Por: Redacción Pares
Foto tomada de: Canal 1
El Parque Nacional jamás volverá a ser el mismo. Durante los últimos once meses más de 700 indígenas que huían del conflicto que atormenta desde los años ochenta y que los sacó de sus pueblos, como Mistrató y Pueblo Rico, tuvieron que someterse a las inclemencias del clima en este lugar tan cercano al centro de la capital. Cambiaron sus casas por cambuches en donde el frío que baja desde los cerros entraba a sus colchonetas, atormentaba a sus niños, a sus viejos.
En este periodo nueve niños nacieron y sus ombligos fueron enterrados en el suelo del Parque. Ahora el Nacional también tiene un destino común con los Embera y forma parte de su territorio así se hubieran ido el pasado 8 de septiembre.
Por fin el gobierno nacional y local pudieron comprometerse en actas estipulando que garantizarían que podrían regresar a su suelo sin que la máquina de la guerra los vuelva a pisotear. Los buses se apostaron en la noche del ocho de septiembre mientras los bomberos intentaban apagar doce incendios. Los Embera habían decidido ponerles fuego a sus pertenencias y algunos de ellos se habían salido de control poniendo en llamas árboles. Los buses los llevarán hasta Pereira, de ahí hasta Pueblo Rico y luego hasta el resguardo de Santa Cecilia. Lo que esperan es que esta vez el gobierno, que tiene más que enredada la negociación con los grupos armados, pueda cumplir los compromisos asumidos.
Desde los años ochenta Mistrató y Pueblo Rico, dos de los pueblos que se han nutrido con la cultura Embera, fueron azotados por los grupos armados. La situación se tornó desesperante en el año 2004 cuando fueron desplazados y obligados a venir a Bogotá. La mayoría de los que aterrizaron eran mujeres parteras y hombres artesanos que tenían que vivir o de la mendicidad o de vender lo que hacían en las calles de la capital. A estos se sumaron los que fueron víctimas de la minerías descarnada e ilegal en Chocó. En el Alto Andagueda, en Bagadó Chocó, la ambición de los blancos los terminó sacando de su territorio. Así que la gran mayoría de los indígenas que se fueron de Bogotá el pasado 8 de septiembre provenían tanto de Mistrató y Pueblo Rico como de este lugar del Chocó.
En plena pandemia llegaron cerca de 2.000 indígenas que querían ser escuchados por Iván Duque, entonces presidente, pero la agenda jamás se despegó para ellos. En Bogotá muchos habitantes se preguntaban por las razones por las que habían decidido dejar su territorio para ubicarse en esos cambuches, expuestos al frío, al barrio, a la lluvia perpetua de la sabana. Se estima que en esos primeros dos años que estuvieron asentados ahí -Sí, los indígenas duraron primero dos años en el Nacional, murieron 21 niños debido a las inclemencias de las condiciones. La alcaldesa Claudia López, en mayo del 2022, pudo reubicarlos en el edificio la Rioja, en el sector de los Mártires, pero en octubre del 2023 serían desalojados y obligados de nuevo a pasar por la tortura de invadir el Parque Nacional. Según un artículo de Las 2 orillas ese edificio estaba hecho para albergar a 400 personas y metieron allí a 1.200 personas. Estaban completamente hacinadas.
Todo se complicó para ellos. A la indiferencia de los capitalinos se sumaban los cambios de costumbre que empezaron a vivir los hombres Embera, quienes decidieron bajar los brazos y dejarle el trabajo a las mujeres, quienes resultaron trabajando en oficios domésticos o simplemente a mendigar en las calles, expuestas a abusos, violaciones. Como en algún momento lo reportó la BBC, se podían encontrar en cambuches “a bebés cuidando a bebés”.
Fue tal el abandono en estos últimos meses que una jueza admitió una demanda contra la alcaldía de Bogotá “por la acumulación de derechos vulnerados a plena vista de funcionarios del distrito y la nación".
En julio se reportó la muerte de otro niño debido a las pésimas condiciones. Conseguir las condiciones para que los Emberas retornan fue un esfuerzo común entre el gobierno nacional y la alcaldía de Galán. Pero eso sí, se necesita que, después de 11 intentos, se garantice que la guerra no volverá a afectar a los Embera en su territorio. Los 20 buses ya salieron del parque Nacional mientras se espera que en dos meses las afectaciones que causó la estadía de los indígenas en este lugar puedan restaurarse.
La indiferencia y molestia mostrada por los bogotanos fue otra prueba de un abuso constante contra una cultura que ha estado en esta tierra mucho antes que los españoles vinieran a quemar sus dioses.
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