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La pasión de los mafiosos colombianos por meterse en la política

Por: Iván Gallo - Coordinador de Comunicaciones




Acabo de leer la columna de León Valencia en Cambio titulada Carlos Lehder Alvaro Uribe y Fabio Ochoa, o el espíritu político de la mafia y en él se sumerge en una máxima: los mafiosos colombianos tienen en la sangre la pasión por la política.

 

 El poder que les da el billete simplemente no les alcanza para saciar su apetito. Quieren más. Obviamente pretenden legalizar sus bienes, torcer las leyes para limpiar sus pasados. Siempre habrá un interés personal. Pero también quieren figuración popular, convertirse realmente en fuente de inspiración para la gente de los barrios, ser reconocidos como los dínamos que cambiaron la historia de un país. Pablo Escobar creó un programa llamado Medellín sin tugurios, llegó a crear un barrio en lo que era un basurero y allí la gente todavía tiene su imágen al lado de la del Niño Jesús de Atocha. Regaló decenas de canchas iluminadas para que -cinismo total- los muchachos no cayeran en el flagelo de la droga. Todo eso era un medio para conseguir un fin: ser presidente de la república. Le alcanzó para ser suplente en la Cámara del Representantes por el Partido Liberal. Las investigaciones de don Guillermo Cano y María Jimena Dussan en El Espectador y la desconfianza del ministro de justicia Rodrigo Lara Bonilla, quien terminó pagando con su vida, lo sacaron de esa carrera y lo sumergieron en la clandestinidad.

 

Hace unas semanas llegó Carlos Lehder a Colombia. Al pasar por migración quedó detenido. Mucho se ha especulado por las razones que hicieron regresar a uno de los capos del Cartel de Medellín a Colombia cuando estaba tranquilo en Alemania, país del que tiene la nacionalidad. Hace cuarenta años Lehder era uno de los hombres más ricos de este país. Como recuerda León Valencia en su columna, creó un partido Político, el Movimiento Latino, que llegó a poner tres congresistas en las elecciones de 1986, un año antes de que lo extraditaran a los Estados Unidos. Tenía, como Pablo Escobar, una pasión por los medios, incluso creó uno, llamado Quindío Libre. Mientras Pablo Escobar tenía un discurso que era un batiburrillo de las más elementales ideas socialistas con algunas ideas estrambóticas como proponer la independencia de Antioquia, Lehder era un abierto admirador de Adolf Hitler y vivía orgulloso de su sangre alemana. Estaba obsesionado con destruir a los Estados Unidos y llegó a afirmar que el narcotráfico terminaría siendo una especie de bomba atómica que destruiría a la potencia del norte y vengaría a los países oprimidos.

 

Aunque está en ciernes una investigación sobre las infiltraciones del Clan del Golfo y la política, la última muestra de la pasión que sienten los mafiosos por la política fue el intento que tuvo Ernesto Baez de convertir a Carlos Castaño en candidato presidencial. Incluso alcanzaron a entrar al Congreso de la República y fueron aplaudidos por los padres de la patria. Eso sí, decenas de ellos, en tiempos de Alvaro Uribe, fueron elegidos gracias a los fusiles de las AUC. Los coletazos de esa investigación, que arrancó la corporación Nuevo Arco Iris, se están viendo en este momento en el histórico juicio que se le sigue a Uribe en donde ex paras como Juan Guillermo Monsalve, Pablo Hernán Sierra y Carlos Enrique Vélez han pasado por el estrado judicial e incluso algunos de ellos han afirmado que en La Hacienda Guacharacas, propiedad de los Uribe Vélez, se formó un grupo paramilitar.

 

La llegada al país en el último año de tres ex mafiosos poderosos, Mancuso, Lehder y Fabio Ochoa, podría incomodar a más de uno. Tienen verdades que podrían contarse. Verdades relacionadas con la política porque los tres, como todos los grandes capos, han tenido intenciones de comprar políticos o de ser uno de ellos para limpiarse, mandar y dejar legado, tres cosas que les obsesionan.

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