Por: Oscar A. Chala, investigador de la Línea de Democracia y Gobernabilidad
El 31 de octubre pasado, en medio de abucheos y con presencia de la fuerza pública, el Partido Liberal, en una convención que debió realizarse hace 4 años, terminó reeligiendo a César Gaviria como su director. Acusado de irregularidades y de haber cambiado las reglas de la convención para favorecer a su sector político, el expresidente y exsecretario de la OEA se terminó imponiendo ante la camarilla de congresistas que había reunido en su interior el representante Alejandro Carlos Chacón, y el exministro del Interior, Luis Fernando Velasco.
En una elección en la que se simplificó las tensiones del partido entre la cooptación de la dirigencia por sectores tradicionales o el llamado “petrismo”, el gobierno terminó perdiendo su pulso, a pesar de tener apoyos dentro de las bases liberales, y dio combustible para que se conformara un primer atisbo de alianza política entre sectores tradicionales que buscan arrebatarle la presidencia en 2026.
En este escenario, esta convención terminó siendo un medidor de qué tanta fuerza tiene el gobierno por fuera de sus propias bases y bloque de poder, y termina manifestando otra de las facetas de la fragmentación de los partidos políticos en Colombia.
La fragmentación de los partidos tradicionales no deviene de Petro, sino a causa y a pesar del mismo. Una crónica de la jornada.
Fuente: La Silla Vacía.
La convención fue convocada tras un prolongado periodo de seis años sin reuniones de este tipo, lo que generó críticas desde dentro del partido sobre la falta de democracia interna y cuestionamientos sobre posiciones autoritarias de su director. Se había señalado que Gaviria había retrasado el evento para mantener su posición de poder, que se había mermado desde las elecciones de 2022, cuando el partido no presentó candidaturas a la presidencia y de último momento dejó en libertad a su militancia para apoyar al entonces candidato Petro.
Las tensiones aumentaron con algunas denuncias de que las reglas para la elección de directivos, publicadas un par de noches atrás a la convención, no eran claras, lo que llevó a algunos congresistas a expresar su descontento públicamente, como sucedió con el representante Juan Carlos Losada.
El evento se programó para recibir a aproximadamente 1100 delegados (de los cuales llegaron 776), quienes discutirían no solo la elección del nuevo presidente del partido, sino también el rumbo político hacia las elecciones de 2026 y otros cargos directivos dentro del partido. Se esperaba que se abordaran temas cruciales como la relación del partido con el gobierno actual, ya que existe un sector que busca que el liberalismo salga de la coalición de gobierno.
La convención comenzó en medio de un ambiente tenso. Hubo abucheos dirigidos al presidente Gustavo Petro y denuncias sobre la exclusión de ciertos miembros y medios de comunicación del evento. Luego, la policía debió intervenir después de que la misma mesa directiva impidiera la participación de liberales pertenecientes a las listas competidoras de Gaviria y todo desembocara en golpes y empujones cerca de la tarima. A pesar de ello, Gaviria fue reelegido director del partido con 582 votos frente a los 128 obtenidos por la lista colegiada de Alejandro Carlos Chacón, representante de Norte de Santander, y los 11 obtenidos por la lista de Luis Fernando Velasco, quien había sido considerado como el candidato del gobierno.
El evento incluyó discursos de bienvenida por parte de autoridades locales y una intervención inicial de Gaviria. Sin embargo, el inicio se retrasó considerablemente debido a problemas logísticos y protestas internas. Algunos de los participantes expresaron su frustración con la dirección actual y pidieron una mayor democratización dentro del partido, que a la final no se dio.
Tras su reelección, Gaviria se enfrentó a críticas por las acusaciones de irregularidades en el proceso electoral, incluyendo votos no consignados adecuadamente, junto con la imposibilidad de varios delegados para votar de manea electrónica dentro de la plataforma que se estableció para ello. A pesar de esto, celebró su victoria con un ambiente festivo, que incluyó una parranda vallenata, simbolizando un intento por reforzar la unidad dentro del partido.
En cuanto al futuro político del Partido Liberal, se discutieron estrategias para distanciarse del progresismo y buscar nuevas alianzas políticas. Algunos miembros abogaron por una postura más crítica hacia el gobierno actual, sugiriendo que el partido debería reconsiderar su rol como partido de gobierno.
Tal y como lo contamos en esta historia, la fragmentación interna del Partido Liberal deviene desde tiempos de antaño, especialmente desde la última década, con la firma del Acuerdo de Paz y la conformación de un bloque dentro de las bases liberales que se ha opuesto tanto al liderazgo de César Gaviria, como al de su hijo Simón, y que se ha convertido en el bloque socialdemócrata y de centroizquierda, que ha terminado apoyando la candidatura de Gustavo Petro a la presidencia desde 2018.
Así mismo, ha existido un bloque de congresistas (especialmente senadores) que se ha organizado alrededor del liderazgo de César Gaviria y que ha salido a respaldarlo en las últimas elecciones.
Las dinámicas transaccionales se imponen a las bases liberales
Fuente: El Tiempo.
No obstante, y aun a pesar de que las bases liberales pretendían una renovación de su propia dirección, la pregunta que quedó rondando fue ¿por qué Gaviria, con el desprestigio que conserva dentro de un sector de su partido, logró arrasar entre los delegados y sacar tantos votos?
Para responder a esta pregunta, hay 3 niveles desde donde se puede explicar su triunfo. Uno mucho más superficial, ligado a los hechos, en el que el cambio en las reglas de juego dentro de la convención (impuestas por el propio Gaviria días antes) le permitió tener mucho más peso sobre los delegatarios que Chacón y Velasco; otro, ligado a las lógicas transaccionales del propio partido, relacionadas con los procesos electorales en 2023 y de 2026; y una lógica mucho más profunda de conservación de las estructuras internas del partido frente a la “amenaza” de ruptura que planteaban las candidaturas más cercanas al gobierno.
Estaba claro que el control de Gaviria sobre la convención y los delegatarios estaba asegurado, en un primer lugar porque fue la dirección de Gaviria la que entregó los avales para las elecciones regionales de octubre de 2023, por lo que muchos de los delegatarios ya estaban comprometidos en su voto, al mismo tiempo que Gaviria incidió en las reglas con las que convocó la convención, en la que estableció el “silencio positivo” como forma de mantener el consenso, así como reglamentó la forma en que los delegatarios podían determinar voceros para las votaciones, y determinó que la mayoría para la deliberación fuera la mitad más uno de la convención, y para votar se necesitaba mínimo la mitad más uno del quórum deliberatorio, lo que generó críticas.
Junto a las reglas, dentro de la convención tampoco se le dio garantía a la oposición dentro del partido para participar. El “silencio positivo” terminó aprobando el quórum establecido, lo que terminó dejando en minoría al bloque liderado por Chacón y por Velasco, así como impidió que la mayoría de las observaciones e intentos de cambiar el orden del día fueran derrotados, lo que llevó a que, por ejemplo, no tuvieran voz para participar en tarima, ni tampoco se deliberó si la presidencia del partido iba a ser colegiada o unipersonal, lo que también desembocó en la presentación de múltiples candidaturas que se dividieron los votos entre sí.
Estas reglas de la convención, que forzaron a Chacón y Velasco a dividir sus candidaturas entre individual y colegiada, fragmentaron la oposición gavirista y diluyeron su impacto. Al imponer esta segmentación, la directiva de Gaviria no solo neutralizó una competencia real, sino que también exhibió una “aplanadora” electoral que desmotivó al bloque opositor, dificultando cualquier posibilidad de consolidar un liderazgo alternativo dentro del partido.
No obstante, y más allá del poder exhibido por Gaviria y de las lógicas transaccionales que movieron el voto liberal, es claro que la reelección del director tiene que ver, por un lado, con una conservación de la identidad del partido y su funcionamiento. La elección de Gaviria garantiza que el modelo transaccional se reproduzca en el tiempo y que los enlaces que tiene el partido a nivel nacional con grupos políticos a nivel local no se rompieran con una nueva dirigencia de un carácter mucho más ideológico.
En este caso, las dirigencias del Partido Liberal (representadas en sus congresistas, los que acompañaron en la tarima a Gaviria ante los gritos de “fuera Gaviria” y “fraude”) mantuvieron sus pactos para preservar y conservar el capital político que poseen, por lo que la construcción de nuevas reglas siempre se hizo con coherencia de mantener la estabilidad interna de los partidos. En otras palabras, era muy costoso para estos dirigentes liberales (que tienen sus bastiones y sus electores, además de que mueven recursos a nivel territorial y tienen acceso a burocracia para repartir entre sus operadores políticos) permitir que otros bloques asumieran el control del partido, más si esos bloques tuvieran la capacidad de cambiar las dinámicas internas con las que el partido se sostiene.
Todo esto, en detrimento de limitar la capacidad del partido para ajustarse a las demandas cambiantes de un electorado mucho más militante. De igual modo, el electorado del partido liberal suele ser en su mayoría cautivo y ligado a dinámicas clientelares en la mayoría de los territorios, por lo que esta limitación es contenida.
¿Una independencia de facto?
Fuente: El Espectador.
Aunque el triunfo de Gaviria es leído en la mayoría del espectro político como una “victoria” sobre sectores que representaban el progresismo del gobierno, lo que sí es verdad es que este triunfo genera una disonancia al interior del partido, especialmente entre sus lógicas legislativas en Cámara (donde la mayoría del partido está alineado con el gobierno) y en Senado (donde la mayoría del partido sostiene el liderazgo de Gaviria).
Esta nueva legitimidad renovada ha permitido que Gaviria se sume a la iniciativa del Partido de la U, de Cambio Radical y del Partido Conservador de lanzar una candidatura independiente a la presidencia como alternativa al progresismo en 2026, lo que termina ubicando su proyección política mucho más distante al gobierno, aun a pesar de que, de facto, el partido sigue dentro de la coalición y aun no se ha salido de allí.
Además, también termina profundiza en esa disonancia legislativa, especialmente frente al peso que Gaviria puede tener en el partido para disciplinarlo en una temporada electoral definitiva, en la que el gobierno está haciendo sus últimas apuestas seguras para aprobar la mayor parte de su paquete de reformas, antes de que el período preelectoral termine por configurar las lógicas del Congreso y no le alcance ni el tiempo ni su capacidad de sostener apoyos en la cámara para mover su agenda.
Esto es importante, porque tanto el bloque de congresistas liberales que se sumó a Chacón y a su intento de revuelta, junto con los que se adhirieron a la presidencia colegiada que pedía Velasco puede terminar cayendo en desgracia dentro del partido, más si Gaviria, como director, va a seguir manejando con acuerdos políticos el bolígrafo con el que entrega avales para las próximas elecciones.
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