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La salsa: la banda sonora de la revolución

Por: Iván Gallo - Editor de Contenido




Fue Bertha Quintero, muchos años antes que lo hiciera Andrés Caicedo, quien descubrió que la salsa podría ser tan revolucionaria como el rock. Fue en un concierto en Corferias, año 68. Pocos parroquianos llegaron a la cita. En la tarima: Richie Ray y Bobby Cruz. Fue un subidón. Un goce pagano. Por esa época ya Senén Mosquera había abierto Mozambique, ahí frente a la iglesia de Lourdes y sus primeros clientes fueron profesores de la Nacional y alumnos de esa universidad que buscaban no sólo bailar sino pensar. Tener un espacio para hablar y gozar. El rock era demasiado sofisticado. Ya los Rolling Stones habían cantado Street fighter man y se había transformado en el himno de los estudiantes en las revueltas de Mayo del 68 pero París quedaba muy lejos. No había tanta sofisticación. El bilinguismo era privilegio de los Lleras y los López.  Los jóvenes necesitaban identificarse con la letra.

 

Así que a falta de Bob Dylan se tenía a Pablos Gallinasus y a Victor Jara. A falta de Mick Jagger quien mejor que Héctor Lavoe. A Bertha, como a tantos otros muchachos, ese concierto fue un reseteo, un punto de inicio. Si con los Graduados se podía sólo gozar, con Eddie Palmieri se podía estremecerse con un baile sudado y a la vez soñar con irse “Pal Monte”. El feminismo es la última ideología que queda viva a estas alturas del siglo XXI, cuando todos los valores han muerto y un criminal como Donald Trump ha sido elegido presidente de los Estados Unidos. Bertha le entregó su vida a la salsa. Convirtió su casa en Teusaquillo, un refugio de revolucionarios y de músicos como Jairo Varela que querían hacer realidad el sueño de formar un grupo.

 

A comienzos de los setenta Bogotá era más fría que ahora y el mar parece que quedaba más lejos. La salsa también. Cali y Barranquilla eran los focos de la insurrección. Andrés Caicedo muestra como la salsa, en 1975 en Cali, pasa de ser dominio de prostitutas y ladrones ha convertirse en la banda sonora de los niños bien, los que podían mandar a traer discos de Creedence y los Doors desde Estados Unidos. Descubrió que el rock y la salsa eran el coctel de la revolución. No importaba que las letras ´no fueran explícitas. Pero se creía en el Hacha y también en el Machete. Todo cambió en 1978.

 

Para esa época Andrés Caicedo ya estaba muerto y las revoluciones también. El último foco de resistencia fue El Goce Pagano. Lo abrieron en 1978. Tres amigos. Voy a hablar acá de Pagano. César Villegas. Le pusieron Pagano por un artículo que escribió en la revista Alternativa. Se tituló La salsa, ese goce pagano. La revista, financiada por García Márquez y por el propio Enrique Santos, fue la respuesta a gobiernos represores como el de Julio César Turbay, que hicieron de la tortura un lugar común. Al Goce fue a parar Bertha Quintero y allí se le ocurrió montar la primera orquesta de mujeres en Colombia, Cañabrava, e iba toda la lista de grandes intelectuales colombianos pero hay una omisión muy grande a la hora de hablar de Pagano y sus virtudes: el Goce fue importante por el factor popular. El obrero, cansado del chucu-chucu iba allí y terminaba hablando con Juan Manuel Roca en la barra, perdido en sus retruécanos. El Goce fue el imperio de la salsa precisamente por eso, por su capacidad de romper cualquier tipo de muralla social.

 

Entre 1978 y 1982 el M-19 puso de moda ser de izquierda en Colombia. Si voy un poquito más allá incluso llegó a justificar eso que décadas después las FARC y el ELN terminaron de desligitimar: la lucha armada. Alternativa era una revista que justificaba “Todas las formas de lucha” y la banda sonora de Alternativa era la salsa, y la cueva donde se metían eran los dos goces que funcionaban en esa época. Por eso, no es extraño que se cuente que entre los clientes asiduos de El Goce a comienzos de los ochenta estuviera, de encubierto, el gran Jaime Bateman.

 

Bogotá, la nevera, terminó, a finales de los ochenta, entre los bombazos de un Pablo Escobar desesperado, convertida en la capital de la salsa. Disputándosela palmo a palmo a Nueva York. Mientras tanto, los grupos paramilitares y la extrema derecha iban matando a dirigentes de la Unión Patriótica. Uno a uno hasta llegar a 4.000. Había miedo en el mundo de la salsa. Hubo militantes como César Mora, que llegaron por necesidad de estabilidad a la televisión, que arrancaron como grandes salseros y marxistas. Entre los escombros de los carrosbomba esta gente fue echando paso. Jaime Garzón, quien fue sólo fue de izquierda unos años, sus primeros, fue asesinado por Carlos Castaño y Candela, canción escrita por César Mora, se convirtió en parte de la banda sonora de los muchachos que honraron la memoria de Jaime y que lucharon por un mundo mejor.

 

César Miguel Rondón, cuando decide historiar la salsa como un fenómeno político-musical-gozoso, ayuda a identificar que la salsa no sólo despertaba alegría sino que despertaba conciencia. Pero es que no se puede abrazar la revolución sino hay alegría. Si eso no es así lo que queda es estalinismo.

 

Con la llegada del nuevo siglo se instaló en Bogotá, gracias a la gestión de Bertha Quintero y de la fiebre que nos brindó Pagano, la Salsa al parque. Allá han ido todos, aunque el que más recuerdo es a Papo Lucca. Cada año es una fiesta revolucionaria. Dicen que el sonido se apaga, que los animos han bajado, que ya nada es lo mismo, que la salsa está muerta. Pero se equivocan. El que lo dude que vaya a Salsa al parque y vea que todavía hay muchachos a los que no se los ha comido el mosntruo del regetón y de la indiferencia. La salsa es empatía, colaboración, sentimiento. Para bailar salsa se necesitan dos. Si no es malabarismo. En Bogotá, durante los ochenta se vivió el mayor esplendor con lugares como el Goce, la Montaña del Oso, Keops y en el sur un templo: Rumbaland.

 

Ahora nada importa. Los grupos, por ejemplo, no importa. Es un salvese quien pueda. Es como habernos enterado que la guerra terminó y los que ganaron fueron los nazis. La industria musical o lo que queda de ella ha impuesto un sólo gusto, una tendencia. Los salseros son una logia acorralada, un nicho que resiste en catacumbas y que sigue siendo jodidamente política. Porque toda manifestación de arte lo es. No somos tantos como antes pero resistimos. Bogotá resiste. Y con legados como los de César Pagano seguirá resistiendo. La marcha es lenta pero es marcha. Y desde que nos sigamos moviendo existe la revolución. Tus pasos, los míos, al compás de un montuno, nos mantienen en pie. Primero caerá el imperio cristiano que el Imperio de la salsa. 

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