Por: Redacción Pares
Cuando murió Gabo en la semana santa del 2014, en medio del estupor de todo un país, la senadora María Fernanda Cabal no sólo causó conmoción al afirmar que el más grande de nuestros escritores ardería en el infierno junto a su amigo Fidel Castro, sino que La Masacre de las Bananeras no era más que un mito creado por la mente afiebrada del escritor. Cien años de soledad es uno de esos clásicos de los que todos hablan pero pocos tocan. Por eso es importante reproducir los hechos en los que García Márquez no sólo denuncia a una empresa bananera norteamericana, que en la vida real era la United Fruit que con los años se convertiría en Chiquita Brands, y una masacre que pegó doble: no sólo mató a decenas de manifestantes del Magdalena sino que pone en evidencia que alguien realmente poderoso puede cambiar la historia, hacer que una masacre no sea más que un delirio producido por la fiebre.
García Márquez era mucho más que un genio narrativo, era un investigador acucioso. Basta con leer El general en su laberinto para entender la vastedad de su rigurosidad histórica. En 1990, en una de las pocas entrevistas que dio, le contó a la televisión británica que “Las bananeras es tal vez el recuerdo más antiguo que tengo”. El 6 de diciembre de 1928 el futuro escritor tenía dos años cuando ocurrió la masacre. En ese momento Aracataca-Macondo, había dejado de ser un villorrio de unas cuantas casas de adobe que había creado la tribu liderada por José Arcadio Buendía y Úrsula Iguarán para convertirse en lo que prefiguró Melquiades en una de sus visiones de gitano: un poblado de techo de zinc en donde un monstruo como la locomotora llevaba y traía gringos y aventureros imponiendo esa palabra incomprensible llamada El Progreso. En esa fecha fatídica los sindicalistas le exigieron a los gringos derechos. No transigieron. Cuando se pararon la respuesta fue la fuerza y ordenaron disparar sus metralletas. Fue uno de sus personajes, José Arcadio Secundo, gemelo de Aureliano Segundo, quien presencia este hecho en la novela. Ileso, lo confunden con un muerto y lo meten en un vagón del ferrocarril lleno de cuerpos. Luego, en lo que quede de vida, intentará hacerle recordar a la gente el horror pero no, nadie se acuerda. Lo mirarán como un delirante. La masacre de las bananeras en un país acostumbrado a no ejercer el rigor de la memoria quedará, con un poco de método, convertido en un mal sueño.
En la citada entrevista a la televisión británica Gabo ya no lucha y se entrega al decir popular: es probable que la masacre no haya sido más que un mito: “Fue una leyenda, llegó a ser tan legendario que cuando yo escribí Cien años de soledad pedí que me hicieran investigaciones de cómo fue todo y con el verdadero número de muertos, porque se hablaba de una masacre, de una masacre apocalíptica. No quedó muy claro nada pero el número de muertos debió ser bastante reducido. Lo que pasa es que 3 ó 5 muertos en las circunstancias de ese país, en ese momento debió ser realmente una gran catástrofe y para mí fue un problema porque cuando me encontré que no era realmente una matanza espectacular en un libro donde todo era tan descomunal como en Cien años de soledad, donde quería llenar un ferrocarril completo de muertos, no podía ajustarme a la realidad histórica. Decir que todo aquello sucedió para 3 ó 7 muertos, o 17 muertos… no alcanzaba a llenar ni un vagón. Entonces decidí que fueran 3.000 muertos, porque era más o menos lo que entraba dentro de las proporciones del libro que estaba escribiendo. Es decir, la leyenda llegó a quedar ya establecida como historia”.
En esos años Gabo ya estaba intentando dejar atrás las viejas polémicas. Tenía 63 años y se presentaban los primeros indicios de las enfermedades que lo atormentarían al final de sus vidas, el cáncer, el olvido, eran problemas más profundos para él que ponerse de acuerdo con una cifra histórica. Lo cierto es que nunca hubo una cifra oficial. La Prensa, diario de Barranquilla, habló en su momento de 100 muertos, El Espectador, en una investigación publicada cinco meses después, afirmó que se trataban de 1.000 muertos y que el gobierno intentaba ocultarlos. El propio cónsul norteamericano habló de una cifra parecida.
Lo único cierto es que acá ocurrió una masacre y no ha habido justicia para sus perpetradores. Quedarse a discutir una cifra que puede variar es de una insensibilidad tan inmoral como la que usan los negacionistas del Holocausto Nazi que se han enfrascado en los últimos años en discusiones sobre si hubo cinco millones de judíos asesinados o un millón en los campos de concentración. Lo único cierto es que hubo un fallo emitido en los Estados Unidos y que, un siglo después, empieza a hacerse justicia. Chiquita Brands fue hallada culpable en Estados Unidos de financiar a las AUC por lo que tendrá que pagar 38.3 millones de dólares a demandantes y familiares de víctimas. Es que no hay que olvidar que Chiquita Brands procede de la United Fruit Company. Este cambio se dio en 1990.
La United Fruit apareció en Colombia en 1899. La United Fruit siempre arrastró terribles polémicas en el continente, promoviendo golpes de estado en Guatemala contra el presidente Jacobo Arbenz en 1954. Su poderío en Latinoamerica fue tan grande que creó una forma de gobierno: la banana republic. Chiquita Brands se fue del país en el 2004. Las víctimas de esta empresa esperan que las mismas sanciones que se dieron en Estados Unidos se hagan efectivo en Colombia.
Comments