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La noche en la que la policía de Medellín masacró a ocho niños: un crimen que sigue impune

Por: Iván Gallo - Editor de Contenido




Villatina se hizo conocida en toda Colombia por sus tragedias. Este barrio periférico de Medellín sufrió, el 27 de septiembre de 1987, un desplazamiento de tierra que mató a 500 personas, sepultó 70 casas y dejó 2.000 damnificados. A la pobreza y el abandono se le sumó la sevicia de la fuerza pública. La masacre ocurrió el 15 de noviembre de 1992. La guerra contra Pablo Escobar se encontraba en su momento cumbre. Cuatro meses atrás, después de asesinar a dos de sus socios en la Catedral, el capo huyó del penal que había construido para darle rienda suelta a sus depravaciones. César Gaviria, el entonces presidente, quedó en ridículo ante el mundo. Ahora la consigna era matar a Escobar, ya no le servía capturarlo vivo. Los enemigos del mafioso se unieron en una agrupación llamada los PEPES. Se vengaron de los secuestros, las traiciones que les había impuesto a sus propios socios. Fidel y Carlos Castaño, quienes formaron parte del Cartel, fueron los cabecillas, junto a Don Berna, chofer de Kiko Galeano, y los hermanos Rodríguez Orejuela. Por intermedio de oficiales inescrupulosos como Hugo Aguilar los Pepes pudieron colaborar con la Fuerza Pública y también la DEA. Escobar, sabiendo que la guerra la tenía perdida, se escondía en caletas en barrios marginales de Medellín e intentaba encontrar un medio para enrolarse con el ELN.

 

El Bloque de Búsqueda, la unidad élite creada para darle caza al criminal más buscado del planeta, usaba métodos brutales. A uno de sus oficiales lo llamaban el cortapollos, porque usaba un aparato para cortarle los dedos a los que detenía y así hacerlos confesar. Muchos inocentes fueron torturados, desaparecidos y asesinados por la policía en la guerra que le habían jurado a Escobar. Por eso sucedió lo de Villatina.

 

Era una tarde de domingo y la gente salía de la iglesia Nuestra señora de la Torcoroma. Los niños, menores de 15 años, se llamaban Johanna Mazo, Giovanny Vallejo, Jhonny Cardona, Ángel Barón, Nelson Flórez, Marlon Álvarez, Óscar Ortiz, Ricardo Fernández y Mauricio Higuita. Hubo otro menor de ocho años llamado Wilton Marulanda quien sufrió heridas en el ataque, sobrevivió pero jamás se repuso a lo que le había pasado a sus amigos. Moriría dos años después. Ellos pertenecían a un movimiento católico llamado Movimiento Juvenil  Asuncionista. A una cuadra de la iglesia quedaba una tienda. Allí se quedaron, tomando gaseosa, comiendo pan, intentando evadir la tristeza de que al otro día fuera lunes. Entonces los sorprendió la parca.

 

Tres carros pararon en seco. De ellos se bajaron 12 encapuchados, tenían armas de largo alcance. Esto sucedió a las ocho de la noche. Los cuerpos quedaron tendidos en el asfalto. Un comando del ejército que patrullaba la zona los encendió a bala. Huyeron. Durante años se creyó que era una retaliación de bandas. En esa época las masacres se sucedían una a una en Medellín. Las que no se quedaron calladas fueron las mamás de los muchachos. Gritaron hasta que las escucharon. Gritaron que fue la fuerza pública las que les quitaron a sus hijos. Otra vez, en Medellín, las cuchas tenían razón. En 1996, según el Centro de Memoria Histórica, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, culpó al Estado por la masacre. Dos años después el gobierno aceptó su responsabilidad y la policía destituyó a tres de sus miembros implicados en estos hechos atroces, Osmaldo de Jesús Betancourt, Gilberto Ordoñez y Milton de Jesús Martínez. Desde el 2009 la Fiscalía está anunciando que hará una investigación para tener claridad sobre lo que sucedió pero hasta el momento no hay resultados.

 

Cuando se cumplieron 30 años de la masacre las mamás de los niños se reunieron, acompañadas del Centro Nacional de Memoria Histórica. Una de ellas, Marta Elena Toro, madre de Oscar Andrés Toro, se quejó por la impunidad que ha rondado este caso y afirmó que desde ese momento, desde esa masacre, se acabaron las sonrisas en Villatina. Hoy sigue siendo un barrio triste, sin esperanza, olvidado. Los políticos sólo van cuando necesitan votos. Ya no hay motivos para sonreir. La policía se llevó todo.

 

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