Por: Iván Gallo - Editor de Contenidos

Si Kevin Polanía y su novia Jois Ramírez hubieran googleado a Oscar Polanía antes de emprender la aventura hasta la cumbre del Nevado Tolima a lo mejor no se montarían en la van que los recogió en Bogotá el 27 de diciembre. Le habían pagado 1.300.000 pesos por persona para llevarlos a la travesía. Julieth Ordoñez, la mamá de Jois, los acompañaría. A finales de octubre compraron los cupos. Tenían una rutina de ejercicios diarios que incluía trotar cinco kilómetros y subir cerros en cicla. Era un entrenamiento que le daba prioridad a lo cardiovascular por encima de la fuerza. Además el paquete que compraron incluían dos entrenamientos previos, uno de ellos consistía en subir el cerro del Alverjón y otro subir a Moserrate por su cara más dura. Si lo hubieran googleado y estuvieran más atentos a la charla que les dio en esos dos entrenamientos se darían cuenta que Oscar no estaba capacitado para liderar una expedición de doce personas a los riscos más escarpados del Nevado del Tolima. Además se habrían dado cuenta que esa ruta tenía varias oscuras encima. Una de ellas ocurrió en el 2022 cuando murió un estudiante de la Universidad de Antioquia. Un grupo de doce personas necesitaba como mínimo tres guías, cada uno portando un botiquín, con conocimientos en primeros auxilios y llevando teléfonos satelitales por si necesitaban en cualquier momento pedir ayuda médica urgente.
Oscar Polanía tenía como única referencia ser primo de Kevin. Eso bastaba. A mediados de diciembre se hicieron un examen médico. Todo marchaba bien. Tenían 25 años. El sol brillaba. El primer tramo de la expedición consistía en llegar al Parque Nacional Cocora. Al grupo los recibió una funcionaria de parques nacionales. En vez de darles una charla técnica les sirvió un cuento seudomística en donde cabían todos los tópicos. Arrancaron a las nueve de la mañana. Tenían que estar en la Finca la Primavera a las cinco de la tarde. Allí pasarían la noche y arrancarían a buscar el campamento madre, a unas cinco horas de la cumbre del Nevado. Eran 18 kilómetros de caminata. Las mulas de los arrieros irían por una trocha diferente cargando sus equipajes. Uno de los primeros errores de Oscar y que terminaría siendo fatal fue el de llevar a su novia. La joven no tenía preparación alguna. Iba lento y se rezagaba constantemente. Esto partió el grupo. Lo disgregaba. Oscar tuvo que acompañarla. Al frente de la expedición quedaba Camilo, un deportista que no conocía el camino. El grupo llegó reventado y con la moral baja a la finca La Primavera.
Al otro día amaneció lloviendo. Aún así Oscar -que ya presentaba síntomas de gripa- se ofreció para acompañar al que quisiera a visitar un nevado que estaba a 10 kilómetros de la finca. Cuatro levantaron la mano. Un grupo de extranjeros que también pasaba la noche en La Primavera le preguntó a Jois las razones por las que habían decidido salir a pesar del tiempo. “El guía nuestro decidió no exponernos”. Cuando regresaron, cinco horas después, Oscar se encontraba completamente congestionado. La voz apenas se le escuchaba.
Antes de dormirse en esa noche del 29 de diciembre Polanía hizo entrega del equipo especial que tenían que llevar para llegar a la cumbre. Incluía cascos y piolet. Kevin no pudo dormir bien. Los síntomas del mal de altura se le escondieron en la gripa. Porque, como reconoce Jois en la estupenda entrevista que le ha hecho Rafael Poveda, ellos jamás habían escuchado hablar de palabras como soroche o de malestares derivados a la altitud. El 30 de diciembre arrancaron hacia la cumbre. Tenían que hacer una parada técnica para tomar agua de la laguna el Encanto. Pero, apenas llegaron, fue como si la laguna hubiera olido las malas vibraciones. Se nubló por completo y sólo dejó sacar de ella un agua cenagosa, intomable. A esa altura, 4.300 metros sobre el nivel del mar, el edema pulmonar se apoderaba de Kevin. Decidió meterse en su carpa y no ir a la travesía hasta la cima. Jois y su mamá le preguntaron si quería que se quedaran con él. Allí ya se habían dado cuenta que Oscar no tenía teléfono satelital. Para regresar tenía que esperar encontrarse con un arriero y hacerlo en caballo. Kevin le aseguró a su novia que estaría bien, que podría quedarse solo.
La expedición fue a la cima y regresó. Se demoraron diez horas. Cuando Jois entró a la carpa vio que el piso estaba lleno de un líquido amarillo que salía de la nariz de Kevin. Era el edema. Su vida corría peligro. En ese momento se pusieron a la tarea de encontrar un arriero.
Intentaron llevar a Kevin encima del caballo pero ya no resistía el dolor en el pecho. Jois y su mamá hicieron en solitario, junto al arriero, la travesía hasta La Primavera. En un momento tuvieron que separarse de Kevin. Cuando llegaron a la finca les dijeron, casi que entre risas, que Kevin había muerto. No resistió el viaje. Señalaron un granero, las dos mujeres entraron y vieron al joven envuelto entre costales, como si fuera un bulto. Alrededor de ella había gente enfiestada. Eran las 10 de la noche de un 31 de diciembre. Una mujer se les acercó y les dijo que se fueran. El cadáver lo mandarían aparte. Jois alcanzó a hablar con el papá de Kevin.
Entre gritos describió su pesadilla. Casi que echadas emprendieron camino mientras todo el país celebró el año nuevo. A la entrada del Cocora llegaron sobre las cuatro de la mañana del 1 de enero. Allí estaba la policía y un bulto grande. Jois se puso de rodillas e intentó quitarle las cuerdas, los plásticos, volverle a verle la cara, despertarlo con un beso, pero no pudo.
Después de estas revelaciones, que se hicieron en el podcast Más allá del silencio con Rafa Poveda, se ha armado un debate en redes sociales sobre quién tuvo la culpa. Esta muerte necesita ser investigada a profundidad.
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