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La novela de crímenes más aterradora de la historia

Por: Iván Gallo - Editor de Contenido




Asomarse a Dostoyevski es ver al infierno en la tierra. Es además un viaje al corazón de las tinieblas. Días antes de que el estudiante Rodion Romanovich Raskolnikov matara a la vieja usurera, se va a ahogar la fiebre con cerveza y vodka en una taberna de San Petersburgo. A diferencia de un naturalista como Zola, Dostoyevski no describe la indumentaria del asesino, ni la suciedad de las paredes, ni se demora tres páginas describiendo la barra agujereada por los nidos de las ratas. Acá vemos el estado de ánimo, la pesadez de la respiración de los borrachos. Es dificil estar en pie no por el alcohol sino por la atmósfera. Raskolnikov incluso sufre un leve desmayo. A los efluvios de los borrachines se debe sumar el olor a cebo de las velas que iluminaban esos lugares a comienzos del siglo XIX.  

 

Entre los más extraños y alucinantes tours literarios está la de irse en Verano a San Petersburgo, llenarse de vodka y seguir la ruta zigzagueante, infernal, del cuchitril donde vive Raskolnikov hasta el lugar donde revienta con su hacha a un ser que él considera menos que una cucharacha. Porque Raskolnikov se cree un gran hombre. 

 

Cada vez que tengo fiebre me siento un poco como Raskolnikov, el personaje de Crimen y Castigo, quien en un arrebato, en medio de la enfermedad, es capaz de escribir un ensayo sobre “El derecho que tienen los grandes hombres a matar” ahí escribe una confesión, porque Raskolnikov quiere ser descubierto. Mata no para conseguir el dinero suficiente que le permita ser libre. El mata porque no es más que un fanático religioso. Mata porque quiere sentir culpa. Pero no es sobre Crimen y Castigo que quiero hablar sino sobre los Hermanos Karamazov. 

 

La última novela del escritor ruso es uno de esos libros de los que todo el mundo habla pero nadie ha leído. Cuando se busca leer en otro idioma surge el eterno problema de las traducciones. En español la traducción más célebre es la de Augusto Vidal, gran rusófilo, traductor oficial en nuestro idioma de Dostoyevski. Pocas editoriales contemporáneas se animan a editarla completa. Lo que pululan son versiones recortadas, casi que resumenes con los momentos más importantes. He visto libros de Bruguera de 400, 500 páginas a lo sumo. Hace poco compré la versión de Alianza. 1.200 páginas. Dostoyevski es un gran narrador pero también es un sicólogo incomparable. Por eso hay que atreverse a leer el libro completo. Sólo así podemos ver los abismos espirutuales, los barrancos de sus personajes. Porque como Shakespeare, Dostoyevski no es un hombre, es un continente.  

 

Los Karamazov es una novela de crímenes donde, a diferencia de las de Agatha Christie, uno sabe quien es el asesino. Todo apunta a que Dimitriv Karamazov, quien comparte con su padre la pasión por la misma mujer, es el hombre que matará al viejo Fiodor. Pero no, hay alguien que tiene más razones para odiarlo. Él es Smerdiakov. Smerdiakov en ruso significa asqueroso. Es el hijo de la loca de la ciudad quien fue violada por el vil Fiodor. Cuando estaba a punto de parir la Smerdiakova se sube a una reja y entra a la propiedad de los Karamazov. Allí tiene al hijo y muere. El hijo es recogido por Fiodor y se lo entrega a sus mayordomos para que lo crien. Es epiléptico, como Dostoyevski. 

 

Ningún autor en la historia de la literatura ha sido tan personal como el genio de las letras rusas. Cada una de sus novelas no es más que un pedazo de sus memorias. El vive en sus personajes. El rasgo más destacado de Dostoyevski es su enfermedad, que se le vino a manifestar a los 30 años, poco después de haber pagado cinco años injustamente -lo acusaban de conspirador político, de nihilista- en una cárcel en Siberia. Se alejó de Rusia, después de haber sido un éxito con su primera novela, Pobres Gentes, que puso de rodillas a Nekrasov, Belinski y los críticos literarios más importantes, Dostoyevski fracasó una y otra vez. La tensión de nunca tener una moneda, de enamorarse de una mujer mucho menor, de perder un hijo y a su primera esposa, sumado al padecimiento siberiano, le exacerbó el demonio de la epilepsia que dormía en él. Su primer ataque le sobrevino mientras veía un cuadro de Tiziano, el mismo por el que el Príncipe Miskyn, el protagonista de El Idiota, tiene también un ataque epiléptico. 

 

En los Karamazov Dostoyevski retrata el alma ruso, fanática, asiática, totalitaria, en el capítulo donde el Monje Zozima, quien es considerado un santo, muere. A la velación va gente de toda Rusia. Cuando pasan ocho horas y el cadáver empieza expedir un olor fuerte nadie lo puede creer. Zozima, a pesar de su vida entregada a la oración, de sus supuestos milagros, no era más que un farsante. Los santos, después de muertos, no emiten otro olor que el de la pureza.  

 

Es puro detalle. La manera como se va tejiendo el asesinato del viejo Fiodor, el padre de los Karamazov, es el modelo en el que después se basaría el cine para hacer sus trillers. Todos sabemos que Dimitriv lo va a matar. Incluso, antes de que aparezca el cuerpo del viejo con un roto en la cabeza, ha escrito una carta confesando un crímen que él aún no ha realizado. Es obvio que Dimitri también es Dostoyevksi. El escritor odiaba a su padre, un médico despótico dueño de una hacienda y de las almas que habían ella. Acostumbraba a azotar a sus siervos. Un día los siervos se cansaron, se abalanzaron contra él y lo despedazaron. Fiodor es Mijail, el padre de Dostoyevski.  

 

Todo por tres mil rublos y una mujer. Todo por una venganza. Smerdiakov venga el honor de su madre golpeando con una piedra la cabeza de su padre. Pero los Karamazov es una inmensa muñeca rusa, las historias que se tejen dentro del libro son monumentales. Un ejemplo de ello es el Gran Inquisidor, la historia que le cuenta Iván Karamazov a Aliosha, el hermano bueno, en una taberna cochambrosa. Jesús regresó a la tierra durante la época más algida de la inquisición. Predicó, hizo milagros, demostró que era él. El gran Inquisidor lo detiene, lo acusa de ser un farsante. Lo va a mandar a la hoguera. La noche antes de la ejecución el Inquisidor entra y le dice a Jesús que él sabe que no es un farsante pero que la humanidad, en ese momento, no necesitaba la fuerza del perdón sino la fuerza de la espada. Que era mejor arrasar a poner la otra mejilla. El Inquisidor, con algún resquemor de mandar a la hoguera al verdadero hijo de Dios, lo suelta. Lo suelta pero no lo perdona. 

 

En las últimas doscientas páginas Dostoyevksi, en los Karamazov, funda el drama judicial. Los monólogos de acusación y defensa en el juicio de Dimitri son magistrales y no han envejecido un día. 

 

Si, después vendría Simenon, Christie, Larsson, el mismo Borges y Bioy Casares, Hammet y toda la santa lista, pero nadie está al nivel de Dostoyevski y esta crónica roja escrita por un demiurgo. Dejen todo lo que estén haciendo y ponganse a leer, inmediatamente, los Hermanos Karamazov.  

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