: El Tiempo.
Lo que sí parece ser cierto es que la llegada de un gobierno alternativo, de alguna u otra forma, abrió escenarios de debate y cuestionamiento al interior de los partidos, que estaban vedadas o que se solventaban bajo las lógicas transaccionales. Para el profesor Basset, también hay un cambio en la demografía política que está llevando a los partidos tradicionales a una lenta tendencia al declive.
Indicó el profesor: “Elección tras elección, estos partidos pierden terreno porque cada vez más pesa más otro estilo de hacer política, más importante sobre todo en las áreas urbanas del país, en la que destacan mucho más partidos con tendencias ideológicas más marcadas —como el Centro Democrático, el Pacto Histórico, y hasta cierto punto la Alianza Verde— frente a partidos con mayor contenido pragmático, que son mucho más fuertes en la Colombia rural, en los pueblos o incluso de ciertas capitales regionales.”
Tanto la defensa de las bases liberales de un programa progresista en dos procesos electorales presidenciales (2018 y 2022) como el de las bases conservadoras frente a un programa mucho más cercano a la derecha en ese mismo período está alcanzando ahora mismo a los congresistas, quienes más allá de las negociaciones con el gobierno nacional para poder mover las reformas, si se han abierto a las discusiones sobre los grandes modelos sobre los que se han construido parte de las políticas sociales en el país.
Lo sucedido con la reforma a la salud es un buen ejemplo de ello, pues puso de manifiesto que los grandes partidos sí representan y reflejan los intereses de muchos de los grupos de interés que los financian, y que incluso dentro de los escenarios de negociación con la burocracia, ha imperado también una decisión de votar a favor o en contra de un proyecto desde las convicciones políticas.
El ejemplo está con el Partido Conservador, cuyo anterior presidente —y hoy máxima cabeza del Senado— Efraín Cepeda ordenó no apoyar la reforma a la salud a toda su bancada, en un acto de disciplinamiento poco común en este tipo de partidos. Así mismo, las constantes misivas de César Gaviria contra el gobierno y su contestación en los llamados de ciertos sectores del partido para salir de la bancada (a pesar de que Gaviria no ha interferido en las negociaciones del gobierno con sus congresistas) manifiestan una disputa que a nivel nacional se sigue dando a nivel ideológico, aunque a nivel de la política local no tenga incidencia.
Comments