Por: Redacción Pares
Foto tomada de: WIKI
Hemos vivido lo suficiente para ver como el Amazonas se está transformando. En Colombia grandes epopeyas literarias se han inspirado en este lugar que hasta 1972 era inexpugnable. Algunos criminales, como el político y empresario Julio César Arana, decidieron ponerse las botas y meterse en la manigua avivados por su sed de riqueza. Así montó un imperio con el caucho en Putumayo y, de paso, acabó con más de treinta mil indígenas en los cuarenta años que duró su reinado. En la Chorrera aún queda, como un fósil mudo, la Casa Arana, hoy reconvertida en una escuela rural a pesar de sus fantasmas. Esto lo supo denunciar José Eustaquio Rivera en su novela La Vorágine que este año cumplió un siglo. Desde el periodismo Germán Castro Caycedo supo plasmar la espesura agobiante de la selva en dos de las obras fundacionales de la crónica periodística colombiana: Perdido en el Amazonas y Mi alma se la dejo al diablo.
La Nasa viene monitoreando el Amazonas desde los años cincuenta y en el año 1972 empezaron a ver cambios que hoy se ven reflejados en la ruda sequía que está acorralando al río que lleva su nombre en el sector de Iquitos, en el Perú. Hoy en día, mientras llueve en el Sahara, los níveles del rio Amazonas están en mínimos históricos. Los caucheros, la tala indiscriminada de árboles -que en los cuatro años que duró la presidencia de Bolsonaro cobró la vida de dos millones de árboles- están haciendo mella. Desde comienzos de la década del setenta hubo dos hombres que se enfrentarona la avaricia de los que querían hacer fortuna a costa del pulmón del mundo. Uno de ellos fue Chico Méndez, abaleado frente a su casa en 1988. Su labor inspiró epopeyas históricas como el acuerdo de Escazú que, precisamente, intenta blindar a los líderes ambientales en todo el mundo. El otro está vivo y tiene cien años. Se llama Raoni Metuktire y su lucha inspiró recientemente una entrevista en el portal Bloomberg.
A Raoni lo conocen en todo el mundo porque ha sabido que, a mayor exposición, más fuerte se escucha la voz de su denuncia. Por eso atrajo en 1989 al cantante Sting, uno de los pioneros en eso de usar la música para las buenas causas. El ex vocalista de The Police le copió tanto al jefe Raoni que logró que el presidente brasilero reconociera a su tierra como suelo sagrado. Desde entonces su etnia está a salvo en su territorio llamado el Menkragoti.
Y a pesar de todas sus luchas ya hay batallas que ha perdido. Los números hablan por sí mismos, el 5% del territorio del Amazonas ya jamás volverá a ser selva tropical. Con las tendencias actuales para el 2050 se habrán perdido 590 mil kilómetros cuadrados de selva, un pedazo de tierra más grande que España. A Bloomberg el jefe Raoni le suplicó a los poderosos que escuchen su plegaria: él lo que quiere es más sombra. Mientras el alcalde de Bogotá sugiere que la culpa de la escacez de agua en la capital la tenemos los ciudadanos, ignorando que este es el coletazo de la tala indiscriminada y de la minería irresponsable, el sol sigue calentando en todo el país. Sobre el miércoles de esta semana que termina se registraron 50 grados de sensación términa en Santa Marta y en Bogotá la lluvia hace rato que es una utopía. Han regresado con toda su fuerza los incendios y el panorama, para diciembre, sigue siendo desolador.
Por eso debemos escuchar a los viejos sabios como Raoni quien sigue dándole la vuelta al mundo llevando su mensaje, haciéndose escuchar en las mesas que deciden los destinos de la humanidad. En la COP 16 se harán compromisos para preservar el Amazonas algo que el jefe Raoni viene advirtiendo desde hace cincuenta años, tal vez cuando aún estábamos a tiempo.
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