Por: John Jairo Correa
Foto de Paisminero.co
La Guajira y Cesar, dos departamentos colombianos tradicionalmente enfocados en la extracción de carbón, se encuentran en un momento decisivo en materia de minería. Con la transición energética global en marcha y la búsqueda de alternativas al carbón, el cobre se perfila como la próxima gran oportunidad minera en estas regiones; sin embargo, la experiencia acumulada a lo largo de décadas de explotación de carbón deja una lección ineludible: no se puede repetir el modelo de desarrollo que solo ha dejado pobreza, desplazamiento y devastación ambiental.
Un Recurso Estratégico para la Transición Energética
El cobre es esencial para la transición energética por sus propiedades de alta conductividad y durabilidad, necesarias para la fabricación de vehículos eléctricos, redes de transmisión, sistemas de energía solar y otras tecnologías sostenibles; en este contexto, el cobre en La Guajira y Cesar es visto como un recurso de alto valor, y empresas mineras como Max Resources y Carbomás han iniciado proyectos de exploración y explotación, sin embargo, el entusiasmo por la “bonanza” de cobre debe ser moderado, pues los resultados de la explotación de carbón en la región han sido devastadores.
La Experiencia del Carbón: Una Herida Abierta
En La Guajira la explotación de carbón por empresas como Cerrejón ha sido sinónimo de promesas incumplidas y daño social, la minería de carbón, que comenzó hace más de 40 años, no ha logrado mejorar las condiciones de vida de la población; al contrario, La Guajira continúa liderando los índices de pobreza multidimensional en Colombia y presenta tasas de desnutrición y mortalidad infantil alarmantes. Además, el desplazamiento de comunidades indígenas y afrodescendientes ha sido una consecuencia directa del avance minero, mientras que ecosistemas vitales, como el río Ranchería, han sufrido impactos irreversibles.
La pregunta que surge ahora es: ¿por qué el cobre debería ser diferente? Aunque el gobierno y las empresas mineras aseguran que esta vez será diferente, la realidad muestra que el cambio hacia una minería social y ambientalmente responsable ha sido más retórico que práctico. ¿Qué mecanismos existen realmente para asegurar que esta nueva explotación de recursos no repita el patrón de devastación del carbón?
Un Futuro que Promete, pero ¿a qué Costo?
Foto de LA GUAJIRA HOY.COM
Los proyectos de cobre en Cesar y La Guajira prometen generar empleo, infraestructura y recursos para las comunidades, pero es esencial observar con escepticismo estos compromisos. La explotación del cobre, como cualquier otra minería a gran escala, conlleva serios riesgos de contaminación de fuentes hídricas y de degradación del suelo, afectando la agricultura y el acceso al agua en una región donde el recurso es escaso y vital para la supervivencia de las comunidades.
En esta etapa de planificación, las empresas como Max Resources y Carbomás destacan la realización de consultas previas y su intención de trabajar con las comunidades. Sin embargo, en La Guajira, las comunidades han visto con recelo las promesas de responsabilidad social de otras empresas mineras. La minería de cobre, especialmente si se realiza a cielo abierto, podría provocar efectos ambientales irreversibles, como la destrucción de ecosistemas que sustentan a las comunidades y el desvío de recursos vitales hacia la operación minera en lugar de mejorar la calidad de vida local.
La Necesidad de un Cambio Profundo en el Modelo de Desarrollo
El gobierno y las empresas mineras deben tomar en cuenta que, en la actual coyuntura ambiental y social, no es viable continuar con un modelo de explotación que solo beneficia a un reducido grupo de inversionistas y deja a las comunidades en una situación de mayor precariedad. La transición energética no puede construirse a costa de la naturaleza y las poblaciones vulnerables. Para evitar que esta nueva bonanza de cobre termine como la del carbón, es crucial implementar modelos de explotación que prioricen el desarrollo sostenible y respeten los derechos de las comunidades.
¿Qué significa esto en la práctica?
Primero, el cumplimiento estricto de la consulta previa debe ser el pilar de cualquier proyecto minero. Las empresas deben asegurar que las comunidades no solo sean informadas, sino también que participen en la toma de decisiones y que reciban una compensación justa por el uso de sus territorios. Segundo, el monitoreo ambiental debe ser exhaustivo, evitando la contaminación de ríos y fuentes hídricas esenciales para la vida en estos departamentos. Tercero, los beneficios económicos, como las regalías y empleos, deben enfocarse en reducir las tasas de pobreza y mejorar las condiciones de salud, educación y alimentación en la región.
Hacia una Nueva Ética Extractiva
El cobre puede ser un recurso estratégico para Colombia y el mundo, pero no puede convertirse en la “maldición” que el carbón significó para La Guajira y Cesar. Si las autoridades y las empresas fallan en escuchar las demandas de las comunidades y en implementar medidas efectivas de mitigación y compensación, se perpetuará un modelo extractivista insostenible, que solo profundizará la crisis ambiental y social de la región.
Es hora de repensar el extractivismo y desarrollar una nueva ética que equilibre las necesidades de desarrollo con el respeto a la vida y a la naturaleza. En un país que aún busca reconciliarse con su historia de violencia y pobreza, el verdadero progreso no se mide en toneladas de cobre extraídas, sino en el bienestar y la dignidad de sus comunidades.
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