Por: Redacción Pares

Fue Daniel Samper Pizano quien elaboró una de las crónicas más impresionantes en la historia de nuestro periodismo. Diez años después de la tragedia volvió a Chiquinquirá. Fue a ver qué había pasado con la panadería Nutibara, con el dueño de la misma, con la gente afectada. Porque Colombia no recuerda que una de sus tragedias más terroríficas ocurrió el 25 de noviembre de 1967.
Como recuerda Samper Pizano Chiquinquirá, hace casi sesenta años, amanecía antes que cualquier otro municipio en Colombia. La gente no podía ser más madrugadora. A las cinco de la mañana ya los niños tenían puesto el uniforme y estaban listos para ingresar a la escuela. La iglesia donde hace 500 años se apareció la virgen se colmaba en turnos que iban hasta las nueve de la mañana. Como buenos colombianos en Chiquinquirá se desayuna con pan. En 1967 la mejor panaderia era la Nutibara. El dueño era Aurelio Fajardo y hacía más de una década estaba en el mismo punto, a dos cuadras de la plaza principal. Habían recibido la harina la noche del 24 de noviembre y el panadero que amasaba, Joaquín Merchán, había notado un olor extraño en los bultos. Al tocar la masa se dio cuenta que estaba algo húmeda, cosa que era bastante frecuente. Así que se puso a hacer pan.
Lo que no sabían es que, por un descuido de la empresa que transportaba la harina, había caído sobre ella un frasco entero del veneno Folidol. La empresa que transportaba el veneno se llamaba “Empresas Boyacá”. En ese entonces el envase eran botellas de vidrio. Se transportaba con todo mezclado, sin importar que en el mismo baúl viniera harina para hacer pan. Una de esas botellas de un litro de Folidol se regó sobre la harina. El panadero Merchán no sabía que esa madrugada estaba amasando la muerte.
Sobre las ocho de la mañana varios niños empezaron a caer en las calles de Chiquinquirá. Se los llevaban agonizantes al hospital y en la unidad de urgencias morían. Empezaron a circular rumores, el más fuerte de ellos era que habían envenenado el agua. Sobre las ocho de la mañana, cuando ya se reportaban más de doscientos envenenados en el hospital, Aurelio Fajardo descubrió la verdad. Una niña que probó uno de sus panes lo arrojó a la basura “Sabe feo, está como envenenado” dijo. Fajardo lo olió y descubrió el olor a la muerte. De la desesperación salió a la calle y empezó a gritar como un poseso que no comieran pan, que estaba envenenado.
El hospital de San Salvador se convirtió en esa mañana en una gigantesca morgue. La noticia inmediatamente le dio la vuelta al mundo. La foto de un niño agonizante fue portada de la revista Life, una de las dos más importantes publicaciones de los Estados Unidos. Se contaron hasta 85 niños muertos y diez adultos también perecerieron envenenados. Fueron internados de gravedad unas doscientas personas. La historia sigue despertando el interés de nuevos periodistas como José Monsalve quien hizo, para los Informantes, una impactante nota con alguno de los niños sobrevivientes. Una historia que los años han intentado borrar en vano.
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