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LA URGENTE NECESIDAD DE UNA CULTURA POLÍTICA

Por: Guillermo Linero




Ante la corrupción y la barbarie política, advertidas por la ciudadanía, develadas por investigadores independientes y señaladas por este gobierno como consecuencias de malas costumbres cívicas -entramadas por los gobiernos anteriores-, varios políticos de la oposición y sus serviles periodistas, se han empecinado en recomendar a los ciudadanos no mirar hacia el pasado, como si los grandes problemas del país -heredados a los gobiernos anteriores- se hubiesen forjado de la noche a la mañana por cuenta del gobierno actual.


La estrategia de esos opositores ha sido insuflar en el imaginario colectivo, la idea de que frente a los errores y delitos políticos del pasado, es rencoroso buscar y señalar culpables. Se trata de una falacia moral, soportada sobre un entendimiento lógico muy básico, como es la noción del tiempo y esta consecuente impresión teleológica, que es principio de la justicia y el derecho: progresamos hacia el futuro y no hacia el pasado.


Al margen de que ya está comprobado por matemáticos del siglo XXI, que el tiempo a nivel cuántico fluye igual hacia el futuro como hacia el pasado, ya desde mucho antes de esta reciente precisión científica, las ciencias exactas y las ciencias humanas han tenido como método científico la visualización de los hechos sociales desde el desarrollo que hoy tienen, hasta cuando empezaron a formarse las sociedades. Esto, gracias al reconocimiento del proceso evolutivo y al uso de la llamada “línea del tiempo” que fluye hacia atrás como hacia adelante.


De hecho, una característica esencial del método científico es esta comprensión: hay que ser teleológicos basados en el pasado; el presente solo es un punto intermedio entre las causas que ya están en ese pasado no olvidado y entre sus predecibles efectos futuros. Si pensamos en la realidad de nuestra inarmonía social, con el objetivo de precisar cuál es la principal causa de su desequilibrio y cómo remediarla, tendremos entonces que estudiar primero nuestro pasado, si pretendemos prever y proveernos de un futuro mejor.


De realizar ese ejercicio, encontraremos sin sorpresas que el arte, o mejor los artistas, no le han hecho daño al país. Si hacemos lo mismo sometiendo a este escrutinio a los científicos, encontraremos que tampoco ellos son responsables de nuestra tradición de barbarie. Si revisamos la conducta de los sectores de la producción agrícola, comprobaremos que los cultivadores no son responsables ni causantes de la violencia en Colombia.


En la lectura de nuestra historia, ninguno de estos gremios o círculos sociales citados, son quienes han promovido la corrupción política y su consecuente violencia. No son los cultivadores del campo, ni los pescadores, ni los obreros, ni los trabajadores de las otras múltiples líneas de prestación de servicios, los responsables de los hechos sociales que hoy son recordados por su grado de barbarie. Ni lo son en todos los casos, aunque decirlo parezca un exabrupto, los corrientes bandidos.


Ningún mafioso, ningún jefe de banda criminal, ningún líder de pandilla, ningún paramilitar y ningún guerrillero, ha vendido o transado un territorio nuestro, tan grande como Panamá, para aprovecharse él y su familia por varias generaciones. Pablo Escobar, que era un bandido puro, asesinó en su guerra -o en su vendetta contra el Estado si consideramos que aquel era un narco estado- a más de quinientos policías en estado de indefensión; mientras que, por políticas de expresidentes, las fuerzas del estado asesinaron a un partido político entero y, algunos militares insensibles, dieron muerte por la espalda a más de seis mil cuatrocientos dos jóvenes, tras haber sido engañados con ilusiones laborales.


Nadie que se haya robado un banco, como lo hicieron los denominados topos que a través de un túnel vaciaron la sede principal de la Caja Agraria, o quienes asaltaron el Banco de la República de Valledupar, ni las guerrillas que asaltaban bancos de pueblo, ninguno de ellos, alcanzó a robar tanto dinero como lo robado por nuestros políticos o, por intermedio suyo, por los ladrones de guante blanco, los jerarcas del régimen.


De igual manera, ninguna banda criminal y ningún mafioso, han tenido a su servicio tantos inocentes entrenados para matar, como los han tenido el Estado y los políticos de extrema izquierda y extrema derecha. Coexistencia de varios ejércitos, eso es lo que hemos tenido en Colombia gracias al poder perverso de los políticos. De tal suerte, realizada una somera “lectura de la historia” de Colombia, es palmaria esta conclusión: si le falta algo a nuestra cultura no es el avivamiento de lo raizal, pues nuestro folclor es desbordante, ni la incapacidad creativa de los artistas, ni se trata de falta de curiosidad científica o de incapacidad inventiva; sino, rotunda y llanamente, todo se debe a la carencia de cultura política.


Pero, ¿qué es tener cultura política? La “cultura política” refiere naturalmente la buena convivencia; saber desenvolverse socialmente en paz y en favor del progreso colectivo. No obstante, en razón de esa tradición de “incultura política”, resulta menos complejo explicar la “cultura política” definiendo su natural antitética. Por ejemplo, desde la “incultura política” es plausible el criterio de que el estado es para robarlo y se considera a la democracia como un mecanismo para que todos elijan a unos pocos que se auto privilegiarán. De ahí la exaltación con rótulos como “el mejor colombiano” o “el presidente eterno”, a quienes se les presentan como salvadores.


            En un contexto de “incultura política” valen más los compromisos de poder entre unos pocos, de tal manera que las riquezas nacionales se distribuyen de acuerdo al status y a la alta capacidad económica del favorecido, sin importar las necesidades de la mayoría. En un régimen de “incultura política” la única participación ciudadana que vale es la electoral, todas las demás les son negadas. En un régimen signado por la incultura política, las creencias, el arte, la ciencias, la educación y los modos y maneras de convivir, son acomodados a los intereses de los poderosos que las imponen y ponen de moda usando sus propios medios de comunicación.


Pero, ¿qué hacer contra esa “incultura política”? Lo primero es reconocerla y promover el cambio. Luego de ello, para institucionarla hay que implementar las escuelas de formación política, y hay que fomentarlas sin fines electorales, sino con la conciencia de su necesidad. El resultado de una formación en áreas como la Historia, la Cívica y las Instituciones políticas -entre otras materias que fueron desmontadas desde el primer mandato del expresidente Uribe-, se materializaría a corto plazo en el comportamiento y sensibilidad de una población que piensa, crea, inventa, se divierte y ama; en fin, en una sociedad entregada a vivir sabroso.

 


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